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El pent-house está en completa oscuridad cuando llegamos

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El pent-house está en completa oscuridad cuando llegamos.

No sé muy bien qué hora es, pero estoy tan borracha y Bruno tan cerca, que no puedo pensar con claridad.

Avanzamos en la penumbra, él detrás de mí, abrazándome por la cintura, hundiendo la cara en el hueco de mi cuello para besarlo a sus anchas; yo, aferrada a sus brazos firmes, mientras inclino la cabeza hacia a un lado para darle entrada a eso que busca.

Mis labios se entreabren cuando la mano de Bruno sube para introducirse en el escote del vestido y acariciarme un pecho. Un gruñido aprobatorio escapa de su garganta cuando se da cuenta de que no llevo sujetador y una nueva oleada de calor me golpea.

El camino al departamento fue rápido en taxi y, luego de que dejamos a Karla en casa, Bruno no dejó de susurrarme al oído todo lo que me haría tan pronto como pusiéramos un pie dentro del elevador.

Y no ha mentido. No ha dejado de desperdigar besos fugaces en todos lados. Ahora mismo, nos encaminamos a paso lento y torpe por el pasillo que da a la habitación, y solo puedo pensar en lo mucho que quiero sentirlo de nuevo en mi interior.

Un suspiro roto se me escapa cuando su mano libre —esa con la que no me acaricia los pechos— se desliza entre mis muslos y busca entre mis pliegues por mi punto más sensible.

Un gruñido ronco se le escapa cuando lo encuentra —porque sigo sin llevar ropa interior— y un gemido entrecortado me abandona cuando sus dedos empiezan a trazar caricias en mi centro.

Las rodillas me fallan, el aliento me falta y siento que me va a explotar la cabeza si sigue acariciándome como lo hace.

Bruno me gira sobre mis talones y me besa con fuerza. Su lengua y la mía se encuentran en el camino y seguimos avanzando así, mientras le deshago los botones de la camisa.

Para cuando llegamos a la habitación, Bruno está desnudo de las caderas hacia arriba, y me recuesto sobre la cama mientras él tira de mis tobillos para colocarme en la orilla.

Cuando esto ocurre, el mundo da una voltereta. Estoy muy borracha.

—Estoy demasiado borracho —la voz de Bruno es un eco del pensamiento que me asalta y asiento en acuerdo.

—Yo también —digo, en un resuello, mientras siento cómo me quita los zapatos altos.

El alivio que sienten mis plantas es inmediato, pero se marcha en el instante en el que él une su frente a la mía antes de besarme una vez más.

—Ven —susurra contra mi boca mientras se quita los zapatos y los calcetines, acto seguido, sube a la cama de un movimiento que se me antoja atlético y caliente; acto seguido, se coloca contra la cabecera, recostado en una posición medio sentada.

Me toma unos instantes apartar la vista de su abdomen plano y fuerte para notar que me mira con curiosidad y diversión.

—¿Te gusta lo que ves, preciosa? —inquiere y siento cómo el calor se apodera de mi rostro de inmediato.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora