Cap.18- ¡Emily!

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Sophie llegó a la sala con una alegría inmensa que desbordaba por todos sus poros. Brillaba de tanta felicidad y no podía quitar la tonta sonrisa de su rostro. Sólo esperaba que nadie le hiciera preguntas al respecto porque seguramente se pondría nerviosa por recordar los detalles.

Intentó disimular su efusividad y caminó hasta el comedor en dónde se encontró a todos, excepto a Thomas, que por suerte de ella ya estaba en los viñedos. Ya que intentar disimular el sonrojo frente a él sería imposible. Tomó lugar a un lado de Polette después de saludar a todos.

Compartieron el desayuno entre charlas triviales. Por suerte ninguno hizo ningún cuestionamiento respecto a su inmensa alegría, tal vez porque pensaban que era propio de ella. Y tales pensamientos eran ciertos. Sophie era sinónimo de alegría

Prieto y Polette mantuvieron un silencio y una mirada cómplice por lo sucedido en la noche. Ninguno lo mencionaría frente a nadie. El insomnio que sufrió la pelinegra la llevó a caminar hasta el jardín encontrándose allí al italiano. Mantuvieron una conversación intensa en la que Pietro terminó diciendo algunas palabras en italiano para hacerle un cumplido a la pelinegra. La cual terminó sonrojada al saber el significado y sin saber cómo ni por qué ambos terminaron la noche con un apasionante beso.

Polette no podía creer ni tampoco lo entendía. ¿Cómo es que la noche había terminado en ese desenlace? Debía admitir que había sucumbido a la belleza italiana. Pero más allá del simple beso estaban los años que los separaban. Lo único que podía haber entre ellos, era sólo una amistad. Algo en ella le decía, le advertía que aquel italiano no buscaba nada formal. Tal vez para él era un juego, sólo para pasar el rato mientras se cumplía su estadía en Londres. Pero Polette sabía que ella no era para pasar el rato. No es eso lo que ella buscaba en un hombre. Así que debía dejar atrás aquel ardiente beso que habían compartido la noche anterior.

Las horas fueron pasando y el buen humor de Thomas aún seguía intacto. No hubo ni un minuto en que no pensara en su pequeña; en su tacto, su piel, su olor, su todo.

Recordar todo lo que hizo en ella lo dejaba con más ganas todavía. Quería que ya fuese de noche para tenerla en sus brazos nuevamente; tal vez no haciéndole el amor pero al menos se conformaría con besarla hasta el cansancio.

– ¡Por favor! –pidió Víctor al ver que Thomas sonreía a cada nada– ¿Puedes decirme el secreto de tu felicidad?

– Claro que no. Son mis cosas –reprendió–. Mejor dime ¿A qué hora llegará la gente que pediste?

– A las 15 horas más o menos. Les dejé dicho que llegaran a esa hora para instruirlos con tiempo para mañana.

– Falta unos 20 minutos todavía. –dijo mirando su reloj de muñeca.

– Así que ¿no me dirás nada? –insistió nuevamente.

– Ya te dije que no.

Su respuesta sólo hizo refunfuñar a Víctor cómo sí fuese un niño pequeño peleando por un dulce que no quieren darle. Thomas se carcajeo por ello.

Al cabo de unos minutos comenzaron a llegar unos cuantos vehículos trayendo consigo a los nuevos trabajadores. Pero entre los autos lucía un Mercedes rojo del año estacionando frente a la mansión; del interior descendió luciendo unos zapatos de taco ajuga que hacía resaltar sus largas piernas, con un movimiento de sus manos acomodó su cabello rojizo y avanzó al interior de la casa contoneando sus caderas. Se movía con tanta soltura que parecía la dueña del lugar. Esperaba pronto serlo.

Aprovechó que en la entrada estaba Peter para entrar sin ser invitada, cómo de costumbre. Se guió por el ruido de las voces y llegó hasta la sala en donde encontró a Polette, a los mellizos, a un hombre sexy y a una extraña. A ésta última la miró de pies a cabeza, estudiándola.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora