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Tengo la vista clavada en el techo de la habitación

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Tengo la vista clavada en el techo de la habitación. Andrea está acurrucada contra mi pecho y la estancia solo es iluminada por el halo suave que emite el televisor encendido.

Hace rato que regresamos a la recámara y pusimos una película. Hace otro tanto que Andrea se quedó dormida y hace una eternidad que dejé de intentar conciliar el sueño. No puedo hacerlo.

He estado muy ocupado dándole vueltas a todo lo que pasó esta noche. A la manera en la que me sentí después de que le hice el amor en la sala. A esta sensación tan intensa que me asfixia y me llena de maneras que no comprendo.

Cierro los ojos y jugueteo distraídamente con un mechón suave de cabello.

¿Qué demonios estás haciendo, Bruno? Me recrimino, pero no soy capaz de responder a esa pregunta. No soy capaz de darle sentido a todo esto que Andrea despierta en mí y que me hace querer cosas que nunca pensé que desearía.

Tomo una inspiración profunda y dejo escapar el aire con lentitud.

—¿Estás despierto? —susurra y, durante un segundo, me sobresalto.

Parpadeo un par de veces.

—Sí —replico, en voz baja—. ¿Sigues sin poder dormir?

Sacude la cabeza, en lo que interpreto como un asentimiento y la acerco un poco más.

—¿Qué es lo que te roba el sueño ahora? —inquiero, porque necesito dejar de pensar en eso que me taladra a mí la cabeza.

Se encoge de hombros.

—No lo sé. Ha sido un día largo —dice, en voz tan baja que apenas puedo escucharla—. No sé cómo haré para ir a trabajar dentro de unas horas.

—No vayas —susurro—. Quédate aquí, conmigo.

—No puedo darme el lujo de faltar —dice, y suena pesarosa.

La frustración que me embarga de pronto es tan repentina como extraña, pero me las arreglo para mantenerla a raya mientras, entre dientes, digo:

—¿Por qué trabajas en ese lugar? ¿Qué te detiene de buscar algo mejor?

No pretendo sonar molesto, pero lo hago y me arrepiento tan pronto como las palabras me abandonan.

Su cuerpo se pone rígido de inmediato y, en ese momento, el ambiente se tensa.

Silencio.

—Andrea, lo lamento —digo, en un susurro arrepentido—. No era lo que quería decir. Es solo que...

Se despereza de mi abrazo y me siento aún más imbécil.

—Buenas noches —dice, tajante y aprieto la mandíbula con fuerza mientras maldigo para mis adentros.

—Andy, por favor. —Sueno patético, pero no me importa...

... Al menos, no demasiado.

Suspira.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora