Siempre contigo

By Lily-Bela

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¿Qué habría pasado si aquella horrible noche en el Valle de Godric, Lord Voldemort realmente hubiese muerto... More

Prologo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Parte 2: Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Parte 3: Capitulo 1
3. Capitulo 2
3. Capitulo 3
3. Capitulo 4
3. Capitulo 5
3. Capitulo 6
3. Capitulo 7
3. Capitulo 8
3. Capitulo 9
3. Capitulo 10
3. Capitulo 11
3. Capitulo 12
3. Capitulo 13
3. Capitulo 14
3. Capitulo 15
3. Capitulo 16
3. Capitulo 17
3. Capitulo 18
3. Capitulo 19
3. Capitulo 20
3. Capitulo 21
3. Capitulo 22
3. Capitulo 23
3. Capitulo 24
Parte 4: Capitulo 1
4. Capitulo 2
4. Capitulo 3
4. Capitulo 4
4. Capitulo 5
4. Capitulo 6
4. Capitulo 7
4. Capitulo 9
4. Capitulo 10
4. Capitulo 11
4. Capitulo 12
4. Capitulo 13
4. Capitulo 14
4. Capitulo 15
4. Capitulo 16
4. Capitulo 17
4. Capitulo 18
4. Capitulo 19
4. Capitulo 20
4. Capitulo 21
4. Capitulo 22
4. Capitulo 23
4. Capitulo 24
4. Capitulo 25
4. Capitulo 26
4. Capitulo 27
4. Capitulo 28
4. Capitulo 29
4. Capitulo 30
4. Capitulo 31
4. Capitulo 32
4. Capitulo 33
4. Capitulo 34
4. Capitulo 35
Preguntas y respuestas

4. Capitulo 8

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By Lily-Bela

Harry estaba en la sala de la casa, sentado en uno de los sillones leyendo uno de los tantos libros que tenía su profesor. Hacía un rato que su profesor recibió una carta y dijo que debía salir un momento. El joven no se molestó ni se molestaría de ninguna manera si pasaba eso en los próximos días. Entendía que debía ser por trabajo y Snape era una persona ocupada. Además, en varias ocasiones le dijo que si en cualquier momento necesitaba algo sólo debía llamar a Dobby y Tara y ellos lo atenderían. Harry había dicho que sí, pero no le agradaba la idea de usar a los elfos. Él consideraba que era diferente porque llamaban a Snape «amo», así que era lógico, pero él no lo era, así que no quería parecer aprovechado. En su lugar, fue a la cocina y al notar que estaba un poco desordenada, decidió limpiar. Ya había arreglado su cuarto esa mañana antes de desayunar, así que la cocina no sería un problema. No sabía dónde guardaba Snape las cosas de limpieza o si tenía, pero curioseando por algunos armarios encontró algunas cosas.

Al terminar de lavar algunos platos y utensilios, volcó agua con un poco de lejía en la encimera y la limpió sin esfuerzo. Había algunas manchas que podían fácilmente confundirse con las que aparecen con los años mientras los muebles van perdiendo brillo, pero él las conocía bien. Y había aprendido cómo quitarlas sin esfuerzo y sin dejar rayones, ya que su tía se ponía como loca si su cocina mostraba alguno, así que él había aprendido cómo hacerlo para que ella no se enojara.

Después, se fue a la sala y acomodó algunos libros en sus respectivos lugares. Lo sabía porque su profesor siempre parecía ordenarlos en orden alfabético, igual que sus pociones. Además, los espacios vacíos lo hacían obvio. Sonrió al imaginarse a Snape ordenado también los libros por color o tamaño. Sus tíos a veces lo hacían ordenar las cosas por orden alfabético o color, pero con los años Harry entendió que sólo era porque querían que estuviese todo el tiempo haciendo algo y no porque fuese realmente útil. De todas formas, jamás los cuestionó o habría deseado no hacerlo.

Se estremeció al pensarlo y casi deja caer uno de los libros más grandes que tenía su profesor. Quizás no estaba muy preocupado o afectado por las veces que sus parientes le pegaron, ya que había asumido que quizás muchos padres debían darle lo que sus tíos llamaban «correctivos» cuando se portaban mal (además, Snape ya le había explicado que eso hacen los padres cuando los niños llegan muy lejos con sus travesuras y él siempre hacía que cosas extrañas pasaran cuando era pequeño y sus tíos odiaban eso, así que quizás eso era para ellos «ir muy lejos»), pero si pensaba en las cosas horribles que le decían, aseguraría que le causaban un dolor extraño en el pecho. Petunia siempre decía que debía «ayudar» con las tareas del hogar porque ellos lo habían recibido después de que sus padres murieron, pero Vernom podía ser mucho más hostil verbalmente. Físicamente también, pero Harry recordaba con más claridad las palabras hirientes que los golpes en sí. De hecho, apenas y recordaba las veces que le pusieron las manos encima. Claro, sí recordaba a su primo hacerlo, pero teniendo en cuenta que tenían la misma edad, Dudley se aprovechaba de eso, porque la mayoría de adultos pensaban que «eran cosas de niños». Pero su profesor ya le había dicho que eso no estaba bien, porque luego las cosas pueden empeorar. Dudley era la clara muestra de ello con su comportamiento.

Al acabar de acomodar los libros, sólo dejó uno en el suelo para no olvidar leerlo, ya que ese en particular había llamado su atención. La mayoría de libros eran sobre pociones o la historia general de la magia, así que encontrar uno diferente resultó extraño, aunque de buena manera. Se le hacía un poco raro el silencio que había, apenas sí podía oír algunas voces en las calles, pero la verdad, no le molestaba. De hecho, lo ayudaba a no estresarse demasiado, ya que cuando quería leer, odiaba que las personas hablasen muy fuerte. Pasaba mucho en la casa de sus tíos y en Hogwarts, pero en ese último caso era comprensible, ya que era una escuela. En Privet Drive apenas podía leer una página entera antes de que las voces de sus parientes le perforaran los oídos con sus estruendosas risas y demás, y ni hablar de cuando estaba Marge. A veces se preguntaba cómo hizo para no quedarse sordo.

Miró hacia una esquina y notó que Hedwig estaba parada en el escritorio, mirando por la ventana. Sabiendo lo bien que lo entendía, le preguntó si quería salir a estirar sus alas, pero ella hizo algo parecido a sacudir la cabeza para negarse y se posó casi en al borde. Ahí lo entendió: como Snape se había ido, ella le estaba haciendo compañía, igual que lo hacía cuando estaba en Privet Drive. Luna le mencionó en muchas ocasiones que las lechuzas como Hedwig podían tener actitudes muy protectoras con sus dueños, así que no sería una sorpresa si se comportaba de esa forma muy a menudo.

Giró la cabeza bruscamente al oír el rugido del Flu y supo que su profesor ya iba a regresar. Un segundo después, el hombre de negro salió majestuosamente de la chimenea, con su túnica ondeando detrás de él. El joven siempre se había preguntado si usaba algún hechizo para la tela se moviese de forma dramática. Tuvo que contener una sonrisa al pensarlo.

—Bienvenido, señor—lo saludó Harry, dejando el libro a un lado y poniéndose de pie.

—Hola, Harry. ¿Cómo has estado?

—Muy bien, señor. Estuve leyendo y haciendo otras cosas.

Severus se dirigió a la cocina siendo seguido por el joven. Al ver el lugar impecable, preguntó:

— ¿Les dijiste a Dobby y Tara que limpiaran? Yo no recuerdo haberlo hecho.

—Oh, no. Limpié yo—contestó tranquilamente, encogiéndose de hombros—. No quise molestarlos y además, me vino bien. No puedo estar quieto demasiado tiempo, a menos que lea algo.

Severus frunció el ceño y miró el lugar con más atención. Por lo general, no les decía a los elfos que dejasen el lugar «impecable», sino más bien «acomodado». Incluso las manchas que creía imposibles de quitar con magia habían desaparecido. Pero no se había ido tanto tiempo como para que el joven limpiase todo con sus propias manos. Por otro lado, Harry no sería capaz de usar magia sin un mago presente y menos fuera de la escuela.

— ¿Usaste magia?—preguntó de todos modos, sólo queriendo asegurarse de que no lo había hecho.

—No, señor—negó él, abriendo bastante los ojos—. Sé que no debo. Sólo... lo hice como en la casa de mis tíos. No tardé demasiado igual.

—Ya lo veo—murmuró Severus, volviendo a mirar su cocina.

Pensó en la sala y apenas entró, se dio cuenta de que todos los libros estaban acomodados tal y como él solía hacerlo cuando se le empezaron a acumular, pero luego simplemente dejó de hacerlo.

No sabía qué debía decirle en ese momento. ¿Agradecerle? ¿Decirle que no era su deber? ¿Debía preguntarle si tenía que ver con las tareas que estaba acostumbrado a hacer desde que aprendió a caminar básicamente?

—Limpiaste muy bien el lugar. Incluso sacaste las manchas que peor estaban—acabó diciendo de forma seria.

Harry levantó la cabeza y le sonrió ampliamente. No esperaba que le dijera eso, ya que lo general lo único que le decían luego de limpiar era que «se fuese para no estorbar». Casi era extraño escuchar a alguien decirle eso.

— ¿Comiste algo?—preguntó Severus.

Harry negó con la cabeza y luego dijo:

—No. Pensaba preparar algo.

Severus inhaló duramente, aunque Harry pareció no notarlo.

—No hace falta—aseguró el hombre de negro—. Esperáme en la sala. Les diré a Tara y Dobby que preparen algo.

—Está bien...—contestó el joven con cierta duda.

Cuando él se fue a la sala, Severus llamó a sus elfos y les pidió té y algunas galletas o tostada con mermelada y mantequilla. Sabía que Harry prefería más las tostadas. Siempre lo veía en el desayuno con sus amigos, era lo primero que elegía junto con el té con miel. Esperaba que siguiera así. Para él, pidió café con ese toque de licor que siempre lo calmaba y les dejó claro que no debían mencionar nada delante de Harry. Ambos asintieron y se pusieron en ello.

Mientras esperaba a los elfos, fue a la sala y se quitó la túnica. Le incomodaba usarla en su casa. Harry se había sentado en el mismo sillón que estaba cuando él llegó. Estaba mirando por la ventana y parecía pensativo.

— ¿En qué piensas tanto?—indagó, sentándose en el sillón frente a él.

—En nada en especial—contestó Harry, de forma bastante rápida.

— ¿En serio?—preguntó con cierto sarcasmo Severus, arqueando una de sus cejas.

Harry desvió la mirada. Debía considerar que nada de le escapaba a su profesor, así que negarlo de nuevo no le serviría. Abrió y cerró la boca un par de veces y eso ya le indicó a Severus lo que podía resultar obvio.

—Puedes preguntarme lo que sea. Veo que te estás esforzando por contenerte—bromeó ligeramente, logrando que Harry le lanzara una mirada burlona.

—Señor, ¿fue por trabajo que tuvo que irse hoy? Parecía preocupado cuando salió.

—Sí, podemos decir que fue una cuestión laboral. Fui convocado junto con los demás Jefes de Casa por el director. Nada más—respondió. Sabía que no era un buen momento para contarle que estaban tratando de encontrar a Quirrell y Pettigrew. No habían tenido demasiados avances, ya que las personas que comentaron haberlos visto en ocasiones les perdieron el rastro o simplemente no habían vuelto a ver nada extraño. Los profesores se cuestionaron si era posible que esos dos supiesen que los estaban buscando ellos y no sólo los Aurores. Y si era así, lo más probable era que tuviesen oídos en todos lados. El tema ya era lo bastante complicado para ellos como para que él se lo pasara a un adolescente.

—Oh. Entiendo—contestó Harry, conforme con esa respuesta. Sabía que el hombre era muy receloso sobre hablar de sus temas más personales, así que no lo presionó—. ¿Están todos bien?

—Sí. Sólo se está arreglando algo para el próximo año escolar—mencionó—. No te diré qué, pero sí que puede resultar interesante para muchos alumnos.

—Ya siento mucha curiosidad—sonrió Harry, mientras sus ojos brillaban.

Tara y Dobby llegaron con un par de bandejas que dejaron sobre la mesa de estar. Se inclinaron cuando Severus les dijo que podían irse y se marcharon luego de que Dobby saludara con la mano a Harry. Cuando el joven le sonrió amistosamente, el elfo pareció emocionarse y se fue con una gran sonrisa.

—Parece que te llevas bien con él—comentó Severus, luego de darle un sorbo a su café. El inconfundible gusto del licor invadió su boca y lo hizo sentirse relajado. Agradecía que beberlo en el café cargado disimulara completamente el olor.

—Bueno, las veces que me visitaba en la casa de mis tíos, hablamos bastante y me contó cómo fue que terminó viviendo con usted—dijo Harry—. ¿Siempre le pidió que fuese a verme?

—La mayoría de veces, sí—confirmó Severus—. Aunque en otras ocasiones no pudo ocultarme que fue por su cuenta para verte, ya que claramente le caíste bien. A Tara no le caes mal, pero ella suele ser un poco reticente hacia las demás personas. Y Dobby se castigó bastante cuando supo que yo sabía que iba a verte, pero le dije que no se preocupara y que podía hacerlo.

—Lo siento, ¿cómo que se castigó?

Severus rodó los ojos, recordando que Harry no había crecido en el mundo mágico.

—Cuando un elfo hace o dice algo que se considere ofensivo para la familia a la que sirve o cualquier mago, se golpean la cabeza contra el suelo o con algún objeto pequeño.

Harry no pudo evitar una mueca.

—No me agrada eso, por lo que les dejé claro a ambos que no debían hacerlo.

—Recuerdo haber leído algo con mi amiga Hermione sobre la historia de los elfos. ¿Es cierto que realmente sólo piensan en vivir bajo el mando de un mago o bruja?

—En gran parte, sí. No soportan la idea de andar libres sin una familia de magos o simplemente un mago o bruja. Por eso temen tanto que los liberen.

— ¿Cómo se libera un elfo?

—La forma común es darles una prenda de ropa. Simboliza que se rompió la unión entre el elfo y los magos. Ése es el temor más grande que ellos tienen, así que no te sorprendas si te piden que no les des nada de ropa más allá de la que ya llevan.

—Entiendo—asintió Harry, pensativo.

—Y no te dejes llevar por su apariencia pequeña. Pueden tener poderes letales.

— ¿De verdad?—soltó Harry, sorprendido.

—Sí. Pueden hacerte volar metros con un solo movimiento de mano o incluso levitar y dejar caer objetos pesados.

—Recordaré no molestar a ninguno entonces.

Cuando Harry tomó un trozo de pan que no tenía ni mermelada y mantequilla, Hedwig voló a toda velocidad y se lo quitó de la mano, dejándolo con la mano levantada y una mirada pasmada. Severus tuvo problemas para retener una risa. Hedwig tenía un comportamiento similar al de una niña en ocasiones. Ya fueron varias las veces que le quitaba algo de la mano a su dueño o que se quejaba cuando no le prestaba atención por estar leyendo, incluso si minutos antes había estado con ella. En una ocasión, Severus lo vio jugando con ella en su escritorio: ella hacía algo que era como saltar y Harry fingía acorralarla mientras ella iba de lado a lado, esquivándolo con facilidad.

— ¡Hedwig!—exclamó Harry, mirándola con el ceño fruncido. Ella ululó con burla y comenzó a comer el pan.

—Ella parece más tu hermana que un familiar—dijo Severus, tomando después media taza de café de golpe.

—Sí, es verdad—contestó con afecto el joven, ahora sonriéndole a ella—. Fue muy buena compañía en la casa de mis tíos. Y aún no puedo creer que haya amenazado a Sirius.

—Los familiares pueden ser muy protectores, da igual si son lechuzas, sapos o gatos. Sé que el familiar de tu amiga ayudó a atrapar a Pettigrew y según Black, él dijo que estaba más preocupado por ella que por otra cosa.

—Hermione dijo que también se molesta cuando está con otros gatos de su vecindario.

Mientras seguían hablando tranquilamente, Harry pensó que jamás se había sentido tan cómodo en un lugar que no fuese Hogwarts. Aunque la pasaba bien con sus amigos, siempre se preguntó cómo sería convivir con un adulto que lo tratase como un chico normal. No hay que malpensar: apreciaba a Sirius y agradecía haber conocido a alguien que había sido tan cercado a sus padres, pero no podía negar que le seguía molestando la constante necesidad que tenía Sirius de decirle que lograría tantas cosas como su padre o que sería tan bueno por ser «hijo de James». Sentía que todos sus logros sólo estarían arraigados a eso.

Pero decidió dejarlo de lado y optó por seguir hablando de otras cosas con su profesor.

No faltaba mucho para que Sirius fuese a verlo, pero la verdad, no lo pensaba tanto como cuando fue Snape quien iba cada semana.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

En un lugar muy lejos de todo, Narcissa esperaba que le dieran acceso a la celda de su hermana con bastante impaciencia. Normalmente no se quejaba de la espera, pero como últimamente estaba con un comportamiento bastante errático, cualquier cosa podía irritarla o molestarle por mínimo que fuera. Sólo habían pasado cinco días desde que vio a Bella, pero eso no evitó que quisiera volver antes de tiempo para verla. Algunos Aurores, antes de percatarse de su presencia, pasaron diciendo que Bellatrix se comportaba de forma diferente cuando ella iba, al punto que se preocupaban cuando había demasiado silencio en su celda.

A ella no le interesaba ser el centro de atención en el asunto, sólo quería que dejaran de hablar de su hermana como si fuese una bestia desconocida. Casi les gritó que se callaran y que no se metieran con ella, pero sabía que eso iba a ser un error. Después de todo, no cualquiera podía ir a Azkaban y solicitar visitar a alguien si no se es familiar o una persona sumamente cercana a la persona encerrada. No quería perder eso que consideraba un «privilegio» de alguna manera, así que optó por callarse y esperar que el guardia le diese permiso para entrar y ver a su hermana. Le siguieron recordando que sólo tendría una hora y que si se extendía de ese tiempo, ellos la sacarían. Entendía que sólo estaban haciendo su trabajo, pero cada vez que soltaban esa amenaza, le daban ganas de petrificarlos para poder pasar más tiempo ahí.

Lo peor era que Bellatrix no era la única persona que rondaba por su cabeza. Hacía noches que se la pasaba llorando en su cama cuando pensaba en Lucius. Lo extrañaba en serio y haber hablado antes con Severus para tratar de entenderlo y saber qué hacer no la había ayudado demasiado, porque la culpa comenzó a invadirla cuando el hombre de negro le preguntó qué la hacía volver cada semana a Azkaban. Era consciente de que se refería a que ya no debía ver a su hermana como hacía décadas, porque claramente no era la misma persona.

Amaba a su hermana, amaba a su esposo e hijo y sólo quería que ellos tres volvieran a ser una familia y deseaba que sus hermanas nunca se hubiesen peleado por las cuestiones de sangre, literalmente. Una ilusión se creaba constantemente en su cabeza, donde veía a sus hermanas juntas con ella en los terrenos de su antigua mansión, merendando a la luz del atardecer mientras reían juntas, como si se hubiesen olvidado de todo lo malo de golpe, de los tratos y exigencias de sus padres, de los celos de Bellatrix al saber que la menor de las tres se casaría, de las discusiones de Andrómeda con sus padres por haber elegido a Ted Tonks... En fin, la lista era larga. Pero lo que más destacaba era el hecho de que ni Bella ni Lucius habían acabado bajo el mando del Señor Oscuro. Una parte de ella aún intentaba convencerse de que todo habría sido diferente si su hermana y esposo nunca hubiesen acabado en las líneas de los Mortífagos. Al menos estaba tranquila de que no le esperaba lo mismo a su hijo.

Miró a unos Aurores y vio el preciso momento en que desviaban la mirada hacia otro lado. Sacudió la cabeza y bufó con fuerza. Sabían que era la esposa de Lucius Malfoy, así que no estaba sorprendida de que muchos murmuraran cosas cuando la veían llegar.

Después, pensó en Severus. Desde esa charla que tuvieron en su casa la última vez, cuando fue ella sola, no habían vuelto a hablar. Aunque podían considerarse amigos, no estaban seguros de qué podían decirse. Narcissa no era tan cercana a él como lo sería Lucius, por lo que no siempre quería entrometerse en los asuntos del hombre de negro por temor a incomodarlo. A fin de cuentas, Severus era muy selectivo con las personas a las cuales les compartía algo de su vida privada. Sí, había compartido varias cosas con ella, pero nunca tan detalladamente como con Lucius. Con ella, solía hablar de forma más concisa y con su esposo podía hasta irse por las ramas, cosa que casi nunca hacía cuando estaba con los demás profesores, ni siquiera con McGonagall o Dumbledore y eso ya era mucho decir. Además, la mujer llegó a mencionarle o sugerirle que debía tratar su problema, pero nunca le había insistido como los demás. Era la única que mantenía el pensamiento de que si Severus no quería que lo ayudaran, no podrían hacer mucho más. Él era un tipo inteligente, eso nadie lo dudaría jamás, pero Narcissa tampoco negaría que podía ser tan terco como muchas personas en su familia.

Los Lestrange (familia del esposo de Bella) eran los peores. Podían ser tan conservadores o incluso más que el mismo Señor Oscuro y eso ya era mucho decir, sin mencionar su sadismo y crueldad. Eran además los más fieles y estaban muy orgullosos de ello. Rodolphus estaba considerablemente mal mentalmente, así que su encierro debió empeorar eso. Estaba convencida de que sería un mago muchísimo más inestable que antes. Prefería mantenerse alejada.

—Madame Malfoy—la llamó suavemente un Auror.

—Dígame.

—Sé que ha pasado mucho tiempo desde que usted viene y jamás hemos dicho nada, ya que en sí las visitas no están permitidas...—comenzó el hombre y Narcissa se preocupó—. Hemos hecho excepciones por usted, pero...

Suspiró y Narcissa arqueó las cejas, esperando que continuara.

—Mire, mejor primero vea a su hermana y luego se lo diré. No quiero crear un ambiente más tenso por su humor.

Narcissa frunció el ceño y chasqueó la lengua, pasando con la frente en alto hacia la celda de Bellatrix. Un guardia le abrió la puerta, susurrándole lo de siempre: «Tenga cuidado, Madame». Ella sólo atinó a asentir y lentamente, ingresó a la celda.

Incluso con las cadenas, Bella se las había arreglado para mirar por una pequeña ventana. Su pelo siempre había sido un desastre total de rizos, pero con el encierro, se notaba un estilo salvaje y lleno de polvo. Estaba considerablemente más delgada y sus muñecas tenían cicatrices por las cadenas, puesto que siempre forcejeaba para quitárselas y eso la llevó a lastimarse en más de una ocasión. Narcissa sabía que las marcas serían permanentes.

No la oyó, sólo se quedó mirando por su ventana. Dado su estado de locura (como todos decían), Narcissa supo que la esperaba.

—Bella—dijo con gran gentileza, sonriendo.

La mayor se dio la vuelta y la locura en sus ojos pareció desvanecerse de golpe. Su tez pálida ahora parecía grisácea, pero, a ojos de Narcissa, ella lucía tan hermosa como siempre.

—Cissy—pronunció con voz ronca; los gritos le estaban pasando factura—, viniste a verme.

—Sí. Te dije que volvería—le recordó Narcissa, juntando sus manos.

—Te ves hermosa—comentó Bellatrix, mirando la bonita ropa que llevaba su hermana menor. Los tapados verdes oscuro y los vestidos negros siempre le favorecían.

—Gracias.

Las primeras veces que había ido a verla, Bellatrix había hecho amagos de abrazarla, pero después, se echaba hacia atrás, alegando que no quería ensuciar las prendas que llevaba Narcissa. La menor sabía que era verdad, porque desde que eran niñas que Bella se aseguraba siempre de que toda su ropa se viese bien, ya sea porque tenían un evento importante o por simple manía. Y Narcissa en muchas ocasiones intentó abrazarla o simplemente tomar su mano, creyendo que si venía de ella no se negaría, pero su hermana se alejaba diciendo: «No, no. Debes cuidar tu ropa. Es muy costosa y bonita para que se ensucie con la mugre que hay aquí».

— ¿Cómo has estado?—le preguntó Narcissa.

—Muy bien—contestó Bellatrix, sonriendo locamente, mostrando sus dientes desiguales y con el aspecto de colmillos—. Soñé con el Señor Oscuro. Él sigue prometiendo que volverá y me liberará.

— ¿En serio?—soltó Narcissa. Su hermana en muchas ocasiones le contó que tuvo el mismo sueño durante años y después de escuchar la historia de que Quirrell había sido visitado en sueños por él, se preocupó de que estuviese haciendo lo mismo con Bellatrix.

Sin embargo, la mayor lo tomó como que estaba intrigada y siguió sonriendo de esa forma que para muchos resultaría inquietante.

— ¡Sí! ¡Sabe que lo sigo esperando! Sé que lo intentó en muchas ocasiones, pero no tuvo éxito.

—Espera, ¿cómo que lo sabes?—preguntó Narcissa, aunque de forma tranquila, aparentando sólo curiosidad.

—Oh, sí, casi lo olvido. Quedan algunos de nuestros aliados allá afuera. Sé bien lo que traman.

— ¿Lo traerán de vuelta?

—Ay, claro que no. Nuestro amado Señor ya no tiene vuelta, pero fue muy inteligente. Sabemos que dejó un legado preparado y aunque no llegaré a verlo, sabré cuando pase que será increíble. Me crees, ¿verdad, Cissy?—exclamó, ahora casi con aprensión.

—Por supuesto, Bella. Sé que jamás me mentirías. Pero ¿por qué me lo cuentas ahora?

—Porque antes yo tampoco lo sabía—susurró Bellatrix y Narcissa se sintió confundida.

—Pero acabas de decir que lo sabías.

—Era sólo una intuición. Imagínate mi felicidad cuando confirmé que tenía razón, como siempre—se jactó ella—. Ya da igual. Dime, ¿cómo ha estado Draco? La vez que vino lo noté algo incómodo. ¿No le gustó la visita?

—Eh... Sí. Es decir... el lugar no es apto para que venga un joven de su edad, pero más allá de eso..., le dio gusto verte.

— ¡A mí también me dio gusto verlo!—exclamó Bella, de forma eufórica—. Sólo pude verlo una vez cuando era tan pequeño... Está tan guapo.

—Se parece a su padre...—murmuró Narcissa.

—Claro que no. Draco es muy guapo, Lucius sólo es millonario—soltó Bellatrix, rodando los ojos—. Aún no puedo creer que su padre y el nuestro hicieran que te casaras con él.

Narcissa suspiró suavemente. Su hermana y esposo jamás habían podido llevarse bien y ninguno desaprovechaba la oportunidad para decir algo malo del otro. Claro, Bellatrix era muy más hostil en ese aspecto.

—He sido feliz—admitió Narcissa, no queriendo mentirle—. ¿Jamás pudiste serlo con Rodolphus?

—Cómo crees... Sólo seguía la tradición, de lo contrario nuestros padres me hubiesen fastidiado la existencia, y el idiota de Rodolphus ni siquiera sabe apreciar a una buena bruja. Pero me benefició. Tengo un apellido importante ahora. Andrómeda ha sido la única deshonra de nuestra familia.

—Ella es feliz.

— ¿Qué sentido tiene eso si eres una vergüenza a ojos de la comunidad? La felicidad no te dará nada.

— ¿O sea que no te da gusto que yo venga?—preguntó suavemente Narcissa, sabiendo bien que así reaccionaría.

—Claro que sí. Eres mi hermana y la única que considero familia, sin contar a Draco, obviamente. Pero si hablamos desde el matrimonio... Dah, me da igual. Los demás son sólo familiares por sangre, salvo Andrómeda y su espantosa hija. Y ni hablar de su esposo. An podría haber conseguido algo mejor. Pero no, eligió a un sangre sucia y tuvo una hija con él. Está incluso más abajo que los elfos domésticos, Cissy.

Al darse cuenta de que la había llamado por su apodo, Narcissa no pudo evitar una sonrisa, aunque desapareció lentamente cuando oyó las dos peores palabras que podían oír los magos y brujas.

—Ahora dime—saltó Bellatrix, de golpe más «alegre»—. ¿Es cierto que el mocoso que acabó con la vida de mi Señor está en Hogwarts?

— ¿Cómo...?

—Las noticias vuelan por aquí. Aunque no lo creas, los Aurores no saben cuándo callarse.

Narcissa volvió a suspirar, ahora resignada.

—Sí, es cierto. Está en Gryffindor y...—se detuvo al darse cuenta que no le podía decir que era amigo de Draco—. Y creo que forjó una amistad con los hijos de los Weasley.

—Qué espanto—siseó Bellatrix—. Pero no debería sorprenderme. Unas inmundicias como esos traidores de sangre quedan muy bien con Potter.

—Si tú lo dices...

—Pero no importa. Nada es para siempre.

Durante la próxima hora, Narcissa estuvo haciendo esfuerzos para evitar que su hermana se perdiera en el tema del Señor Oscuro o sobre Harry Potter. Si dejaba que lo hiciera, Bellatrix podía comenzar a gritar y olvidarse de que ella estaba ahí. Si pasaba, los Aurores se encargarían de callarla.

Narcissa observó los gestos de Bella cuando hablaban de cosas de la infancia, recuerdos que eran genuinamente felices, cuando ella y Andrómeda aún se llevaban bien. Le recordó la vez que hizo crecer nuevamente las flores que estaba cuidando y que se habían marchitado. Los ojos de la mayor recobraron cierto brillo cuando recordó eso, pero no tardó en desaparecer. Estaba claro que aún luchaba con muchas cosas y, aunque la amaba, no podía hacer nada por ese lado, más que hablarle y tratar de conectarla con la realidad. Merlín sabía lo mucho que intentaba. Narcissa entendía que su hermana no sería capaz de mostrar remordimiento por lo que había pasado con los Longbottom ni que sentiría pena por los Potter, pero también creía firmemente que haber estado más de una década en Azkaban siendo afectada psicológicamente por los Dementores y las pesadillas pudo haber causado algún impacto o que simplemente reprimieron algunos «malos pensamientos».

Narcissa no se sentía capaz de decirle que la amaba, porque creía que no la tomaría en serio o incluso que se asustaría. Debía conformarse con sonreírle y que ella le devolviera el gesto.

Cuando el Auror fue a decirle que debía irse, Bellatrix preguntó:

— ¿Regresarás, verdad?

—Por supuesto que sí. Lo haré siempre.

Al salir, se quitó rápidamente la única lágrima que amenazaba con escapar y se apresuró a la salida, donde el Auror que antes había querido hablar con ella la esperaba.

— ¿Todo bien?—preguntó él por simple cortesía.

—Como se puede.

—Entiendo—asintió—. Escuche, Madame. Lo que le diré no creo que le agrade, pero ya no tengo elección.

—Está bien...

—Verá. Al igual que con usted, hemos hecho excepciones varias veces con otra persona y con eso ya nos habíamos arriesgado—explicó, muy tranquilo—. Algunas personas del Ministerio están sospechando que los dejamos venir más seguido cuando no debería ser más de una vez cada ciertos meses. Por eso, optamos por... tomar una decisión un poco drástica.

— ¿Cuál es?—preguntó Narcissa en voz muy baja.

—Temo que ya no podrá venir a ver a Bellatrix.

— ¡¿Qué?!—espetó la mujer, anonadada—. No pueden decirme eso. ¡Mi hermana me necesita! ¡Le dije que volvería!

—Lo entendemos, pero no podemos seguir arriesgándonos. Puede volver la semana que viene para despedirse, pero luego ya no podrá regresar.

Narcissa se pasó una mano por la cara, claramente molesta.

—No sé qué espera realmente—escuchó a unos metros de ellos. Los Aurores que estaban cerca de las celdas seguían hablando como si ella no estuviese ahí—. Su hermana es una maldita loca.

— ¡Cierren la maldita boca!—rugió Narcissa—. ¡Sólo limítense a hacer su trabajo!

Dejándolos con la boca abierta, se marchó, triste y furiosa al mismo tiempo.

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