66.

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   Estaba soñando, lo sabía, podía notar el calor que me proporcionaba el nórdico sobre mi piel, pero aquel sonido era demasiado real como para ser un sueño. Podía escuchar el ladrido de Luna a lo lejos, colándose en mis oídos como si estuviera a mi lado, pero no era posible, estaba en mi habitación, en mi piso, segura de haberla dejado con Mimi cuando salió de casa de su abuela, con aquella cara de decepción que me partió el alma. Pude ver el dolor en su mirada verde cuando recogió aquel anillo que me había entregado en el aeropuerto antes de separarnos, ahora estábamos juntas, o tal vez no, mil dudas volvían a separarnos. La quería, la quiero, claro que la quiero, como sólo a ella se puede amar, de esa manera inconsciente que te quita el pensamiento y la razón, de esa forma que nadie podía frenar, sin rumbo, sin medidas, con ganas, con locura, con el alma y con cada latido de mi corazón. Pero esta vez teníamos que pensar, había que parar, no podíamos actuar por impulsos y todo aquello había sido una locura, un impulso sin frenos por la sola idea de querernos sin que nadie lo impidiera, sin que él pudiese impedirlo, pero allí seguía él, interponiéndose en nuestras vidas una vez más, y esta vez había que buscar la manera de frenarlo.

Seguía sumida en mis sueños, en mis pensamientos, ajena a todo lo demás, ajena a que Mimi había vuelto a su lado sin pensar en las consecuencias, tal vez pensando en mí, o tal vez pensando en ella, cuando al sonido de los ladridos se sumaron los gritos de un vecino encima de mi ventana, no tuve otro remedio que despertar para ver que estaba ocurriendo. Estaba allí, sola y desesperada, rasgando la puerta de una manera en la cual nunca la había visto, con dolor, dejando las uñas en aquella puerta que no lograba abrirse. Le grité por la ventana, me dio igual que fueran las tres y media de la mañana, igualmente los vecinos ya estaban despiertos debido a sus ladridos, su cola comenzó a moverse desenfrenada, pero siguió llamándome hasta que acudí a su encuentro. Estaba empapada, había llovido y sus patas blancas se tiñeron del color del barro, intenté que entrara en casa pero me fue imposible, con su mandíbula tiraba de mi pantalón como si quisiese huir, como si su lugar estuviese en otro lado, pude ver el miedo en su mirada y me asusté, mire hacia los lados pero no la vi, Mimi no estaba con ella y no sabía cuanto tiempo había estado Luna caminando por las calles, no lo pensé dos veces, la subí como pude en el coche, y fui dirección a casa de la señora Doblas.

Las calles de Madrid estaban desiertas, no había tráfico y por primera vez en mi vida todos los semáforos permanecían en verde, intenté regular la velocidad, pero los nervios se estaban apoderando de mí. Apagado, por más que lo intentaba una y otra vez, el teléfono de Mimi estaba apagado. Cuando llegué a casa de la señora Doblas, pude sentir la calma del lugar, Luna se mantenía en el coche inquieta, y cuando abrí la puerta del coche para que bajara, allí se quedó, en la parte trasera, en ese momento supe que Mimi no estaba allí.

Decidí entrar en la casa, tal vez Mimi no estaba allí, pero pudo haber dejado una pista de su paradero, abrí la puerta con cuidado, con la llave que Noelia siempre dejaba bajo la maceta de la entrada, y fui directamente a la habitación de Mimi. Estaba intacta, tenía todas sus cosas ordenadas y no faltaba nada, no había ningún mensaje, ni una nota que pudiera decirme a donde había ido, por qué había dejado sola a Luna en la calle, y aunque no quería reconocerlo, mi corazón sabía con quien podía estar, y eso me asustaba aún más. Escuché ruidos en la habitación de la señora Doblas, y con un mínimo de esperanza acudí a ella, pero Mimi no estaba allí. La señora Doblas estaba despierta, con la luz de su mesilla de noche encendida y con un libro entre sus manos. Cuando me vio entrar, me miró desconcertada, y viendo la preocupación en mi rostro me pregunto:

- ¿Ana estás bien? ¿Ocurre algo con mi nieta?

Quise mentirle en esos momentos, pero no pude.

- No lo sé, no sé donde está.

Le conté a la señora Doblas lo ocurrido, desde lo que había pasado esa tarde en el salón de su casa hasta comentarle que Luna seguía inquieta gimoteando en la parte trasera de mi coche, intentó tranquilizarme, pero pude ver el nerviosismo en sus ojos, aunque mi intuición me decía que ella sabía algo más de lo que me estaba contando.

- Usted sabe dónde está ¿Verdad? ¿Le dijo algo?

- Ana no voy a mentirte, no sé donde está, pero se que mi nieta vino a Madrid muy decidida a arreglar una situación, puedo decirte el qué y con quién, lo que no sé es como encontrarlo...

- ¿Se trata de Tony verdad?

- Eso me temo hija...

- No se preocupe señora Doblas, creo que yo si sé donde puedo encontrarlo.

Y salí sin más de aquella habitación, dejándole un beso en la frente a la señora Doblas y la incertidumbre de saber si su nieta estaba o estaría bien. Sabía dónde encontrar a Tony, y sabía que tenía que enfrentarlo, no podía dejar a Mimi sola en aquella situación por más que ella quisiera, así que salí de aquella casa y subí una vez más al coche con una Luna aún inquieta. Sabía la dirección que debía tomar y puse en marcha el coche con la esperanza, de que no fuese demasiado tarde...

Fix YouWhere stories live. Discover now