4. Capitulo 21

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Desde que había comenzado a visitar a su profesor en San Mungo, los días para Harry habían pasado entre muy rápido y muy lento. A veces sentía que la semana hasta que llegaba el sábado se hacía eterna, las clases eran más aburridas que de costumbres y la noche parecía no querer llegar nunca y, cuando por fin llegaba el día en que podía visitar al hombre de negro, a veces con Draco y a veces solo, siendo acompañado por el padre de Luna que se había ofrecido cuando él quisiera, la hora u hora y media que estaba con él pasaba volando, causando que la idea de no poder decirle todo lo que quería se cruzara muchas veces por su mente hasta que iba a acostarse.

Las primeras veces que regresó a visitarlo fue un poco incómodo para ambos. Estaba claro que luchaban por no mencionar lo sucedido el primer día que él y Draco habían ido a verlo. Harry aún se sentía muy avergonzado y estaba convencido de que Snape se sentía terriblemente incómodo. El único alumno con el que había convivido antes era Draco, porque era su ahijado, pero luego, no era nada probable que otro alumno se hubiese sentido apegado a él. Por favor, los rumores aún volaban por los pasillos y había algunos que se sentían increiblemente relajados en las clases de Pociones, lo cual jamás había pasado desde que Snape había comenzado como profesor en Hogwarts. De verdad, ¿cuántas posibilidades había de que otros alumnos pudiesen llegar a pensar en él como un padre? El tema de los rumores seguía molestando a Harry. Muchas veces tuvo ganas de gritarles que se callaran, pero su razonamiento aún funcionada y sabía que si llegaba a hacerlo, su profesor quedaría expuesto a más rumores estúpidos. Prefería evitarle eso.

También pensaba mucho en Sirius. No le había contado que estaba visitando a Snape en San Mungo y nadie le había contado tampoco que él estaba en rehabilitación. Deseaba con todas sus fuerzas que siguiera siendo así. Los últimos meses, su padrino había estado extrañamente exaltado. Parecía tener cambios de humor continuos y constantemente parecía querer traer y luego evitar charlas sobre su profesor. Harry no entendía qué estaba intentando conseguir, pero si era que él dijese algo comprometedor del hombre, no lo conseguiría. Se estaba cansando de esas actitudes de Sirius. Sí, era genial en muchos aspectos y sabía escuchar cuando debía hacerlo. Cuando llegaban otros temas, sin embargo, era bastante infantil, al punto de resultar molesto. Si hubiese querido ver a una persona comportarse así, se habría quedado con su primo Dudley. Incluso Remus y Tonks, cuando los visitaban, parecían estar preocupados por la forma en que hablaba o por los temas que sacaba para hablar. Aun así, Harry jamás dijo nada sobre eso y simplemente lo dejó ser.

Por un momento, Harry pensó en todos los años que su padrino estuvo en Azkaban y se dijo que, al igual que la tía de Draco, Sirius no debió quedar tan bien como él decía, a pesar de su insistencia en que el pensamiento de su inocencia lo ayudó a no perder la cabeza. Era fácil que lo dijera. Demostrarlo era otra cosa. Aunque se mostraba despierto para muchas cosas, había otras más allá de su razonamiento y estaba claro su problema para percibir ciertas cosas de la realidad. Resultaba muy conveniente que la mayoría tuviesen que ver con Snape. Harry sabía que, si estuviese en un estado de ebriedad, similar al de su tía Marge, su profesor también podría decir cosas de su padrino. Ya a veces lo hacía cuando no estaba ebrio, cuando le contaba cómo peleaban en su época de estudiantes. Sin embargo, Snape podía seguir una conversación y responder todo sin tapujos.

Eso no lo habló en ningún momento con su profesor, porque no quería meterle más presión con un tema en el cual no tenía control alguno. Hubo ocasiones en las que el hombre le preguntó por su padrino y como respuesta, Harry decía que lo había estado viendo los fines de semana, porque durante los otros días parecía estar en otras cosas, ya sea visitar a los Weasley o simplemente quedarse en su casa y luego salir durante la noche. Ninguno tenía interés en saber qué hacía a esas horas.

Las visitas con Draco eran menos incómodas si alguno llegaba a quedarse callado sin saber cómo seguir el hilo de una conversación. El rubio siempre tenía algo para decir y sabía iniciar buenos temas que evitaba la tensión. Harry agradecía los sábados que iban juntos. Su amigo no sabía lo que había pasado y esperaba que Snape no lo mencionara delante de él si en algún momento quería que lo hablaran. Sus padres tampoco parecían saber de eso. El señor Malfoy estaba tan serio como todas las veces que entraban en San Mungo y Narcissa Malfoy siempre los animaba antes de que entraran, para que luego no se sintiesen mal si algo pasaba. De todas formas, todo estaba bien. Seguían hablando mucho de los días en Hogwarts, le contaban cómo estaban con sus amigos y escuchaban lo que el hombre tenía para decirles sobre sus días en esa habitación, esperando que su terapeuta le dijera que tenía permiso para salir y caminar por los pasillos. Harry entendía lo que era eso, el estar en un mismo lugar todo el día, esperando que llegase la noche y escuchando al resto de personas ir y venir sin problemas. Le daba pena. Al menos sabía que él tuvo la opción de entrar ahí y comenzar un tratamiento.

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