Cap. 45- De nuevo en casa.

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Las mejillas de Sophie, no pudieron enrojecer más de lo que ya estaban con aquellas palabras. Aún seguía teniendo el mismo efecto en ella, que el primer día. Y cómo amaba Thomas, verla así solo por él.

– Mandaré a alguien al pueblo por una prueba de embarazo así nos quitamos las dudas, ¿Te parece? O podemos ir nosotros mismos si quieres. –propuso Thomas con evidente felicidad.

– Yo... ehm... ¿Podríamos esperar para eso? –preguntó nerviosa y vio como Thomas fruncía el ceño confundido– No creo que... que sea lo mejor. Al menos hoy. –desvió su mirada y Thomas comprendió.

El tema de Michelle aún seguía latente y tal parecía que Sophie no quería causarle ninguna tristeza, más con un embarazo.

– Cariño, no te preocupes –dijo besando su frente–. Lo haremos cualquier día. Cuando tú quieras. ¿Sí? –ella asintió más tranquila– Aunque aquí entre nos, diría que no hace falta ningún test para saber de que los estás.

– Presumido –dijo Sophie divertida–. Vas a ser un papá muy presumido. –dijo entre una pequeña risa.

– Ya soy un papá presumido, solo que ahora lo seré el doble –sonrió ante esa idea. Sophie lo miró emocionada y feliz– ¿Por qué las lágrimas, cielo? –preguntó cuando vio sus ojos vidriosos.

– Seré mamá... voy a tener un bebé, vamos a ser una familia.

– Pequeña, ya somos una familia. Desde que me pediste aquel beso en la biblioteca, supe que no sólo serías la chica que imparte clases a mis hijos. Y cuando me confiaste tu cuerpo y te entregaste a mí, sé que lo hacías con tu corazón y supe que no serías alguien más, tu... llegaste para quedarte –le dio un beso casto y seguido llevó una de sus manos al vientre plano de Sophie–. Y con este pequeñín confirmo mis palabras. No me importa cuántas veces tenga que repetirlo.

Sophie, se abrazó a él, con fuerzas. Estaba más que feliz, ahí, en sus brazos.

– Eres un hombre increíble, ¿Lo sabes? Lo mejor que me pudo pasar en mucho tiempo. Gracias. –suspiró feliz. Thomas sonrió por ello.

– ¿Por qué? –preguntó mientras acariciaba toda su espalda.

– Por no darte por vencido conmigo. Por estar siempre tan seguro con lo nuestro. Por amarme. Por todo. Gracias.

– Pues, cariño... –Thomas, sujetó su mentón haciendo que lo mirase– ha sido un placer. –dijo y asaltó su boca como un hambriento, sin desenfreno alguno.



Después de haber recibido las indicaciones de su hermano diciéndole que alguien de confianza vendría a buscarlos, no esperó que iba a encontrarse nuevamente con aquellos ojos verdes que la devoraban con la mirada.

Trató por todos los medios posibles no ser evidente con sus nervios, que parecían estar consumiéndola lenta y tortuosamente. Y más allá de eso, no quería asaltarlo como desesperada por sentir nuevamente sus labios, siendo que hacía unas horas atrás los había probado gustosa.

Apartó aquel deseo de su mente y se centró en el presente. Michelle había terminado ya de empacar lo poco que tenía en aquel lugar. Sería trasladada en ambulancia hasta la finca por prevención y una enfermera estaría a su cuidado a toda hora. Su estado de salud era delicado y cada día se vería más deteriorado.

Una vez Michelle, ingresó en la ambulancia; Pietro, Polette y los niños se ubicaron en el auto y emprendieron viaje siendo seguidos por la ambulancia.

En el camino de regreso no hubo mucho silencio, ya que los niños iban más parlanchines de lo que esperaban. Haciéndole preguntas a Pietro, sobre su país y hasta intentando averiguar cuál era aquel negocio que tenía en la ciudad. El italiano esquivó esa respuesta de manera muy audaz. No quería que nadie supiera la razón, ni siquiera la mujercita a su lado, porque a fin de cuentas quería guardarse el efecto sorpresa.



– Llegarán pronto. –susurró Sophie, medio adormilada. Ambos yacían abrazados en la cama.

– No deben de tardar tanto –afirmó Thomas–. ¿Pequeña?

– ¿Mhm? –dijo Sophie y ahogó un bostezo.

– Ella quiere conocerte.

– ¿Qué? –espabiló y levantó su cabeza para mirarlo.

– Ella me dijo que le gustaría conocerte. Saber cómo eres y todo eso. Claro, si tu quieres.

Sophie, lo analizó y lo pensó seriamente. ¿Sería bueno conocer a Michelle? Después de todo compartirían el mismo techo. Tal vez tarde o temprano, sucedería.

– ¿Tú qué dices? –quiso saber. Thomas, acarició su mejilla.

– Es una buena idea. Podrás comprenderla mejor y podrán conocerse. Honestamente, ella sigue siendo la misma antes de que se fuera, así que es probable de que se agraden.

Sophie, torció el gesto indecisa. Pero apelando a las buenas palabras de Thomas y de que quería hacer las cosas bien esta vez, aceptó.

– Bien. Creo que es lo correcto después de todo. Y hablar después con tus hijos, explicarles, creo que me precipité un poco.

– ¿Un poco? –tomó aquellas palabras como broma después de todo lo sucedido. Sophie hizo un puchero infantil– Aunque aquí entre nos, voy a castigarte como mereces.

Sophie, abrió sus ojos sorprendida por sus palabras porque bien sabía a qué castigo se refería. Thomas, sonrió orgullosos cuando las mejillas de su mujer, se encendieron como llamas e inclinándose hacia ella, se adueñó de su boca, como si estas fueran hechas a la medida. Pero aún no, aún no le daría su castigo.


Una hora más tarde la llegada de los demás irrumpió en la casa. El grito de los niños resonó en todas las habitaciones, felices de tener a su madre en casa otra vez.

La emoción de Michelle se reflejó en sus facciones al ver que nada había cambiado en el lugar. Los viñedos, la casa, incluso las flores que bordeaban la fuente y la casa, la grava del camino. Todo seguía igual.

De la casa una muy feliz y emocionada Diana, salió a recibirla con besos y abrazos, haciéndole saber lo mucho que le había echado de menos; y así le siguieron los demás empleados.

El bullicio del recibimiento llegó hasta la habitación de Thomas, quién entreabrió sus ojos y observó a la mujer a su lado. Con su cabello castaño revoltoso sobre la almohada, sus labios apenas separados y su relajada respiración. Se sintió el hombre más afortunado del mundo y pronto sería padre una vez más.

Llevó una mano a su vientre y se imaginó como se vería ella, cuando su vientre se hiciera notar. Cuando tuviera seis; siete u ocho meses. Sonrió como un completo enamorado. Y es que así vivía los últimos meses. Esa mujercita lo mantenía feliz.

Volvió a escuchar las voces en la planta baja y supo que los demás habían llegado. Besó la frente de Sophie, y abandonó con cuidado los brazos de su pequeña, dejándola dormir un poco más. Y en silencio abandonó también la habitación.

Cuando llegó a la sala y los vio a todos reunidos y a Michelle entre ellos, un recuerdo asaltó su memoria. Unos años atrás, en esa misma sala y con esas mismas personas –obviando la presencia de Pietro–, y la intensa felicidad en el aire, todos abrían sus regalos de Navidad. Apartó aquel recuerdo cuando se vio así mismo, en brazos de Michelle y a punto de besarla. Eso pertenecía ya al pasado y ahí, no se podía regresar jamás.

Llegó hasta ellos y agradeció a Pietro, por su consideración y apoyo en ese momento; y le brindó a Michelle la bienvenida a casa; pidiéndole a Diana que condicionara una habitación para ella y otra más, para la enfermera quién se quedaría el tiempo necesario.

Diana, acató de inmediato su orden y desapareció escaleras arriba. Mientras Polette, lo miraba inquisidora esperando que le dijera algo sobre Sophie. Thomas no dijo nada, pero le dio a entender todo con una sonrisa y Polette, suspiró tranquila, sabiendo que Sophie estaba en casa.

A las preguntas silenciosas se le sumaron también sus hijos, ambos ya tenían a su madre consigo pero aún así no tolerarían la idea de perder a Sophie. Thomas los miró y de igual manera que hizo con Polette, les sonrió y ambos niños sonrieron por automático. Todo estaría bien ahora.

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora