Epílogo

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Andrea baja del taxi, al tiempo que le envía un mensaje de texto a su amiga, Karla, para avisarle que ya está ahí. Que todo ha ido de maravilla en la oficina y que, por fin, ese ascenso que había estado buscando se le dio.

Baja del vehículo luego de pagar por el servicio y se encamina a paso rápido hacia el establecimiento en el que van a celebrar.

Bruno, su novio, va a alcanzarlas más tarde, cuando salga de la oficina.

Al entrar al establecimiento, le toman la temperatura, y le ponen gel antibacterial en las manos. Pasa por el tapete sanitizante y se introduce en el bar semi vacío en el que quedó de verse con su amiga.

Apenas ha comenzado a sentirse cómoda saliendo, luego de un año de locura encerrada en casa, saliendo solo lo indispensable.

Porque solo Andrea Roldán podría ser víctima de una pandemia una vez que su vida empezaba a tomar el rumbo adecuado.

Pero siempre había sido positiva y no podía quejarse cuando había conseguido un buen empleo y, además, había logrado sobrevivir a un bicho extraño y nuevo encerrada en un apartamento con Bruno Ranieri.

Una sonrisa se desliza en sus labios solo porque no puede esperar para verlo. Para contarle a detalle sobre su ascenso —pese a que fue el primero en saberlo, todavía falta contárselo todo.

Tiene que acomodarse el cubrebocas para desempañar los lentes de montura delgada que lleva puestos, pero, una vez resuelto todo, se abre paso hasta llegar a la mesa indicada.

Pese a que no deberían, se abrazan fuerte y empiezan a charlar como si no hubiesen pasado meses desde la última vez que se vieron.

El lugar, pese a que no está a su total capacidad, se llena del barullo de la gente y Andrea y Karla beben, charlan y ríen mientras escuchan la música acústica que toca un dueto —un chico y una chica— al fondo de la estancia.

La noche ha empezado a caer, el lugar está un poco más lleno, y la música se ha terminado porque los músicos se han ido a tomar un pequeño descanso.

Andrea llama a Bruno cuando Karla se levanta al baño, pero no le responde.

Frunce el ceño, ligeramente preocupada porque hace mucho que pasó de la hora acordada a la que se verían, así que le envía un mensaje de texto.

¿Todo bien, amor?

A los pocos segundos, recibe:

Lo lamento. Me gusta más Camila que Reik.

Andrea frunce el ceño, confundida por el mensaje que acaba de recibir y se queda unos segundos mirando la pantalla del teléfono antes de escuchar los familiares arpegios de guitarra que inician una canción que conoce y que ha escuchado antes muchas veces.

La letra de Todo Cambió de Camila comienza a ser cantada por la voz de la chica del dueto y el corazón le da un vuelco cuando un par de meseros aparecen en su campo de visión, llevando consigo un cartel discreto y bonito, pero que la llena de recuerdos en un abrir y cerrar de ojos.

Un nudo se le pone en la garganta en el instante en el que Bruno Ranieri, su flamante novio, aparece en su campo de visión y se sienta en la silla frente a ella.

—No me preguntes por qué, pero tenía que hacerlo de esta manera —dice, cuando nota el cuestionamiento en su rostro y hace un gesto de cabeza en dirección al cartel.

Lágrimas le inundan la mirada, pero ya ha podido leer lo que el pequeño cartel cita. Es una pregunta. Una pregunta que hace eco en la voz de Bruno cuando pronuncia:

—¿Te casas conmigo, Liendre?

Los ojos de Andrea se posan en el hombre frente a ella, ese que ahora se ha llevado la mano al bolsillo interior del saco para tomar una cajita diminuta.

Un sollozo escapa de los labios cuando ve a su novio arrodillarse y abrir la caja que contiene un anillo de compromiso.

No puede dejar de llorar, así que acuna el rostro del hombre entre sus manos para besarlo y murmurar un «sí» contra su boca.

Todos a su alrededor aplauden cuando él pone el anillo en su dedo y, de pronto, la chica puede ver que su mejor amigo está allá, al fondo de la estancia, con su —ahora— esposa, Ana. Junto a ellos, está Karla, quien sonríe radiante desde la distancia.

Es obvio para Andrea que todos lo sabían ya. Estaban enterados de lo que pasaría ese día.

—Creí que dijiste que nunca te casarías. —Ella se burla, al tiempo que envuelve los brazos alrededor del cuello de su prometido.

—Eres tú, Andrea —dice, sin más—. Me haces escogerte siempre. Tú, de nuevo tú y, al final, tú. Te amo y hace mucho que dejé de tenerle miedo a lo que siento.

Esta vez, la sonrisa en el rostro de ella asemeja la de él. Plena. Llena. Segura.

—Tú, de nuevo tú y al final, tú. Te amo, Bruno Ranieri —dice ella, en un susurro tembloroso y cálido.

—Te amo, Andrea Roldán.





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De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora