Capitulo 4

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Severus estaba en su casa frente al espejo del baño, acabando de arreglarse un poco antes de ir a buscar a Harry para llevarlo a la casa de los Weasley. La espera se le había hecho larga, pero por fin llegó la fecha y todo lo que debía hacer era sacar a Harry de la casa de los Dursley y llevarlo a la Madriguera para que pasara una tarde agradable. Ya hasta le daba igual pensar que pasaría la tarde con niños que, sinceramente, esperaría no ver hasta el comienzo de las clases. Pese a lo que pudiera pasarle a su reputación, sabía que debía dejar eso de lado por un día.

Aún no se sentía con ganas de ver a Petunia Dursley de nuevo, esta vez personalmente. Claro que la satisfacción de haberles causado problemas por cada vez que maltrataron a Harry no faltaba, pero eso no quitaba que su rencor y odio hacia esa familia minimizara. De hecho, habían aumentado considerablemente con los años. Si dependiera de él, sacaría a Harry luego de ponerles una poción para dormirlos durante horas y regresarlo mientras ellos aún estuviesen dormidos. Pero sabía que no podía hacer eso. Debía controlar sus emociones como siempre había podido hacerlo e ir tranquilamente a buscar al niño, incluso si sus parientes se oponían. De ser así, él no tendría problema en amenazarlos.

Se acomodó el cuello de su traje y se ajustó un poco las mangas antes de suspirar con tranquilidad. No se arrepentía de su decisión, pero no podía dejar de preguntarse si realmente podría manejarse bien entre los Weasley y los demás niños.

Se mojó la cara, frotándola con cierta brusquedad, y volvió a mirarse. Parecía que tenía los ojos rojos, como si hubiese estado llorando. Desde hacía años no lloraba, sentía que había perdido la capacidad de hacerlo. Sacudió la cabeza y salió del baño, arrimando la puerta detrás de sí por mera costumbre. Puso la espalda derecha y cerró los ojos un momento. Le hubiese gustado haber tomado un descanso antes de que llegase la hora que arregló con los Weasley por cartas, pero él había estado «yendo y viniendo» con algunas cosas para poner en la Madriguera, así que no había tenido el tiempo suficiente para ello. Ni siquiera tuvo una hora para sentarse o tirarse en la cama, sin dormir.

Ni siquiera había tenido tiempo de eso.

Lucius y Narcissa, pese a dejar que Draco fuese a la Madriguera, dijeron que ellos no asistirían y que enviarían un regalo para Harry. Incluso si Lucius y Arthur se hablaban poco en el Ministerio, eso incluyendo las cuestiones laborales, ninguno estaba realmente listo para pasar una tarde bajo el mismo techo que el otro. Arthur aún cuestionaba el pasado Mortífago de Lucius y éste aún no dejaba de lado las tres palabras que su padre le había mencionado muchas veces: «Traidores de sangre». Aunque ya no hablaban de eso, preferían evitarse un tiempo. Como resultado, Severus sólo tendría la compañía de los padres del clan y los hermanos mayores, Bill y Charlie.

Sus escudos mentales estaban reforzados, tenían que estarlo si quería ver a los Dursley sin cometer un asesinato. O quizás sólo un ataque de magia. Dependería de ellos también. La antigua sensación de paz que antes lo había invadido desapareció de golpe. Ya no tenía opción.

Pasó de estar en la sala al patio trasero de Privet Drive. Asegurándose de que nadie estaba cerca para verlo salir de ahí, siendo que no se podía arriesgar a aparecer delante de todo, rodeó la casa y se ubicó en la puerta delantera. Respiró hondo y golpeó con bastante fuerza la puerta.

Para desgracia suya y del niño, oyó esa voz chillona diciendo:

¡No abras! ¡Quédate en la sala, ¿me oíste?!

Entonces, como si creyera que no había sido escuchada, Petunia Dursley abrió la puerta. Claramente se había acomodado el pelo antes de hacerlo, así como su ropa y el delantal que tenía atado en la cintura. Había abierto con una sonrisa tan afable como falsa, pero apenas lo vio, su brazo tembló por el fuerte deseo se cerrarle la puerta en la cara. Mas ella sabía que no le convenía hacer eso.

Siempre contigoWhere stories live. Discover now