Cap. 5- Sophie.

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Annette, Alex y Sophie estaban sentados en el suelo de la biblioteca en una pequeña ronda, mientras Sophie sostenía un libro en sus manos y leía de forma muy amena, los niños escuchaban atentamente.

Hace dos años esa escena era algo de todos los días, pero de un día para el otro esos días se esfumaron sin más.

Thomas se apoyó en el marco de la puerta y observó atento la escena. Hace mucho que sus hijos no compartían así con nadie. Sonrió por ese gran cambio en ellos.

– "Si alguien ama una flor de la que sólo existe un ejemplar en millones y millones de estrellas –recitó Sophie aquellas palabras con vehemencia y Thomas la observaba fascinado–, basta que las mire para ser dichoso. Puede decir satisfecho..."

– "... Mi flor está allí, en alguna parte..." –prosiguió Thomas con la misma vehemencia que implementó Sophie y tanto ella cómo los mellizos lo observaron.

– "Pero si el cordero se la come, para él es como si de pronto todas las estrellas se apagaran..." –concluyó Sophie– Señor Müller, que sorpresa –expresó Sophie sonriente al cerrar el libro–. No creí que fuera fan de El Principito.

– Mi padre me hacia leerlo siempre cuando era niño –dijo encogiéndose de hombros–. La frase se me quedó, es todo –intentó restarle importancia– ¿Cómo han estado? ¿le dieron problema los niños? –indago con un ligero ceño fruncido.

– En absoluto –Sophie miró de uno a otro y les brindó una dulce sonrisa que los niños devolvieron–. Se han portado de maravillas ¿no es así, niños?

– Claro que sí –respondió Annette enérgica sorprendiendo a Thomas. Muy diferente a cómo se encontraba en la mañana al conocer a Sophie.

– Sophie nos agrada, padre ¿se quedará con nosotros definitivamente? –preguntó Alex con sus ojos azules inquisidores.

– Sólo si la señorita Moore así lo desea –dijo Thomas mirando a Sophie y de pronto tenía tres pares de ojos azules observándola.

Miró de uno a otro y detuvo su mirada en la de Thomas y no pudo descifrar lo que estos transmitían.

– Cuando no me quieran pero me necesiten, me quedaré –dijo entre risas haciendo referencia a las palabras de Nanni McPhee provocando así las risas de los demás.

– Pero a nosotros nos agradas igual –añadió Alex divertido.

– Será un placer quedarme con ustedes, entonces –concluyó.

Luego de haber compartido la primera de muchas cenas entre anécdotas y risas, Sophie se preparaba para descansar para dar por terminado un largo día.

Después de una relajante ducha se colocó una bata blanca de toalla y sacó de uno de los cajones su pijama para disponerse a dormir, el cual consistía en short y musculosa; y su cabello lo envolvió con una toalla.

Unos golpes en la puerta la interrumpieron. Dejó sus prendas sobre la cama y con sus pies descalzos fue hasta la puerta y abrió tan sólo un poco, y un par de ojos azules brillaban al observarla.

– Señorita Moore –habló Thomas con vos baja casi en un susurro y Sophie lo miró sin poder evitar su sorpresa.

El pasillo se encontraba totalmente a oscuras, pero temia hacer ruido y ser descubierto en la puerta de la habitación de la institutriz.

Por que estaba seguro que no podría explicar su presencia ahí.

– Señor Müller, ¿sucede algo? –Sophie respondió también en el mismo tono que él.

– Todo está bien –dijo algo nervioso y rascó su barbilla, gesto que no pasó desapercibido por Sophie–. Sólo quiero saber si usted se siente cómoda, aquí.

– ¿En la casa, con sus hijos? –él asintió– Es cómo lo dije antes, señor Müller; adoro a los niños y Annette y Alex son increíbles –sonrió y después de una pequeña pausa prosiguió–. Tuvimos una pequeña dificultad en la mañana, pero nada que no se pudiera solucionar –él volvió a sonreír, se le daba muy fácil con ella cerca. Sophie parecía ser una solución con sus hijos que hace mucho buscaba–. Sus hijos son encantadores, siempre cuando uno saque lo mejor de ellos y ellos lo son –aseguró–. Jamás piense lo contrario de ellos.

– Realmente estoy agradecido con lo que ha hecho por ellos –dijo Thomas y sin ser consciente de que cada vez se acercaba más a Sophie, sintiéndose atraído como un imán, quién permanecía a un lado de la puerta–. Y más aún de saber que se encuentran a gusto con usted.

– Sólo es cuestión de saber tratar con ellos. Cómo le mencioné antes –dijo Sophie y aún teniendo los nervios de punta por la cercanía de Thomas y el calor que este desprendia de su cuerpo, levantó la mirada y se descubrió a escasos centímetros de él–, soy de paciencia infinita –susurró sobre su rostro y el aliento mentolado desconcertó a Thomas quién sintió unas ganas de probar esos pequeños labios rosados y carnosos.

Se humedeció los labios con la lengua bajo la atenta mirada de Sophie. Quien miraba aquel gesto como quien descubre algo nuevo. Pudo notar cómo sus mejillas se encendían cada vez más.

Se vio realmente tentado a probar sus labios con los suyos. Pero joder, era tan joven y aún así fantaseo con su suave textura y su exquisito sabor. Supo de inmediato que aquella boca encajaría perfecto con su boca.

Se fue inclinando cada vez más y al parecer Sophie no se oponía a lo que él tenía en mente; se aferró a la perilla de la puerta ante la inminencia de lo que sucedería y fue cerrando despacio sus ojos dejándose llevar y entregándose al momento.

Por una vez en su vida quería poder sentir aquellas sensaciones que siempre escuchó decir a sus compañeras del instituto. Aquellas muchachas que siempre comentaban lo que sentían cada que besaban a un chico o aquellas más experimentadas que decían sin pudor lo increíble que se sentía el haber mantenido relaciones sexuales y las explosiones de emociones que conllevaba un orgasmo.

Thomas rozó la punta de su nariz con la de Sophie quien entreabrio sus labios y alarmas sonaron en su cabeza deteniéndose de golpe.

La observó atento y la juventud de Sophie lo atraía. Su cara de ángel le transmitía esa paz que hace tiempo anhelaba poder encontrar. Tan joven, bonita e inocente. No podía, aún que quisiera. No podría arrastrarla a su mundo.

– Que descanse, señorita Moore. –se despidió y rápidamente desapareció por los oscuros pasillos rompiendo así la burbuja de deseo que se formó entre los dos.

– Igual usted, señor Müller. –susurró suave al encontrarse sola.

Cerró la puerta de su habitación y se apoyó en ella. Pasó sus manos por su rostro y sintió el calor en sus mejillas, detuvo sus dedos tocando su nariz y el cosquilleo que sintió al sentirlo tan cerca.

Ningún hombre se había aproximado a ella tanto como él lo había hecho ésta noche.

Se reprendió mentalmente por haberse dejado llevar, para su suerte él había decidido detenerse a tiempo.

Pero ¿Por qué el señor Müller habría querido besarla? No tenía respuesta para su actitud de hace un rato.

Y lo más importante ¿Cómo haría para verlo a la cara sin desear que pase lo que él quiso evitar hoy?

La Institutriz | Mi Luz (libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora