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Todavía no caigo en la cuenta de lo que está ocurriendo, pese a que ayer vino Sergio a decírmelo

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Todavía no caigo en la cuenta de lo que está ocurriendo, pese a que ayer vino Sergio a decírmelo. Al parecer, Bruno lo envió a darme la noticia. Tenía algo que hacer en la oficina, por eso no vino él mismo a contarme que iba a salir libre esta mañana y, pese a que me habría encantado que lo hiciera, el recibir la noticia de boca de mi mejor amigo fue también algo alucinante.

Todavía no puedo creerlo.

Pese a que avanzo por un largo pasillo, flanqueada por una oficial de policía, vestida con un pantalón de chándal y una remera que me va grande, y no ese odioso uniforme café que vestí durante dos semanas enteras.

Libre.

... O algo por el estilo.

Todavía no estoy muy segura.

Sergio dijo que Bruno había conseguido que saliera gracias a un vacío legal de lo más estúpido. Un requisito indispensable y bobo —como mi firma en un documento—, pero que fue capaz de conseguirme un pase de salida inmediato de este lugar por atentar a mis derechos fundamentales.

Y así, sin más, Bruno Ranieri consiguió, en un lapso de dos semanas, sacarme de la prisión preventiva.

Parpadeo un montón de veces para deshacerme de las lágrimas que me invaden los ojos y me trago las emociones. Trato de empujarlas lejos mientras avanzamos hasta la salida.

Me pregunto si será Bruno quien esté aquí afuera para recibirme, pero sé que lo más seguro es que sean Sergio y Ana quienes me lleven a casa.

El aliento me falta ante las dolorosas ganas que tengo de verlo, pero me digo a mí misma que ya habrá tiempo para eso y para agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

No sé cómo diablos voy a pagárselo.

El sonido de la cerradura abriéndose hace que salga de mi ensimismamiento. La oficial no dice nada, solo se aparta de la puerta para dejarme salir. Así como así.

El nudo en mi garganta se aprieta, pero avanzo hacia las áreas civiles. Esas en las que solo está permitido acceder si no has recibido alguna especie de condena.

Ahí, de pie al final de un corredor, se encuentra él.

Bruno.

Las ganas de llorar regresan, pero me obligo a mantenerme serena cuando llegamos hasta donde se encuentra, y avanzamos hasta una especie de recepción.

Ahí, Bruno revisa los documentos que le ofrece una mujer y, con el gesto más glacial que le he visto esbozar, se despide y guía nuestro camino hacia el exterior. Hacia el estacionamiento del lugar.

Estoy temblando. El corazón me golpea con violencia contra las costillas y me zumban los oídos.

Casi espero que alguien salga detrás de nosotros a decirnos que no puedo marcharme, pero eso no sucede. Nadie nos sigue. Nadie trata de detenernos. Avanzamos hasta el coche de Bruno y subimos en él.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora