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Besé a Andrea y no fue la gran cosa

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Besé a Andrea y no fue la gran cosa.

No sentí que bien podría perderme una eternidad en sus labios. Mucho menos desee más de ella. De su aroma fresco y dulce. De la suavidad de su piel debajo de mis labios. De la manera en la que sus dedos se enredaban en mi cabello y tiraban de él con suavidad. Ni del sabor dulce de sus labios o el tacto de sus pechos debajo de mis dedos...

Besé a Andrea y no fue la gran cosa...

... Excepto que sí lo fue.

fue la gran cosa. Fue, sin duda alguna, el beso más abrumador que me han dado en mucho tiempo.

Andrea Roldán es un peligro para mí. Para mis sentidos y mis más bajas pasiones. Es el tipo de tentación de la que suelo mantenerme alejado porque es demasiado arriesgado caer.

No debo caer.

Y de todos modos estoy aquí, arriba de mi coche, con la mirada fija en el camino y la mente en un lugar más cálido. Dulce. Aterrador...

Aprieto la mandíbula y suelto una palabrota.

No debí permitir que sucediera. Maldita sea, ni siquiera debí empezarlo todo de la manera en la que lo hice. Lo único que agradezco de todo esto, es que Oscar llamó en el momento indicado. Si no lo hubiera hecho, juro por Dios que habría llegado hasta donde Andrea me hubiese permitido.

No puedes permitir que vuelva a pasar. Me dice el subconsciente, mientras me detengo en un semáforo en rojo, y sé que tiene razón. No puedo permitirlo. No puedo dejar que se repita. Nunca.

Cierro los ojos con fuerza y sacudo la cabeza en una negativa.

Esto fue un error, pero prometo que voy a enmendarlo. Nunca más voy a volver a permitirme esas libertades con Andrea.


***


Ha pasado una semana entera desde que besé a Andrea. Una semana que he pasado evitándola a toda costa.

El asunto conmigo y mis objetivos, es que siempre los consigo. Me he propuesto, a como dé lugar, no encontrarme con esa chica en el apartamento y, pese a que ha sido difícil, lo he conseguido bastante bien.

Ese día, luego de haberla besado para luego salir corriendo a encontrarme con Oscar, decidí que no podía volver al pent-house temprano y me encargué de que mi reunión con mi amigo se alargara hasta muy entrada la madrugada.

Cuando volví, todas las luces del apartamento estaban apagadas. Una parte de mí lo agradeció, aunque no puedo negar que la perspectiva de encontrarla aún despierta, era más agradable que enfrentarme a la realidad. Esa que me implicaba a mí, solo en la inmensa cama de Dante, pensando en ella.

Desde ese día me he encargado de evitarla a toda costa. Me envió un mensaje de agradecimiento a la mañana siguiente por haberle llevado el justificante médico —ese que le dejé sobre la isla de la cocina—, pero no fui muy expresivo en mi respuesta.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora