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Se me hizo tarde en el trabajo

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Se me hizo tarde en el trabajo. Me tocó hacer cierre de cajas con la gerente del turno y no pude marcharme hasta pasadas las once y media. Esta vez, no pude aprovechar el aventón de Karla. Tuve que pagar un taxi. La única ventaja de aquel despilfarro es que me dejó en la puerta del edificio, sana y salva, sin tener que caminar calles infinitas en plena oscuridad.

Pasa de la medianoche y todo el apartamento está en penumbra, a excepción de la luz de la terraza, que Bruno siempre deja encendida antes de irse a la cama —esa que siempre termino apagando yo porque no me deja dormir.

El silencio en el que está sumido todo el lugar me hace saber que, seguramente, ya está dormido... O no ha llegado todavía. No lo sé. Tampoco es como si me importara.

Llevo una semana viviendo aquí, con él, y pareciera que cada vez nos llevamos peor. Debo admitir que yo he contribuido mucho a la causa poniendo música a todo volumen a deshoras, pero él no deja de comportarse como si yo portara la peste o alguna enfermedad extraña.

Siempre que intento ser amable, me responde cortante o con monosílabos, o a veces no responde en lo absoluto. Por eso, cada mañana, me encargo de torturarlo un poco.

Avanzo en silencio hasta el lugar en el que duermo y me deshago de los zapatos mientras contemplo la posibilidad de ir a tomar algo de ropa del armario. Descarto el pensamiento tan pronto como recuerdo que dejé una carga de ropa limpia y doblada en el cuarto de lavado. Tomaré algo de ahí para dormir.

Así pues, con ese pensamiento en la cabeza, bajo de nuevo y me adentro en la habitación de servicio, donde me pongo una remera que me va grande y me cubre la mitad de los muslos, y unas licras que suelo utilizar cuando uso falda —que, ahora, con mi nuevo trabajo, no es muy a menudo.

Mientras salgo y me encamino a la cocina, me deshago la trenza larga que me hice esta mañana y abro el refrigerador una vez en el lugar indicado.

Decido que es muy tarde y que, si como demasiado, no voy a dormir, así que opto por servirme un tazón del cereal que compré la semana pasada. Una vez con mi cena lista, apago la luz de la cocina y de la terraza, y subo a mi habitación improvisada, dispuesta a terminar de ver la temporada de la serie que he empezado ahora que me he dado por vencida con Dark: Sense8.

Apago las luces, me arrebujo entre los cojines y enciendo el televisor, para después presionar el botón de «Netflix». En ese momento, comienzo a escucharlo...

Primero, empieza quedo, como un ruido esporádico y suave, y me obliga a agudizar el oído. El sonido regresa y abro los ojos con alerta, al tiempo que miro hacia todos lados.

La tercera vez que lo escucho, soy capaz de reconocerlo como un gemido.

¿Qué carajos...?

Un chillido agudo, seguido de otro gemido y un grito corto.

Entonces, los hilos comienzan a unirse en mi cabeza:

Es la voz de una mujer.

Gritos que no suenan incómodos. Suenan más como... gemidos.

De nuevo tú ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon