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Lorena y la secretaria de mi padre están hablando de mí

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Lorena y la secretaria de mi padre están hablando de mí. Ellas creen que no puedo escucharlas, pero lo hago fuerte y claro.

Ahora mismo, Lorena le ha dicho a Silvia —la secretaria de mi padre— que llevo dos semanas comportándome como un completo dolor en el culo. Claro que no ha utilizado esas palabras. Por supuesto que no. Lorena tiene más clase; pero, en resumidas cuentas, eso es lo que ha dicho.

Y me encantaría estar enojado por ello. Molesto hasta el carajo... pero no puedo. No estoy ni un poco irritado porque sé, muy en el fondo, que tiene razón.

No he tenido mis mejores semanas y, por más que me cueste admitirlo, mucho me temo que Andrea Roldán tiene mucho que ver.

Hace dos semanas que me mandó a la mierda. No directamente. No me confrontó y me dijo que ya no quería nada conmigo. Solo... empezó a evitarme.

Dejó de responderme a los mensajes bobos —ahora solo me escribe cuando va a salir tarde del trabajo—, comenzó a dormir de nuevo en el teatro en casa —pese a que le rogué que me dejara quedarme ahí en su lugar— y, de pronto, dejamos de coincidir en el apartamento.

Siempre tiene algo qué hacer o un lugar al cuál llegar. Siempre regresa a casa agotada y nunca tiene ganas de hacer nada conmigo.

Por supuesto, no me tomó mucho tiempo darme cuenta de lo que estaba pasando. Y tampoco es que pueda culparla. La última vez me comporté como un verdadero imbécil. No sé en qué diablos pensaba cuando toda aquella basura salió de mi boca. Tampoco sé qué carajos esperaba que sucediera después.

Fui un idiota. Un completo hijo de puta incapaz de tomar las cosas con calma o, en el mejor de los casos, con humor. José Luis solo creyó algo que, seguramente, creería cualquiera que hubiese visto lo que él: a un hombre y a una mujer riendo, de la mano, mientras suben al apartamento en el que viven. Cualquiera asumiría lo que él asumió. Y, de todos modos, no le encuentro explicación a la forma en la que me sentí en ese momento.

Por supuesto, si hubiese sabido que terminaría sintiéndome peor de lo que lo hacía, me habría quedado callado.

Lo cierto es que eso que dice Lorena no es una mentira. He andado con un humor de perros. He despotricado y maltratado a todo aquel que me lo ha permitido, solo porque no soporto estar ni un minuto más en mi propia piel.

Pero sé que lo merezco. Merezco sentirme tan miserable como lo hago, y andar con el humor asqueroso con el que he navegado estos últimos días.

Y lo peor de todo es que ni siquiera he tenido el valor de disculparme con ella porque soy tan orgulloso. Tan imbécil. Tan...

El teléfono de la oficina empieza a sonar y me saca de mis cavilaciones de golpe. Una palabrota malhumorada se forma en la punta de mi lengua, pero me la trago mientras levanto la bocina:

¿Qué? —No pretendo sonar así de brusco, así que no puedo evitar que una mueca de disgusto me asalte.

—Señor Ranieri —Lorena dice, con mucho tacto—, lamento importunar. Sé que me dijo que no recibiría a nadie el día de hoy, pero su hermana está aquí y quiere pasar a verlo.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora