Cap. 35- Hambre.

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Una vez en su cuarto, Imelda, arrojó la revista contra el sillón que siempre había en su habitación, y ahogó un grito de frustración. Se contuvo de tener que hacer una escena enfrente de todos, ya que podía jugarle en contra, lo que venía haciendo hasta ahora y eso no le convenía.

Pero cómo detestaba a la servidumbre. En toda su vida siempre los hizo menos, haciéndoles saber cuál era su lugar y que ella siempre estaría por encima de ellos. Le gustaba sentir ese sabor de poder que podía tener sobre ellos.

Y ahora resultaba ser que sus dos sobrinos les gustaban esa clase de mujeres. ¿Pero cuando se ha visto que un Müller aparente con gente así?. Pero esas mocosas no iban a arruinar sus planes, claro que no.

Cómo que se llamaba Imelda Waltz, evitaría esa humillación.

Si pudo lograr que la altanera de Polette dejara aquél mequetrefe que se creía Picasso, quién solo le daría una vida de necesidades y no los lujos a los que la acostumbró. Podía hacer que sus sobrinos dejarán a esas chiquillas con solo un chasquido de sus dedos. O al menos eso es lo que creía.

Se preparó para irse a dormir trazando sus planes en su mente. Tenía que hacer que Michelle entrara nuevamente en la vida de Thomas. No sabía aún cómo lo haría. Pero lo haría seguro.

No importaba si Michelle muriese al día siguiente, sí con eso lograba que Sophie se alejara por definitivo de Thomas. Pues aquel apellido jamás estaría ligado a un Müller.

Esa verdad era un as que guardaba bajo la manga y la usaría a su favor sin importarle nada.



Después de que su tía abandonara el living, todos se miraron entre sí un poco extrañados, ignorando lo que esa mujer se traía en manos.

– ¿Acaso nuestra tía se fue sin hacer tanto escándalo? –cuestionó Polette con el asombro reflejado en su rostro mirando hacia las escaleras.

– Así parece. –corroboró su hermano mayor.

– Eso sí que es algo nuevo. –pensó Polette en voz alta.

– Bueno, yo creo que me iré a descansar también. –añadió Emily sintiendo los nervios de la situación.

– ¡Aún no he preparado la cena! –se apresuró Diana a decir–. Por favor, quédate –insistió y Emily no pudo decirle que no–. ¡Grandioso!. Iré a la cocina, ustedes pónganse cómodos. –dijo retirándose de allí más animada.

– Niños a lavarse las manos –dijo Thomas a sus hijos y estos protestaron alegando que querían seguir jugando–. En ese caso, a bañarse.

Dictaminó Thomas autoritario cuando quisieron contradecirlo y sin poder refutar nada, ambos niños hicieron caso yéndose hacia sus habitaciones.

– Lo siento. Debo atender esta llamada. –dijo Polette, entre nerviosa y emocionada, cuando su celular comenzó a sonar, y aquel nombre brilló en la pantalla y se retiró de ahí con premura.

– Yo veré qué está por cocinar Diana –comentó Sophie–. Espero sea algo delicioso. Muero de hambre.

– Iré contigo. –añadió Emily caminando detrás de ella, cuando tomó rumbo a la cocina.

Así, ambos hermanos quedaron solos y Patrick, recordó lo hablado con Thomas en la tarde.

– ¿Qué es lo que quieres saber? –cuestionó Patrick ante aquella mirada interrogativa de Thomas.

– Todo.

Patrick suspiró profundamente antes de hablar del dolor que implicaba su pasado. Aquello que aún no podía dejar ir de un todo, porque le recordaba lo que era ser feliz y perderlo todo en un segundo.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora