Capitulo 3

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Harry, pese a todo lo que había pasado con su familia durante toda su vida, no podía dejar de decirse que su vida no era tan mala como había creído. A pesar de todas las veces que ellos lo menospreciaron y a sus padres fallecidos, él no les tenía demasiado rencor. De hecho, era completamente indiferente hacia ellos. Sus tíos, desde que pasó lo de la carta y todo el asunto de la magia, ya casi no le prestaban atención y su primo seguía siendo igual de malhablado hacia él, pero ya casi ni se atrevía a tocarlo; Petunia le advirtió por bastante tiempo que jamás debía hacerlo si no quería contagiarse del mismo «problema» que su primo.

Aún así, lo que estaba haciendo más especial esas semanas era que Harry supo por cartas de sus amigos que pasaría el día de su cumpleaños en la Madriguera con todos ellos, durante todo el día. Ron dijo que sus padres estaban muy felices por organizarlo, ya que sería una buena ocasión para que se conociesen más a fondo y para que Harry disfrutara, por una vez, su cumpleaños como un niño normal.

Harry recordaba muy claramente que sus tíos jamás le prestaron atención a esa fecha y él tenía muy claro el motivo. Sin embargo, había llegado un punto en el que no le importaba realmente que no lo hicieran. Las veces que salieron justo en esa fecha, sólo lo llevaban porque la señora Figg no podía cuidarlo y, como era costumbre, compraban de todo para su primo y nada para él, aunque estaba un poco feliz porque lo sacaban de la casa. Recordaba un día en específico que fueron a una heladería de la ciudad y la tía Petunia compró un helado de limón para Dudley, pero como no le gustó e hizo un berrinche para que le compraran otro, Vernom se lo dio a Harry y le ordenó que lo acabara. Incluso si no era su saber favorito, lo disfrutó mucho y dado que su primo apenas le había dado una probada, quedó mucho helado para él. Para su mente infantil, fue un buen «regalo». Y supo que los helados eran una de las mejores cosas que podría haber probado. Pero luego de eso, ya no tuvo tanta suerte en las salidas, salvo cuando Dudley elegía un nuevo sabor y ése no era su favorito, aunque no eran demasiadas las ocasiones en las que pasaba eso.

Los cumpleaños de su primo siempre eran muy diferentes a los suyos. Dudley siempre recibía muchísimos regalos, cada año uno más que el anterior. Y si llegaba a faltar alguno, se molestaba enormemente. Tanto, que su madre debía prometerle que, en la ciudad, le comprarían dos o más para que no le faltara nada. Lejos de molestarle, lo entristecía. Había aprendido de los libros con moralejas que los padres no les hacían ningún bien a sus hijos malcriándolos como sus tíos lo hacían con Dudley. O en otras palabras, le daba pena por su primo. No quería ni imaginarse qué haría el día que sus padres no estuviesen con él.

Pero se animó de verdad cuando leyó la carta de Ron y las de los demás, que decían que estaban ansiosos por verlo de nuevo y poder pasar su cumpleaños en casa de los Weasley. El pelirrojo agregó que quizás sería una buena ocasión para que conocieran a sus hermanos mayores, Bill y Charlie. Si no había complicaciones, estarían ahí ese mismo día. Harry estaba, sin lugar a dudas, emocionadísimo por ello.

Vería a sus amigos, conocería mejor a la familia de su mejor amigo y sus tíos no dirían nada. Draco le había preguntado en una de sus cartas cómo haría para llegar si ellos eran tan cerrados a esas cosas. Harry cayó en cuenta de que era verdad, pero no se preocupó demasiado. De hecho, estarían felices de «quitarse ese peso» por unas cuantas horas.

No podía esperar a que llegara la fecha.

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Molly y Arthur Weasley reunieron a sus retoños para cenar, los chicos entraron a toda máquina a la casa y se sentaron en la mesa, mientras se quejaban por quién se había sentado en el lugar de quién. La matriarca puso orden y sirvió todo con ayuda de su esposo. Al sentarse, comenzaron a comer tranquilamente.

Siempre contigoWhere stories live. Discover now