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Hoy es mi día de descanso, así que tuve oportunidad de dormir un poco más antes de iniciar el día

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Hoy es mi día de descanso, así que tuve oportunidad de dormir un poco más antes de iniciar el día. A pesar de eso, tuve que poner una alarma para poder hacer todos esos pendientes que tengo desde la semana pasada.

Esta vez, cuando me levanto, pongo música en los auriculares de mi teléfono para escuchar mientras me alisto. Hoy voy más arreglada de lo normal. Tengo cita con el licenciado Guzmán a mediodía y, antes, debo presentarme ante a firmar en la fiscalía una vez más.

Después de mi reunión con el abogado, iré a hacer mi despensa de la quincena. Si tengo suerte, llegaré a casa temprano. Y, si tengo un poquito de más suerte, también recibiré buenas noticias respecto a mi situación legal.

La expectativa me atenaza el estómago, pero me obligo a mantener las emociones a raya mientras trato de echarme otro vistazo en el pequeño espejo de mi polvo compacto.

Un suspiro frustrado se me escapa y, durante un segundo, considero la posibilidad de entrar en la habitación solo para verme en alguno de los espejos que hay dentro. Deshecho el pensamiento tan pronto como llega. Prometí no ser un dolor en el culo con Bruno. Eso también incluye respetar su espacio. Al menos, mientras duerme, ya que es imposible no entrar a esa alcoba por lo menos una vez por día.

Me digo a mí misma que me veré en uno de los espejos del gimnasio y, con este pensamiento en mente, cambio de canción para poner algo que me pone de buen humor: No Promises de Cheat Codes con Demi Lovato. Después, tomo mi bolso, echo mi cartera, las llaves y algo de maquillaje para retocarme si lo necesito. Luego, bajo a mirarme al espejo. Cuando lo hago, repito la canción una vez más y subo el volumen.

Me guardo el teléfono dentro del sujetador mientras me preparo el desayuno y bailoteo de manera inconsciente hasta que tengo que repetir la canción una vez más.

Para cuando estoy desayunando —café y pan francés— tengo la adrenalina tan a tope, que estoy brincando y bailando al ritmo de la música que suena —ahora muy, muy fuerte— en los auriculares que llevo puestos. Me siento relajada ahora. Tranquila. Así que, cuando la canción termina esta vez, en lugar de repetirla, busco una nueva. Mientras hago eso, me giro sobre mi eje para tomar la taza con café que he dejado en la isla de la cocina. Entonces, lo veo.

Un grito ahogado se me escapa en el instante en el que la imagen repentina llega a mí y me arranco un auricular a toda velocidad solo porque Bruno Ranieri se encuentra ahí, en la entrada de la cocina, luciendo fresco y arreglado.

Su gesto es serio, pero una sonrisa baila en las comisuras de sus labios. Eso es lo único que necesito para saber que me ha visto brincar y bailar como una lunática por toda la cocina.

Oh, Dios. ¿Desde hace cuánto estás ahí?

La vergüenza se extiende sobre mi pecho con una rapidez abrumadora y siento cómo el rubor me calienta la cara.

—Buenos días —digo, sin aliento. Él, sin despegar los ojos de mí, asiente.

—Buenos días, Andrea —dice, estoico y la vergüenza incrementa. Hace un gesto en mi dirección con la cabeza y, luego añade—: Luces como si estuvieras lista para presentarte ante un juzgado.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora