Capitulo 2

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Harry era, poniéndolo en palabras muy suaves, un niño sufrido. De por sí había sido un golpe muy duro saber (o creer) que sus padres murieron por una negligencia- una palabra que él había aprendido de la televisión cuando podía escucharla, aunque no lograba pronunciarla muy bien-, que casi le cuesta la vida a él también. Sus tíos siempre dejaron claro su descontento con ello y lo molestos que estaban por tener que hacerse cargo de «el hijo de dos alcohólicos buenos para nada». Al no poder recordar nada de sus papás, Harry asumía que lo que la tía Petunia y el tío Vernom decían debía ser verdad, porque entonces, no tendrían razones para hacerlo, ¿verdad?

Sin embargo, al ser consciente de que a su familia no le importaba en lo absoluto él ni cualquier cosa que se le relacionara, el niño se cuestionaba muchas veces hasta qué punto era cierto lo que sus tíos decían. Todas las noches, cuando se metía en su alacena para dormir y no molestar a nadie luego de hacer la cena y limpiar, oía las estruendosas risas de sus familiares mientras veían una película o hacían cualquier cosa; él sabía que era porque ya no estaba estorbando con cualquier cosa.

Su primo Dudley, de la misma forma que sus padres, nunca tenía reparos en demostrarle a su primo lo mucho que lo odiaba. Era evidente que copiaba el comportamiento de Vernom y Petunia, pero la verdad, sería difícil para cualquiera justificar su comportamiento diciendo algo como «sólo es un niño». Sus tíos siempre corrían la vista cuando notaban que su hijo estaba siendo tremendamente hostil con Harry y las veces que era perseguido por su pandilla no era la excepción. Incluso su tía Marge le festejaba las veces que golpeaba o humillaba a Harry de una forma u otra.

Aún así, Harry estaba tan «acostumbrado» a esos tratos que comenzó a convencerse de que ese debía ser el estilo de vida que tenían muchas familias. Quizás algunas estaban peores que él; Petunia siempre lo decía cuando veía televisión y veía personas en situaciones complicadas. Ella bufaba y mascullaba: «Nosotros podríamos estar peor».

En todos los años que vivió con ellos, había aprendido a hacer muchas cosas, como cocinar, limpiar sin dejar ni una mancha, podía dejar reluciente el auto de su tío y pintaba muy bien, podía dejar todo liso y sin pequeños huecos. Lo que menos le gustaba era barrer, porque luego le dolía la espalda. Pero sacando eso, estaba más que acostumbrado a hacer todo en la casa, salvo cuando su tía cocinaba para cuando sus amigas iban a la casa. De ser así, él sólo debía dejar todo impecable y luego quedarse en su alacena hasta que ellas se fueran para luego limpiar.

Aunque en las noches, cuando no podía dormir, aprovechaba para leer algunos libros que había rescatado de las manos de su primo. Había algunos que siempre llamaban su atención más que los demás. Parecían ser de historias sobre unas cosas llamadas «pociones». No tenía idea de lo que eran, pero era realmente interesante. Algunas páginas tenían dibujos de las pociones y sus ingredientes, y en las siguientes, explicaciones simples sobre dónde podía encontrar algunos de esos ingredientes, cuáles eran los usos de las pociones y sus componentes secundarios.

Era extraño. Cuando él leía eso, automáticamente pensaba en las cosas que le ocurrían algunas veces cuando se molestaba o asustaba. Y no era lo único: solía sentir una presencia extraña cerca, pero no era precisamente espeluznante. De hecho, le hacía pensar que no estaba totalmente solo, ya que la sentía cerca cuando estaba siendo hostigado por sus familiares (como si quisiera protegerlo de ellos) o hasta cuando estaba en completa soledad, casi como si quisiera hacerle compañía.

A veces, hasta sentía un aroma peculiar cuando esa presencia estaba cerca. No podría describirlo, pero era un aroma que jamás había sentido. Los libros que tenían mencionaban que algunos ingredientes para pociones podían tener un olor peculiar, dependiendo del tipo.

Aún así, las veces que intentó encontrar a «la presencia», jamás logró ver ni siquiera su sombra, así que se conformó con saber que, de alguna manera, siempre estaba ahí.

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Severus estaba bastante inquieto. No literalmente, claro. Pero por dentro, sentía una extraña presión en el pecho. Después de haber dejado la casa de los Dursley, ese sentimiento de amargura seguía invadiendo su ser y no había sido capaz de hacer nada. Apenas había hablado un poco con Albus y Minerva, quienes estaban tan al tanto de la situación de Harry como él. En momentos así, deseaba que atacar al Ministerio fuese un acto completamente impune.

El viejo mago le había dicho que dentro de nada, Hagrid tendría que ir a la casa de los Dursley porque las cartas no habían sido muy bien recibidas. Aún así, Snape se mantuvo impasible y todo lo que dijo fue «quisiera nunca haber nombrado al Ministerio». Desde aquella noche y durante años, nunca pudo dejar de pensar en el hecho de que fue él quien aceptó la intervención del Ministerio cuando Dumbledore y McGonagall dijeron que ellos podían facilitar las cosas para el niño y su familia.

Sí, claro... Vaya error, pensaba con fastidio.

De todas formas, desde que las cartas habían comenzado a llegar al número 4 de Privet Drive, Petunia y Vernom habían cambiado un cuarto de sus actitudes hacia su sobrino, como si temiesen que «ellos» los estuviesen vigilando. No estaban lejos de acertar, pero él sabía que jamás sospecharían que era verdad y no la paranoia jugándoles una mala pasada.

El hombre se apoyó contra el respaldo de su silla y se quedó mirando al frente, dando golpecitos en el escritorio con sus dedos. ¿Qué más podía hacer, aparte de esperar? Hagrid debía llevar al niño al Callejón Diagon para que consiguiera sus cosas para la escuela, porque conociendo bien a esos dos, ni se molestarían siquiera en llevarlo para que obtuviera lo básico.

Pero incluso cuando Harry comenzara a estudiar en Hogwarts e hiciera los amigos que hiciera, ¿qué iba a hacer él para ganar su confianza? De por sí era complicado lidiar con los alumnos que le temían por conocer bien su mal carácter y su estricta forma de manejar sus clases, así que si notaban un cambio «repentino» para con Harry, sin dudas levantaría sospechas. Y no sería muy fácil si otro Weasley entraba junto con Malfoy. Aunque Lucius y Narcissa le habían enseñado a su hijo cómo ganarse a una «celebridad» como Harry Potter y le explicaron por qué podía ser conveniente incluso si el Señor Oscuro ya había muerto.

Y sobre Weasley...

Severus no era el mejor amigo de sus padres, pero ellos le tenían cierto respeto y, a la vez, cierto miedo por su pasado como Mortífago. Tenía la certeza de que, además, Percy y los gemelos le habían contado a Ronald lo «malvado y horrible» que era el profesor de pociones con sus alumnos. En serio, ¿qué no tenían consciencia? ¿No habían aprendido lo que ocurría si no ponían atención a las instrucciones para hacer pociones más avanzadas? O quizás sí lo habían entendido, pero eran incapaces de dejar de lado sus pensamientos suicidas y el hecho de poner en riesgo a sus propios compañeros.

Al pensar en las pociones, se preguntó si Harry ya habría terminado los libros que le dejó desde que supo que había aprendido a leer por su cuenta. Muchas de las cosas que estaban en esos libros le iban a ser de mucha ayuda cuando comenzaran las clases. Había cosas básicas que siempre preguntaba el primer día para saber si realmente se habían tomado la molestia de abrir sus libros aunque fuese un poco antes de empezar. Con cinco minutos de adrenalina les podía bastar para recordar al menos cinco cosas.

Y de golpe se dio cuenta que su cabeza estaba trabajando a mil por hora de nuevo. Ya le dolía.

Oyó el ruido del Flu y supo que había recibido visitas. Levantó la cabeza y se encontró con las caras ansiosas de Dumbledore y McGonagall. Parecían hasta estar conteniendo sus risas.

- ¿Qué pasa?-preguntó, sin que su expresión cambiara, aunque por dentro estaba preocupado.

-Severus, es... Ay, cielos, estoy emocionada.

-Mi muchacho, tenemos excelentes noticias-siguió el mago mayor.

- ¿Qué es? Hablen ya.

Los ancianos intercambiaron una mirada y Albus concluyó:

-Hagrid buscará a Harry esta misma noche y al terminar sus compras, ya podrá tomar el expreso para llegar al castillo con los demás estudiantes.

De repente, todo lo que había pensado antes se desvaneció de golpe y un mareo casi insoportable se apoderó de él. Sólo su resistencia mejorada por largas sesiones de Crucio pasadas con el Señor Oscuro le permitió no flaquear.

Podré verlo personalmente, fue lo único que logró pensar en ese mismo momento, mientras los otros dos se miraban, aliviados.

Siempre contigoWhere stories live. Discover now