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Me detengo en seco cuando la veo

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Me detengo en seco cuando la veo.

Ahí, entre mis cosas, se encuentra la remera de Bruno. Esa con el logo del disco más icónico de una banda a la cual no le recuerdo el nombre.

Todavía puedo recordar la reacción que tuvo la primera vez que me la vio puesta. La forma en la que me miró de pies a cabeza e, inexpresivo, dijo que se vería aún mejor si no llevara las bragas puestas.

Aún puedo visualizarme avanzando hacia la silla del escritorio en el estudio para sentarme a horcajadas sobre él.

Recuerdo sus dedos cálidos en mi nuca. La fuerza de sus brazos atrayéndome con suavidad para besarme. Mi cabello cayendo como cortina sobre nuestros rostros y mis dedos trabajando en los botones superiores de su camisa.

Un nudo me aprieta la garganta cuando me recuerdo con esa misma prenda, acurrucada entre sus brazos, a punto de quedarme dormida.

Trago duro para deshacerme de la sensación de asfixia que me embarga y aparto la remera con cuidado. Un suspiro entrecortado me abandona y tengo que recordarme una vez más que no puedo buscarlo. Que él decidió tomar distancia y que debo respetarlo.

Además, ¿qué caso tiene?

Cierro los ojos.

Trato de empujar a Bruno lejos de mi mente, como he hecho todos los días desde que se fue.

Hace exactamente una semana.

Aprieto la mandíbula porque no puedo creer que esté haciéndome esto a mí misma. Debería estar preocupada por el juicio de mañana. Debería estar hostigando al abogado en lugar de estar aquí, guardando mis cosas, pensando en Bruno.

Suspiro.

De nuevo, me quedo inmóvil en mi lugar contemplando las pilas ordenadas de ropa que he hecho. No debería estar empacando. Ni siquiera debería estar esperando a Sergio para darle instrucciones en caso de que lo peor ocurra; y de todos modos estoy aquí, metiendo mis pocas pertenencias en cajas, porque a estas alturas del partido tengo que reconocer que voy a ir a la cárcel.

No tengo la menor duda de ello. Ahora lo único que le pido al cielo es que la sentencia sea benevolente y no tenga que pasar el resto de mis días en una prisión de alta seguridad.

Las ganas de llorar regresan y la impotencia me forma un nudo en el estómago. Quiero vomitar, pero me las arreglo para mantener la cena dentro.

El abogado no ha dejado de ser optimista los últimos días que nos hemos visto para ultimar los detalles del juicio, pero no puedo mantener el mismo espíritu que él; así que he pasado los últimos días arreglando detalles para el caso más extremo de mi sentencia, mientras escucho por horas a un hombre al que, claramente, le da igual si gana o pierde este caso.

De nuevo, el pánico creciente que he estado manteniendo a raya desde hace una semana sube como el oleaje del mar y me asfixia.

El sonido de las puertas del ascensor me alerta. Hace que todo pensamiento fatalista se esfume y el pánico se vaya. Hace que todo sea remplazado por la confusión.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora