5.

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Cómo había prometido, el domingo por la mañana me dirigía a la casa de la señora Doblas, había parado en la churrería para llevarle el desayuno y así endulzarle un poco la mañana. Cuando entré en su habitación me sorprendí al ver a Mimi dormida como un ovillo sobre la cama, en la parte baja, cómo si no quisiera incomodar a su abuela mientras dormía. Cuando entré, la señora Doblas me sonrío y me dijo:

- No la despiertes por favor, ha pasado una mala noche.

No podía entender la bondad de esa señora, vivía prácticamente sola, su nieta no parecía hacerle caso nunca, estuvo sola en el hospital porque ella no estuvo, y aun así me pide que no la despierte porque había pasado mala noche. No podía creerme lo que estaba pasando.

Me senté en el sillón que estaba al lado de la cama, y le di el chocolate con churros a la señora Doblas que me miró con cariño y agradecimiento. Mi mirada se desvió hacia Mimi, no parecía la misma chica borde que me había encontrado estas últimas semanas, dormida parecía relajada y transmitía tranquilidad, una pena que esa tranquilidad no durara mucho tiempo. Cuando se despertó, la mirada de Mimi se cruzó con la mía, y con un bufido y envuelta en la manta se levantó de la cama y salió de la habitación.

- De verdad. Los padres de esta chica deberían enseñarle modales. Yo creo que aún están a tiempo más que sea de enseñarle a dar los buenos días. – Dije mientras me comía uno de mis últimos churros.

- No mi niña, a tiempo no están. Mimi perdió a sus padres hace tiempo. – La señora Doblas me miró con dolor

Me quedé sin habla, la había cagado, el día anterior le había dicho a Mimi que era una niña de mamá y papá por toda la rabia que llevaba dentro, porque no entendía muchas cosas. Ahora entiendo porque descubrí el dolor en los ojos de Mimi, le había nombrado a sus padres, a esos, que ella había perdido, me sentía fatal.

Quise hacerle varias preguntas a la señora Doblas, y sé que lo sabía por su manera de mirarme, pero antes de decir nada, anticipándose a mis preguntas, me dijo que estaba cansada, me agradeció la visita y el desayuno y me dijo que me esperaba mañana, era educada hasta para invitarte a irte de su casa.

 Fui bajando las escaleras pensando en la metedura de pata que había cometido el día anterior, cuando el ladrido del perro me devolvió al mundo real. Me extraño que ese animal estuviera ladrando, así que decidí acercarme a la puerta del salón para desde allí echar un vistazo al jardín. Nunca había salido, he de reconocer que ese perro me daba miedo, más que un perro parecía un caballo de lo grande que era, y creo que yo a él no le caía muy bien. Escuché sus ladridos y me sorprendí cuando lo vi corriendo detrás de Mimi. Ya se había cambiado y llevaba ropa de deporte, esta vez llevaba el pelo suelto y el viento se lo despeinaba un poco, llevaba una pelota en la mano y parecía que estaban jugando ¿jugando? ¿Enserio? ¿Mimi hacía eso? 

Estuve un rato observando como Mimi lanzaba la pelota y su peludo compañero iba de un lado a otro buscándola y devolviéndosela, no se cansaba, parecía que ella tampoco. Me quedé embobada hasta que escuche un ladrido muy cercano, y noté la pelota en mis pies, cuando reaccioné me asusté, tenía a ese caballo peludo justo enfrente de mí, ladrándome.

- Lía!! – La llamó. Porque resulta ser que ese caballo no era un perro, sino una perra.

La perra fue corriendo a su encuentro y cuando llegó a ella Mimi se agachó acariciándola, la perra comenzó a darle besos y Mimi emitió un sonido el cual era nuevo para mí. Comenzó a reírse.

Me perdí en su risa, que era música para mis oídos, era una risa mágica, contagiosa, te trasladaba a otro pensamiento, a uno repleto de felicidad, y cuando estaba absorta en ese pensamiento, otro ladrido me devolvió a la tierra, esta vez, tenía a Mimi justo enfrente de mí, pero ya no se reía.

- ¿Me puedes dar la pelota?

- ¿Qué? – Respondí embobada

- ¿Si me puedes dar la pelota?, No va a dejar de ladrarte hasta que no se la des.

- Ah, sí claro – Respondí torpemente.

Cuando me agaché a recoger la pelota, otro ladrido me asustó, y di un pequeño brinco.

- Tranquila, no te va a hacer nada, lo que pasa es que es una impaciente.

Esta vez su voz parecía amable, diferente, no parecía la misma chica borde de las primeras semanas, ni la que se había levantado de malas formas y se había marchado de la habitación de su abuela. Recogí la pelota del suelo y se la di, no tardó ni dos segundos en lanzarla lejos para que la perra fuera a por ella.

- Mimi – La llamé mientras se estaba dando la vuelta, alejándose una vez más de mí.

- ¿Qué quieres? – La borde volvió a aparecer.

- Perdón – Me salió sin más, no era un lo siento, empezamos con mal pie porque no entiendo porque me odias desde el primer momento en el que me viste. Era un la he cagado, me metí donde no debía y lo admito, perdón.

Me miró, sus ojos verdes atravesaron los míos, esta vez no vi la rabia que había visto constantemente en ellos, ni el dolor que provoqué el día anterior en su mirada, sólo eran sus ojos, con todos sus matices, y me perdí en sus ojos porque quería descubrir todo lo que ocultaba detrás de ellos, pero desvió su mirada y me hizo la pregunta que en verdad, temía contestar...

- ¿Por qué? 

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