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   - Querido diario...

- Solo puedo decir que estoy enamorada, que ella ocupa mi mente y mi mundo, más bien ella se ha convertido en mi mundo, y lo único que quiero es permanecer a su lado....siempre...lo que ella me deje...

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- - ¿Y ahora? ¿Cómo me voy de su lado?

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Abrí los ojos cuando el sonido de aquella gaviota me desvió de mis pensamientos y de la tranquilidad que sentía ante el sonido de aquellas pequeñas olas que llegaban a la orilla, estaba sentada en la fina arena de aquella playa que en ese instante se sentía inmensa, pero eran las siete de la mañana y estaba completamente sola ante lo que Ana me había mostrado, un completo paraíso.

Los primeros rayos del sol aparecían en el horizonte dándole un toque anaranjado al cielo que se mezclaba con su azul intenso, mientras veía como desaparecían aquellas últimas estrellas que quedaban en él. No pude dormir en toda la noche, había leído aquella parte de mi diario que hacía de mi cabeza una tormenta que no cesaba y me refugié en la playa buscando la calma que sabía que sólo podía encontrar en un solo lugar, en ella, en Ana, pero no quise despertarla y hacerla participe de aquella pesadilla. Una vez más mi pasado me atormentaba de una manera inexplicable al no recordarlo, y por más que intentaba convencerme a mí misma de que no importaba, allí estaba una vez más, viviendo en una oscuridad llena de lagunas en la cual no encontraba esa respuesta que tanto necesitaba, y por más que quisiera, sabía que la respuesta no estaba allí, no estaba en aquella playa, ni en Tenerife, ni siquiera estaba en Ana, lo peor es que sabía quién tenía todas esas respuestas, y aunque lo intentaba negar, el miedo se apoderaba de mí. Sabía que debía arreglar mi pasado, aunque nunca llegara a recordarlo, pero no podía vivir con ese miedo, no podía seguir con él en mi vida, y se lo debía a ella, por eso lo mejor era marcharme, pero esta vez, haciendo las cosas bien.

No sé cuánto tiempo había pasado, pero cuando llegué a casa de Ana el Sol ya brillaba sobre las calles y la gente paseaba por ellas con esa tranquilidad canaria tan característica, ajenas a la tormenta que habitaba en mi interior. Antonio estaba en la cocina como cada mañana, leyendo el periódico mientras revolvía su café y sonriendo al verme llegar.

- Hoy has madrugado más que de costumbre – Me dijo.

- Buenos días – Le sonreí.

Tuvo que percatarse de aquella mezcla de sentimientos que ni yo misma entendía pero que debía reflejarse en mi mirada cuando me preguntó:

- ¿Todo bien Mimi?

- Sí...sí... - Intenté mentir - ¿Ana no se ha levantado aún?

- Ya sabes como es mi hija...le gusta más una cama que comer...que ya es decir. – Se instaló el silencio en aquella habitación, el cual volvió a romper - ¿Por qué no vas arriba y le dices que el desayuno está listo mientras yo preparo algo?

Le sonreí como respuesta y subí las escaleras en dirección a la habitación de Ana. Estaba enrollada entre las sábanas, boca abajo, dejando su espalda a descubierto, su rostro reflejaba una calma completa que en ese momento envidiaba, pero no pude evitar sonreír, estaba preciosa. Me acomodé a su lado sin despertarla, aunque emitió un pequeño gruñido cuando noto como mis dedos acariciaban despacio su espalda, haciendo pequeños círculos de arriba abajo recorriendo cada parte de ella, dejando su tacto en la yema de mis dedos. Dejé un par de besos en su hombro, sonriendo al ver como su piel se erizaba ante mi contacto, y la abracé por necesidad, porque quería, y joder, porque la quiero. La calma invadía mi cuerpo cuando la escuché decir:

Fix YouWhere stories live. Discover now