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La puerta de mi oficina se abre

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La puerta de mi oficina se abre. Fernando Ranieri —mi padre—, seguido de su séquito de lamebotas se abre paso hasta el interior. Lorena, mi secretaria, lo sigue a los pocos pasos, con gesto mortificado y ansioso. Ella sabe que odio cuando mi padre entra sin anunciarse. Tiene órdenes expresas de obligarlo a hacer una cita antes de tener cualquier clase de contacto conmigo.

El horror en el gesto de la chica me hace compadecerla y decido no llamarle la atención cuando noto cómo se lleva las manos a la boca en un gesto mortificado.

—Lo siento mucho, señor... —Lorena se apresura a decir —pese a que apenas soy un par de años más grande que ella—, pero, con un gesto, le indico que se detenga.

Le dedico una sonrisa tranquilizadora y luego le digo que puede retirarse.

Mi padre se detiene frente a mi escritorio, pero yo no me muevo. Estoy sentado de manera desgarbada, con el nudo de la corbata deshecho. He dejado el saco en el perchero desde el mediodía y estoy bastante seguro de que apesto a cigarrillos. Me importa una mierda, pero sé que a él no. De hecho, si hubiera sabido que vendría a verme, no me habría afeitado esta mañana.

—González me dijo que rechazaste el caso de la Comercializadora Mendoza —dice, sin más, y clavo mis ojos en los suyos.

Me aseguro de dedicarle mi mirada más glacial y aburrida mientras jugueteo con el abrecartas que tengo entre los dedos.

Dejo que el silencio hable por mí y él suspira.

—Era un buen caso.

—Demasiado sencillo —digo, lacónico.

—Es fraude fiscal.

—Cualquiera en estas oficinas puede resolverlo. —Esbozo una pequeña sonrisa, pero esta no toca mis ojos—. No me necesitas.

La compostura del hombre se va al caño en ese momento y pone ambas manos sobre el escritorio para inclinarse hacia mí.

—Paso por encima de muchos para darte los mejores casos, Bruno —sisea, furioso y me mira como si quisiera estrangularme—. Esos que son buenos para tu carrera. ¿Y tú los desperdicias, así como así?

Ni siquiera me inmuto ante la ira en su voz.

—Yo nunca te he pedido nada. Mucho menos he tomado una de las mierdas de casos que pretendes que resuelva —digo, en ese tono acompasado que sé que lo descoloca—. Ve y dale esa basura a alguien más. Cuando tengas algo bueno... pero bueno de verdad... hablamos.

—¡¿Crees que vas a hacerte de una reputación sin codearte con la gente adecuada?! —espeta, con brusquedad—. ¡Necesitas relacionarte! ¡Necesitas hacer casos que no te gustan para que la gente en el ramo te conozca!

Sé que tiene razón, pero no le doy la satisfacción de hacérselo notar. Me mantengo tan estoico como siempre.

—Si viniste nada más a recriminarme que no tomé tu puñetero caso —hago un gesto en dirección a la salida—, por favor, vete y déjame trabajar. No tengo tiempo para esto y tampoco tengo diez años como para que vengas a regañarme.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora