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Cuando la llamada de Facetime entra en mi teléfono, dudo en responderla

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Cuando la llamada de Facetime entra en mi teléfono, dudo en responderla.

La verdad es que no sé si tengo ganas de hablar con Dante. No sé si tengo ganas de hablar con alguien. Punto.

No sé qué me sucede. He pasado el día entero atrapado en esta retahíla de sentimientos encontrados que me abruman y me hacen incapaz de concentrarme en nada.

Un suspiro largo se me escapa, pero termino respondiendo.

Dante aparece frente a mí, vestido con ropa cómoda y gesto amodorrado. Yo, por el contrario, luzco como si acabase de salir de un juzgado: con la corbata deshecha, el cabello alborotado y cada de pocos amigos.

—¿Quién se ha atrevido a molestarte, Bruno Ranieri? —Mi amigo, de inmediato, es capaz de notar mi malhumor y suelto un bufido.

—¿Qué te hace pensar que necesito que alguien me moleste para tener una actitud de mierda? —bromeo y él suelta una carcajada sonora.

—No cambias, Bruno —dice, al tiempo que niega con la cabeza y esboza una sonrisa radiante. Muy a mi pesar, imito su gesto.

Dante tiene la virtud de ponerme de buen humor en cuestión de instantes.

—¿Cómo estás, Barrueco? —inquiero, amable y más animado.

—Mejor que tú. Eso seguro —afirma y pongo los ojos en blanco—. Ya cuéntame, ¿qué demonios te ocurre? No has respondido a mis mensajes en todo el día. Empezaba a preocuparme.

—Ni siquiera mi hermana es tan insistente como tú.

—¿Qué tal la chica con la que sales? ¿Es igual de insistente que yo?

—En primer lugar, no estoy saliendo con ella —replico, plenamente consciente de que sueno a la defensiva—. Y, si tanta es tu curiosidad: No. Tú eres más insistente. Mucho más insistente, de hecho, que ella.

Sonríe, radiante.

—Así me gusta. Que nadie ocupe mi lugar —bromea y es mi turno de sonreír.

—¿Qué es lo que quieres, Dante? —mascullo, medio irritado y medio divertido.

—Teníamos una plática pendiente respeto a una persona —dice—, y acá es tarde y no puedo dormir. Y, como no tengo mucho que hacer porque Génesis duerme, pensé que quizás podríamos..., ya sabes..., hablar sobre tu chica.

—No es mi chica —refuto, haciendo énfasis en las palabras, justo como él lo ha hecho—. Es la chica con la que follo y nada más.

—Exclusivamente.

Aprieto la mandíbula.

—Exclusivamente. —Le doy la razón.

—¡Ah! Ya. —La sonrisa socarrona que esboza Dante me hace querer colgarle, pero me las arreglo para mantener mi gesto inexpresivo.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora