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Bruno se aparta con brusquedad para unir su frente a la mía y todo me da vueltas

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Bruno se aparta con brusquedad para unir su frente a la mía y todo me da vueltas. Una parte de mí todavía no termina de procesar lo que acaba de decir, pero eso no le impide susurrar:

—Andrea, no quiero hacerte daño. —El sonido roto y ansioso no es otra cosa más que un reflejo de mis propios sentimientos. Del latido desbocado de mi corazón y del temblor que me invade las extremidades—. Jamás me lo perdonaría si lo hiciera. —Sacude la cabeza en una negativa—. Y odio esto. Odio el silencio. La distancia entre nosotros. Odio este pánico sin sentido que le tengo a lo que me provocas y aborrezco, por sobre todas las cosas, el no tener idea de cómo hacer... esto.

Shhh... —Le pongo un dedo sobre los labios y suelta un suspiro entrecortado que me desarma por completo—. No tienes nada de qué preocuparte, Bruno. Tampoco hay mucho que pensar. —Mi voz es apenas un susurro suave, dulce y trémulo—. Quizás tú no tienes idea de cómo hacerlo, pero yo sí.

Es una mentira. No tengo idea de cómo diablos se hace esto. Toda la vida he buscado el amor en los lugares menos saludables. A veces, por inocencia pura; otras, porque me casé con la ideología de buscar al hombre perfecto. Ese que, por fuera, ostentaba ser ejemplo de moralidad, pero que pronto descubrí que podía ser mezquino y egoísta en la oscuridad.

Creía que sería capaz de reconocer el amor cuando tocara a mi puerta, pero la realidad es que no es así. Nunca ha sido así. Así que, sí... También estoy aterrada. Asustada de lanzarme al vacío con este hombre que es capaz de moverme el universo con solo un beso; porque me descoloca tanto, que no sé qué va a ser de mí si esto no funciona. Porque estoy tan loca por él, que no sé qué diablos será de mí si me rompe el corazón.

De todos modos, no dejo que el hilo turbio que ha empezado a invadirme el pensamiento me acobarde y, para probar mi punto, lo beso una vez más; sin embargo, ahora me tomo mi tiempo. Enredo los dedos en las hebras oscuras de su cabello y pego mi cuerpo al suyo cuando me envuelve por la cintura para atraerme hacia él.

Un gruñido ronco escapa de su garganta cuando mi lengua busca la suya, y sus palmas se deslizan hasta la curva de mis caderas en el proceso.

De pronto, todo está bien. El mundo se cae a pedazos a mí alrededor, pero, de alguna manera, eso no importa ahora. Solo está él. Besándome. Susurrando cosas dulces contra mis labios y envolviéndome con sus brazos como si no estuviese dispuesto a dejarme ir nunca.

No sé en qué momento nos deslizamos hasta el suelo de la habitación. Tampoco sé cuándo el peso de su cuerpo se posó sobre el mío. Mucho menos el momento en el que, asentado entre mis piernas, empezó a besarme de otra manera. Desde la mandíbula hasta la base del cuello y un poco más abajo.

Un suspiro roto me abandona cuando sus manos trazan senderos suaves por mis muslos, y el corazón me da un tropiezo cuando un beso voraz es arrancado de mi boca.

Sus manos están en todos lados. Primero ansiosas; luego, dulces. Suaves. Gentiles.

Besos largos son desperdigados por todo mi cuerpo y, de pronto, soy un manojo de sensaciones y terminaciones nerviosas. Un montón de suspiros rotos y estremecimientos placenteros.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora