Tres meses, dos encuentros, una decisión

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— No puedo creerlo —susurré, luego de chequear mi reloj por décima vez esa noche.

Volví a recorrer la entrada del elegante restaurante con los ojos, buscando al responsable de mi mal humor, esperando a que se dignara a atravesar la puerta. Pero, de nuevo, parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.

Intenté no perder la cordura cuando los ojos del camarero de baja estatura se posaron otra vez en mí, queriendo acercarse, con la duda de si debía volver a recargar mi vaso con agua o traerme otra solitaria copa de champán. Para este punto, comprar una botella sería más adecuado.

Pero antes lo fulminé con la mirada, advirtiendo que no moviera otro pie hacia mi dirección si no quería recibir represalias que no se merecía. Mi estado de ánimo no era el mejor en ese momento. Me costaba recordar que solo estaba haciendo su trabajo y que no tenía la culpa de que me hayan dejado plantada.

Sí, así como se lee. Había sido malditamente plantada. Por primera vez en mi vida.

¿Cómo había sucedido? Ni yo lo sabía. Mi viaje comenzó excelente en Milán. Tuve una pequeña gira por Europa y hasta algunos paises Asia, en la que trabajé mucho y a penas tuve horas de sueño. De todas maneras, no me quejo de eso. Fue una experiencia maravillosa. Además hice mi primera tapa de Vogue, para Portugal. Chillo de emoción cada vez que recuerdo mi participación en la más aclamada revista de moda. Definitivamente uno de mis sueños hecho realidad.

El trabajo marchaba bien. Más que bien, excelente. Estaba viviendo en el cielo. Y por eso quise divertirme un poco. A penas había vivido la fantasía de turista joven con un país desconocido a sus pies. Y ahora que me encontraba finalizando mi recorrido en Reino Unido con varios amigos de la industria, creí que era el momento justo. Solo Dios sabe lo vulnerable que soy cuando se trata del acento inglés.

Por eso anoche, en medio de una fiesta en la que terminamos sin saber realmente cómo, decidí aceptar la invitación de un hombre que me invitó a cenar. No había tenido una cita en un largo tiempo, ya temía haber olvidado lo que es enrollarse con alguien. Y por eso me encontraba aquí, en el restaurante que Jack, el tipo de anoche, sugirió como ubicación. Mi cita era un empresario conocido, de cabello oscuro como sus ojos, alto y, confieso, un poco mayor. Muy apuesto.

El problema en la ecuación es que estaba sola. Y ya había pasado una hora.

Al principio me resistí a escribirle para preguntarle la razón de su tardanza, preservando mi orgullo; pero a la media hora me cansé, y lo bombardeé con mensajes que iban desde la preocupación a pequeñas amenazas. No entendía qué había pasado. Habíamos conversado perfectamente en las horas previas a la cita. Y ayer, en la fiesta, había expresado varias veces las ansias que tenía de volverme a ver. Estaba confundida.

Bebí lo que quedaba de mi copa, sintiendo mi estomago rugir por la falta de comida, mientras meditaba la posibilidad de haber sido usada como una simple cara bonita seducida para una apuesta o una retorcida broma entre sus amigos. El tipo puede ser mayor, pero todos sabemos que los hombres jamás alcanzan un aceptable nivel de madurez... Era eso o que a Jack lo haya atropellado un autobús en esta última hora y no tenga forma de avisarme.

Justo cuando estaba sacando mi tarjeta para pagar por las bebidas que consumí y acabar con el festival de la tristeza, sentí una presencia detenerse frente a mi mesa. Estaba lista para gritarle a mi cita por hacerme esperar, pero una desconocida voz ronca, y muy agradable al oído, se adelantó:

— No esperaba encontrarte de nuevo... menos en estas circunstancias.

Levanté la cabeza, encontrándome con un hombre desconocido, de cabello rubio y ojos claros, observándome con una mueca seria. Entrecerré los ojos, tratando de descifrar quién era, pero ni su rostro ni su porte me recordaba a alguien.

Ashley Clayton | Gossip GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora