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Las lágrimas que me llenan la mirada no expresan ni de cerca el tamaño de la angustia que siento en estos momentos

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Las lágrimas que me llenan la mirada no expresan ni de cerca el tamaño de la angustia que siento en estos momentos. El nudo que tengo en el estómago apenas me permite respirar y mis ojos se cierran con fuerza mientras escucho al abogado de oficio decirme que las cosas no van bien.

Quiero gritarle que haga algo. Que no se quede ahí, de brazos cruzados, mientras permite que mi mundo entero se caiga a pedazos; pero, en su lugar, no digo nada. Me quedo callada mientras lo escucho —y no— hablar sin cesar de términos que no entiendo mientras leo, por décima vez, la orden de desalojo que el casero pegó en mi puerta mientras estaba fuera.

El nudo en mi garganta se aprieta cuando, al fondo, soy capaz de ver el sobre sin abrir que contiene la información de mis cuentas bancarias, las cuales tampoco son las más prometedoras.

—Licenciado Guzmán —interrumpo la diatriba del hombre que, en tono monótono, me da más de lo mismo: respuestas vagas, evidencias inconcretas y malas noticias. Estoy harta de malas noticias—, ¿podemos hablar sobre esto después? Ahora mismo me surgió un imprevisto.

El hombre al otro lado de la línea enmudece durante unos segundos. Está claro para ambos que he utilizado el recurso más trillado del mundo para finalizar nuestra interacción, pero es que estoy tan cansada. Tan agotada y fastidiada de todo esto, que necesito un respiro. Necesito, por hoy, no pensar en eso.

—Está bien. —El abogado, finalmente, habla.

—Gracias. ¿Le parece bien si le regreso la llamada mañana por la mañana?

—Claro. Por supuesto.

—Bien —digo, amable, pese a que quiero colgarle—. Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Y, entonces, cuelgo.

Mis ojos se cierran en el instante en el que bajo el teléfono y el llanto incontrolable escapa de mí, como un torrente desesperado, ansioso y doloroso que amenaza con acabar con la poca cordura que me queda.

Un sollozo rompe con la quietud en la que se ha sumido el apartamento en el que vivo y me quito los lentes para cubrirme la cara con las manos y llorar a mis anchas.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora