Cap. 33- Michelle.

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En los días siguientes de lo único que se hablaba en los medios y en el pueblo, fueron los rumores del nuevo amor de, Thomas Müller; ya que era una de las personas más conocidas e influyentes por lograr mantener un legado en los climas de un país que no es tan favorable para las cosechas de uvas.

Para los medios que adoraban el chisme, consideraban algo rápido, el que haya conseguido un nuevo amor y haya olvidado a la flamante, Michelle Thatcher, por el que creyeron estaba tan enamorado.

Pero tal parecía que las cosas no siempre eran como se veían. Cada quien tiene su propio tiempo para sufrir un desamor, una traición, un abandono. Y todo tiempo se respeta. Todo tiempo es correcto y es el adecuado.

El tiempo es el mejor maestro y cuando aquel dolor ya no duele, vuelves a vivir; a darte otra oportunidad para amar, para ser feliz. Porque aquel peso desaparece y aquella oscuridad en la que estabas sumido se desvanece.

Y para ella era una verdad que había aceptado hace mucho, pero al que no se había enfrentado para considerarla una dura realidad.

Con las fuerzas que aún la acompañaban, se levantó de su cama y caminó hasta llegar a la ventana. Observó, desde el quinto piso de aquel hospital, el tránsito de la ciudad de Londres y saber que ellos sólo se encontraban a pocas horas de viaje, volvió a acongojar su corazón.

Una lágrima abandonó sus ojos y así le siguieron las demás. Apretó con fuerza el periódico de hacía una semana, en dónde aquel hombre que jamás dejó de amar, abrazaba y besaba a una hermosa jovencita.

Se dijo a sí misma de que era algo que pasaría tarde o temprano. Aunque le doliera, la vida de ellos, debía transcurrir sin ella.

Acarició su anillo de bodas que nunca tuvo el deseo de quitarse, y con pena secó sus lágrimas, e intentó con mucho esfuerzo esbozar una sonrisa. Auto engañarse de que todo estaría bien al final.

Un golpe en la puerta llamó su atención y después de dar el permiso, su enfermera, que la cuidaba desde el primer día, le anunció que tenía visitas. La primera en años.

– ¿Para mí? –preguntó con asombro y la enfermera asintió con ánimo de que alguien al fin viniera a visitarla.

Después de aceptar, con algo de preocupación de quién pudiera ser aquella persona, caminó de nuevo a su cama y sentándose, le dio la espalda a la puerta.

Acomodó la porción de tela que cubría su cabeza y trató de poner su mejor ánimo. Aunque el color pálido de su piel y las sombras bajo sus ojos, delatarían su estado actual.

– Debo admitir que fue muy difícil encontrarte –dijo aquella voz que reconoció al instante. Un frío recorrió su sangre y por unos segundos, enmudeció–. Y no creí que pudiera encontrarte aquí. Te hacia en alguna playa del Caribe. –dijo con tintes de burla que quiso disfrazar con una broma inocente.

Michelle giró medio cuerpo para observar con sus ojos muy abiertos, a Imelda Waltz, quien la miraba con lástima, por la condición tan deplorable en que su enfermedad la había reducido estos dos últimos años, y con decepción y enojo, porque su enfermedad no era algo con lo que contaba para sus planes.

Apenas sólo quedaba la sombra de lo que alguna vez fue aquella deslumbrante mujer.

– ¿Tía Imelda? –preguntó aún incrédula ante lo que sus ojos veían.

– La misma que calza y viste, cariño –respondió con su característico porte–. No sabes cómo lamento encontrarnos en esta situación –mencionó apenada–. Pero, querida, ¿cómo es que nunca nos contaste sobre esto?

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Where stories live. Discover now