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Odio esta sensación

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Odio esta sensación. Este escozor en el pecho, como si llevara un pedazo de carbón ardiente dentro de la caja torácica. Odio, también, la picazón en los ojos. Esa que le precede al llanto, y odio, por sobre todas las cosas, sentirme de esta manera gracias a Bruno Ranieri.

Sé que fui yo la que impuso los límites desde el principio. Que fue cosa mía el no dejarlo acercarse a mí por todo eso que me dijo. Porque él no quiere nada serio con nadie y yo, luego de lo que pasó anoche —y de lo dulce y amable que fue conmigo—, no sé si sea capaz de aceptar solo lo que me ofrece.

No obstante, eso no quiere decir que verlo marcharse con una mujer despampanante no me haga sentir como si el peso del mundo entero se ciñera sobre mis hombros.

El aliento me falta, el pecho me arde y no puedo apartar la vista del suelo del ascensor mientras repito —segundo a segundo— los últimos cinco minutos.

Sé que no me vio. Me aseguré de quedarme atrás cuando los vi afuera del edificio y, cuando avanzaron en el coche en mi dirección, me encargué de escabullirme entre el bullicio hasta la entrada del complejo.

Mientras las puertas del elevador se abren, no puedo evitar darle vueltas una vez más a lo que acabo de ver y solo puedo llegar a la dolorosa conclusión de que Bruno llevó a alguien más a la Ciudad de México. A esa mujer con la que acabo de verlo.

Cuando las lágrimas pesadas se deslizan por mis mejillas, me recuerdo a mí misma una y otra vez que no quiero una relación casual. Que no quiero ser el polvo de alguien —por muy bueno que este sea—. Mucho menos quiero terminar en una relación en la que yo sufro esperando por más, mientras que él obtiene lo que quiere a costa de mis sentimientos.

Tampoco estoy diciendo que estoy enamorada de Bruno, o que lo que pasó entre nosotros me ha hecho amarle con todo el corazón, porque las cosas no son así. Sin embargo, no quiero darle cabida a los errores. A los malos entendidos. No quiero darle la oportunidad a mi estúpido y bobo corazón de ilusionarse con un hombre que me ha dejado bien claro que no busca eso que yo anhelo desde siempre.

Bruno no tiene relaciones serias.

Yo sí.

Y si no podemos llegar a un acuerdo, lo mejor es cortar de tajo con lo que está pasando antes de que sea demasiado tarde.

Ya es demasiado tarde. Me dice una vocecilla baja en lo más profundo de la cabeza y las lágrimas reanudan su marcha.

El pecho me duele, el corazón me va a estallar en cualquier momento, y no dejo de repetirme una y otra vez que fui yo quien decidió que las cosas fueran así.

No dejo de sentirme miserable de todos modos. De pronto, el hambre se me esfuma. Los pancakes suenan como a mala idea ahora y solo quiero tomar una ducha e irme a dormir.

Lloro mientras me ducho y me maldigo una y otra vez cuando una decena de recuerdos sobre Bruno y yo, en esta misma regadera, no hace ni siquiera veinticuatro horas, me embargan.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora