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Cuando llego al apartamento, todas las luces están apagadas

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Cuando llego al apartamento, todas las luces están apagadas. De inmediato, miro el reloj en mi teléfono y aprieto la mandíbula cuando veo que pasan de las once.

Andrea dijo que llegaría temprano. Claramente, no lo ha hecho y, pese a que no estoy muy seguro del motivo, me siento... inquieto. Preocupado.

Me quedo quieto al salir del elevador, pensando en la interacción que tuvimos esta mañana, y la sensación de malestar incrementa. No sé muy bien qué demonios pensar al respecto, pero me digo a mí mismo que, seguramente, está festejando con sus amigos lo bien que le fue en su entrevista de trabajo.

Con ese pensamiento en la cabeza, enciendo la luz de la terraza —para que Andrea la encuentre así cuando llegue— y me echo a andar hacia la habitación principal para ponerme algo de ropa cómoda. Luego, me encamino a la cocina. Esta noche tengo tanta hambre, que decido pedir tacos a domicilio. Encargo unos cuantos de más por si Andrea quiere comer un poco cuando regrese. Aún me siento en deuda con ella por la noche tan atroz que le hice pasar, así que, invitarle la cena se siente como lo correcto por hacer.

Cuando la comida llega, contemplo la posibilidad de comerla en el teatro en casa, pero descarto el pensamiento tan pronto como llega. Ahí duerme Andrea. No voy a invadir su espacio. Menos si ella no se encuentra ahí.

Así pues, termino tomando mis alimentos en un banco alto de la isla que se encuentra en la cocina, mirando un documental en el teléfono. Al terminar, miro la hora de nuevo. Es casi medianoche.

Otra punzada de preocupación me embarga, pero la empujo lejos y me digo a mí mismo que no debería importarme la hora a la que llega Andrea.

Con ese pensamiento en la cabeza, me obligo a arrastrarme de vuelta a la habitación para calzarme unas zapatillas deportivas y dirigirme al pequeño gimnasio del pent-house. Una vez ahí, me pongo auriculares y comienzo a ejercitarme.

Ni siquiera ha pasado una hora, cuando miro el reloj una vez más. Me pregunto si Andrea está en casa y me reprimo cuando me doy cuenta de la frecuencia con la que pienso en ella.

Media hora después, estoy fuera del gimnasio completamente bañado en mi propio sudor. Necesito una ducha... Y ver si Andrea ha llegado a casa.

De pronto, me siento molesto con ella. Con las pocas molestias que se ha tomado de avisar que está en casa —si es que de verdad ya llegó—, así que me apresuro hasta la sala, esperando encontrarla sentada en algún sillón, con el libro manoseado con el que suele vagar por todo el apartamento; o en la terraza, bebiendo café o algo por el estilo; pero, cuando llego ahí, no puedo verla.

La busco en la cocina, el cuarto de lavado, la terraza, el estudio... Incluso, me atrevo a buscarla en el baño de la habitación principal; pero no se encuentra en ningún lado.

Es la una y media de la madrugada, y genuina preocupación ha comenzado a embargarme. No sé qué hacer, así que subo a toda velocidad al teatro en casa para ver si está allá arriba, pero lo único que encuentro son cojines desperdigados por todos los sillones y penumbra.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora