Fix You

69.

Habían pasado diez meses de la última vez que paseé por las calles de Madrid, recordaba cada calle, cada plaza, cada olor, aquellos rincones en los que una vez fui feliz, o aquellos lugares que me rompieron e hicieron de mí la persona que soy hoy en día. Volví con ganas, con fuerzas, ya no era aquella persona rota que se había marchado odiándose a si misma, esta vez sabía lo más importante, quien era yo, y volvía con unas ganas de vivir que no había tenido nunca, me había perdonado a mi misma, y había aprendido a creer en mi después de tanto tiempo. Estaba en Madrid para quedarme, y para recuperarla...si ella me dejaba. Ana había salido del hospital después de una operación delicada tras haber recibido un balazo de Tony, que ya era historia del pasado y estaba pagando sus innumerables deudas en aquel lugar del cual ya no saldría, la cárcel.

Me había alejado de ella cuando mi abuela enfermó y yo me vi superada por la situación. Todo mi pasado llegó a mi cabeza de golpe, no sabía quien era, ni la persona que quería ser, me odiaba por todos aquellos momentos que había vivido, por todo aquello que había hecho y por todas aquellas personas a las que había hecho daño, la tormenta había vuelto a mi vida y no lograba ver aquel rayo de luz, sentía cada día como me rompía, como me devoraban mis miedos, mis inseguridades, como me comía la culpa...los tres principales pilares de mi propio tornado emocional. Y tuve que alejarme, tuve que pensar en mí antes que en nadie, fui egoísta por necesidad, y le hice daño, más del que algún día podría perdonarme, le hice daño porque no podía entenderme, y ¿cómo iba a hacerlo si no me entendía ni yo? Sabía que en esa situación sería un lastre para ella, no podía explicarle como me sentía, que era yo quien no estaba bien y que no era su culpa, yo era mi propio problema y la que creaba mi propio caos, y preferí tomar aquella decisión por mi cuenta, para que en algún momento pudiera ser feliz, porque la quería, no podía permitir que se sintiese culpable por no poder arreglar aquel desastre que era yo en ese momento, y necesitaba que fuese feliz aunque esa felicidad no estuviera a mi lado. Prometí volver, pero le pedí que no me esperara, no sabía cuanto tiempo tardaría en recuperarme, y necesitaba que hiciera su vida, le pedí que no me perdonara, que si quería, podía odiarme, aunque yo ya lo hacía por ambas.

Recuerdo la última conversación que tuve con mi abuela, se la llevó una de esas enfermedades que te pillan por sorpresa, a la que les da igual la edad, el sexo, o la vida que hayas llevado, si eres o no eres buena persona... de esas a las que llaman enfermedades silenciosas, aquellas que aparecen en tu vida sin dar ninguna señal y poco a poco te apagan. Se nos hizo tarde, cuando la diagnosticaron ya nos había robado una de las cosas más importantes en este mundo, el tiempo. 

Pasé lo poco que nos quedaba a su lado, intentando absorber todo de cada segundo que pasaba, intentando que el reloj no caminara, parando el tiempo, tumbada en su regazo, en aquella cama en la que habíamos pasado tantos días y en la que me había contado tantas historias, la echaba de menos... a ella, a su olor, a sus palabras, su sabiduría, aquella forma de quererme, las arrugas de sus manos... todos esos pequeños detalles que aunque eran tan pequeños, la hacían grande. No podía evitar recordarla cada día que pasaba, formaba parte de mí, de mi vida, de mi día a día, de mi pasado, de aquel presente y del futuro que me esperaba.

- ¿Y si vuelvo a bailar? – Le pregunté

- ¿Quieres hacerlo?

- Quiero volver a ser yo... en verdad... quiero descubrir quien soy.

- Eres mi nieta, y una persona maravillosa, no lo olvides cuando yo no esté para recordártelo. Si quieres volver a bailar, hazlo, hazlo sólo si es lo que te va a hacer feliz. Ve a por todo aquello que quieras, a por esos momentos en los que de verdad eres feliz, a aquel lugar donde te sientas en casa, haciendo lo que sea, por mucho que duela, por mucho que cueste, a veces sólo es cuestión de tiempo, y el tiempo todo lo cura.