Cap. 22- Miedos afuera.

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Thomas sabía que debía darle su tiempo a Sophie; al menos por ésta noche no conseguiría nada con ella, pero no se rendiría fácilmente; claro que no, ella era todo lo bueno que estaba necesitando sin saber que lo estaba buscando

Se dejó caer en la cama y cruzó sus brazos bajo su cabeza. Suspiró sonoramente mirando el blanco del techo cómo si fuera a encontrar allí alguna respuesta.

Cerró sus ojos y empezó a sentir el vacío en su cama; a extrañar su calor, su olor, sus delgados brazos rodear su cintura mientras su cabeza reposaba en su pecho. Extrañaba todo lo que ella representaba.

No quería volver a la oscuridad de su mente. No iba a perder su faro. Tal vez fuera egoísta por pensar así, pero él desesperadamente necesitaba de Sophie.

Dio varias vueltas en la cama, durmiendo de a ratos. Apenas conciliaba el sueño, volvía a despertarse.

Miró hacia la ventana, el alba apenas despuntaba en el horizonte y recordó entonces que Sophie debía de estar despierta ya.

Se levantó de la cama y se asomó por la ventana mirando el paisaje que le regalaba aquel amanecer. Le pidió a Dios internamente que su muchachita quisiera escucharlo ésta vez.

Un movimiento en el jardín llamó su atención. Fijó la vista y pudo distinguir a Sophie con una manta sobre sus hombros caminar alejándose de la casa hacia la arboleda.

Vio su oportunidad, sabía dónde ella se dirigía. Conocía tan bien ese lugar como la palma de su mano; trayéndole buenos y malos recuerdos de su niñez.

Se vistió en un parpadeo y a la velocidad de la luz bajó las escaleras abriendo en un segundo la puerta hacia el jardín, tomando el mismo camino que ella.

Cada vez que sus pasos lo acercaban a su destino sintió dos cosas en su pecho; a lo que le costó distinguir uno de otro.

Incertidumbre fue la principal emoción. Encontrarla allí y no saber cómo ella lo miraría esta vez; no quería ver en sus ojos la decepción que se reflejó en ellos el día anterior. Deseaba que ella escuchara, comprendiera y le perdonara el ser un idiota. Debía preparar su mente para el reclamo y tal vez, un rechazo.

Tristeza fue lo segundo; por lo que representaba volver a ese lugar otra vez después de tantos años. No había pensado en ese gazebo desde los 12 años, antes de que todo lo malo se cerniera sobre su familia, cuando aún compartía ese lugar con sus hermanos. Había sido construido por su padre, ante la insistencia de sus hijos varones por querer tener una casa sobre el árbol. Y a falta de un buen árbol en dónde pudiera ser construido optó por hacer un gazebo, lo que era lo más similar.

Sonrió con nostalgia por aquellos años olvidados; aquellos buenos recuerdos que aun vivían en lo más recóndito de su mente.

Antes de llegar pudo apreciar una suave melodía. Con cautela se asomó y la observó tararear una canción, apoyada sobre el pilar de la pequeña construcción.

De no haberla conocido antes hubiese jurado que se trataba de una ninfa del bosque, pues su apariencia así lo demostraba.

La observó por casi un minuto, con sus ojos cerrados y aquellos labios rosados y pequeños que deseaba probar con ansias. Ella le hacía bien al alma, y ¿qué era eso sí no era amor? ¡Ah, que estúpido y tonto corazón! que se negaba a reconocer lo más bello que podía sentir.

Salió de su estupor y decidido se acercó hasta ella dispuesto a todo.

– Buen día, pequeña –dijo en voz baja al llegar a ella, aún así logró sobresaltarla.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Where stories live. Discover now