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El reloj marca las 11:45 de la noche

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El reloj marca las 11:45 de la noche. Es tarde.

No lo suficiente.

Mis ojos leen la carpeta del caso que ha caído a manos del despacho. Fraude fiscal. Representamos a la empresa demandante. Casi lamento el destino del acusado. Fácilmente, podríamos conseguirle veinte años.

Demasiado fácil.

Lanzo la carpeta sobre el escritorio. No voy a tomarlo. Sé lo que diría mi padre al respecto, pero de todos modos no voy a hacerme cargo. Es demasiado sencillo. Giro el cuello para deshacerme de la tensión acumulada. Me froto los ojos y los dejo cerrados durante unos segundos. Mi teléfono suena. Considero ni siquiera mirar la pantalla, pero la curiosidad me gana y lo levanto del escritorio. Es Dante por Facetime.

No tengo ganas de hablar. Ni siquiera con Dante.

Estás viviendo en su pent-house. Contéstale el puto teléfono.

El rostro de un muy bronceado Dante aparece delante de mis ojos. Me sonríe.

—Déjame adivinar —dice—. Estás en la oficina todavía, ¿verdad?

Sonrío.

—No me percaté de la hora —miento.

—Claro. Como si no te conociera y no supiera que estás obsesionado con ese trabajo tuyo.

Sacudo la cabeza en una negativa.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sienta la vida de casado? —inquiero, verdaderamente intrigado por su nueva faceta de hombre enamorado.

Conozco a Dante desde la universidad —pese a que me lleva unos cuantos años—. Él estudiaba una maestría mientras yo empezaba la carrera.

No recuerdo exactamente cómo es que nos conocimos, pero, pronto, me descubrí frecuentándolo. Embriagándome con él. Yendo de fiesta en fiesta, bebiendo hasta el amanecer... Luego, no sé cómo, todo cambió y nos encontramos hablando de cosas que no hablas con cualquiera, y nos hicimos amigos. Muy buenos amigos.

—De maravilla. ¿No se ve? —Dante sonríe, mostrándome todos sus dientes—. Te digo, hermano. Génesis es lo mejor que pudo pasarme. Cada día es una aventura con ella.

Pongo los ojos en blanco, pero también sonrío.

—¿Dónde dejaste las bolas, Barrueco? —bromeo.

—Justo donde tú has dejado las tuyas, gilipollas.

Me río.

Debo admitir que esta nueva faceta de Dante me intriga. Jamás lo vi tan enamorado. No tuve oportunidad de asistir a su boda —fue el funeral de mi madre—, pero todos me cuentan que jamás se le vio más feliz. Ahora mismo, lo único que puedo ver en su rostro es... felicidad. Plenitud.

—¿Te has instalado ya en el apartamento?

Arqueo una ceja.

—¿Apartamento? —bufo—. El mío es apartamento. El tuyo es dos veces más grande. Fácilmente, es una residencia.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora