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Andrea está sentada en el suelo de la sala, frente a la mesa de centro, con el cabello suelto cayéndole desordenado por todos lados

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Andrea está sentada en el suelo de la sala, frente a la mesa de centro, con el cabello suelto cayéndole desordenado por todos lados. El gesto de concentración que esboza me hace notar los papeles que sostiene entre los dedos y que parece analizar con suma concentración.

La curiosidad pica en mi sistema, pero me obligo a no preguntar qué diablos lee.

No me mira mientras me abro paso hasta la salida —hace rato ya que tomé una ducha y me alisté para ir a almorzar con Tania—. Tampoco lo hace mientras espero a que el elevador llegue. No digo nada mientras las puertas se abren, pero se me agolpan un montón de palabras en la punta de la lengua cuando la veo por el rabillo del ojo y ni siquiera hace ademán de querer echarme un vistazo.

No sé por qué me molesta tanto que me ignore como lo hace, pero reprimo el impulso que tengo de decirle una tontería y me adentro en el ascensor. Entonces, presiono el botón del estacionamiento y las puertas se cierran.

Me siento incómodo. Quiero regresar allá arriba y exigirle que me diga algo: que me odia, que soy un maldito cerdo de mierda... Lo que sea. Pero no lo hago y me obligo a subir a mi coche y ponerlo en marcha en dirección a la avenida, rumbo al restaurante en el que quedé de verme con mi hermana.

La mejilla todavía me duele por la bofetada que Nancy me propinó y la ira me pulsa en el pecho cuando recuerdo lo que Andrea le dijo a mi invitada.

Tú te lo buscaste.

Sé que mi subconsciente tiene razón. Que me pasé de la raya. Que no debí hacer eso y que fue demasiado, pero no quiero retractarme. No quiero pedirle disculpas a ella.

—Maldita sea —mascullo, mientras niego con la cabeza y enciendo la radio a todo volumen.

No quiero pensar más. Mucho menos si el único maldito pensamiento que tendré tiene que ver con Andrea Roldán.


***


—¿Qué te pasó en la mejilla? —Tania me saluda, mientras tomo entre los brazos a Mateo —mi sobrino—, y sé perfectamente que se refiere al golpe que traigo en la mejilla, patrocinado por Andrea y propinado por Nancy.

—No quiero hablar de eso —le digo a mi hermana y ella suelta una carcajada.

—¿Te metiste en una pelea, Bruno Ranieri? —se burla y la miro con cara de pocos amigos.

—Más bien me agarraron con la guardia baja —digo, porque no es del todo una mentira. Nancy me despertó con una gloriosa bofetada en la mejilla.

Entorna los ojos y esboza una sonrisa extraña.

—¿Cómo demonios te agarraron de frente con la guardia baja?

—Larga historia.

—Y supongo que no vas a contármela.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora