Cap. 40- Enfrentar la realidad.

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Era cerca de medianoche cuando regresaron a la hacienda, las luces del porche y las que rodeaban la casa, eran las únicas que estaban encendidas. Ya todos descansaban a esa hora de la noche.

​​​​​Bajaron del vehículo totalmente cansados por el largo viaje y lo que conllevaba el asunto de Michelle, y Thomas agradeció nuevamente a su hermano por haberlo acompañado. Estaba seguro de que solo no lo hubiera hecho.

Al ingresar notaron que la única luz encendida en el interior, era el de la cocina; allí se encontraron a Polette, Pietro y a Diana que servía cafés a todos.

Thomas miró a Prieto por un segundo y la verdad era que no le caía mal la idea que fuese parte de su familia. Ese pensamiento lo hizo sonreír de momento. Sí Polette era feliz, él también lo era.

– ¿Cómo les fue? –preguntó Polette con ansias apenas cruzaron la puerta– ¿Se trataba de Michelle al final? ¿Cómo se encuentra ella?

– Así es, ella... –carraspeó Thomas antes de soltarlo todo– está enferma. Cáncer. Tal parece que no le queda mucho tiempo. –reveló con pesar.

– No puede ser. –dijo Polette con pena cubriendo su boca, y Diana llevó sus manos al pecho sintiéndose afectada por la noticia.

– Esa es la razón por la que se fue de la casa –Thomas pasó su mano por su rostro en gesto de cansancio–. Y nosotros creyendo lo contrario. Pensando siempre mal sobre ella –suspiró–. No sé siquiera como decirle a los niños. Cómo van a tomarse la noticia.

– Thomas, sabes que siempre cuentas con nosotros –apoyó Polette–. No tienes que hacerlo solo, le daremos la noticia juntos, si quieres. –Thomas asintió un poco más tranquilo.

– ¿Y Sophie cómo está? ¿Preguntó el motivo de mi ausencia?

La mirada significativa que hubo entre Polette y Diana, llamó la atención preocupante de Thomas.

– Ella no está bien, Thomas. –dijo Polette.

– No le cayó bien la noticia de que no se encontrará en la casa –secundó Diana–. Y se dio cuenta de que se había ido a ver a la señorita Michelle, se puso muy mal y se encerró en la habitación. Ni siquiera bajó a cenar.

No esperó un segundo más e inmediatamente subió las escaleras para ir a su encuentro. Imaginarse en lo que ella podría estar pensando sobre él y su viaje repentino, le anudaba el estómago.

Abrió la puerta de su habitación y le extrañó encontrar la cama vacía y no verla por ningún rincón, con un suspiro cansino supo en donde se encontraba ella.

A pasos largos llegó hasta la puerta de la habitación que ocupó, Sophie, en un principio y lentamente abrió la puerta.

La habitación estaba a oscuras, apenas la luz de la luna lograba filtrarse por la ventana y disipó en esa penumbra, el cuerpo de Sophie, sobre la cama, envuelta entre las cobijas.

Decir que el corazón no se le apretujó en el pecho en ese momento sería una vil mentira.

Con cautela se fue acercando hasta la cama, Sophie aún dormía y sin querer importunar sus sueños, se recostó a su lado quedando de frente y la envolvió en sus brazos, respirando su inconfundible aroma a vainilla.

– Estás aquí... Volviste. –dijo Sophie en apenas un susurro.

Thomas la miró atento, percatándose de que aún con sus ojos cerrados, derramó una lágrima. Automáticamente la secó con su pulgar y besó su nariz y su frente, en un gesto cariñoso. Supo que ella no la estaba pasando bien tampoco.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Where stories live. Discover now