4

97.5K 11K 8.7K
                                    

La chica semidesnuda frente a mí me mira horrorizada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La chica semidesnuda frente a mí me mira horrorizada. Es... bonita. Y familiar. Muy familiar.

Ojos oscuros y expresivos me observan con miedo, vergüenza y... ¿reconocimiento? Tiene el cabello largo. Tan largo, que no puedo verle el torso... ni las tetas. Su piel morena clara va a juego con el color castaño de su pelo y tiene unas condenadas piernas que me hacen imposible mirarle otra cosa.

Fácilmente, le saco una cabeza.

—¡¿Se puede saber quién carajos eres tú?! —espeto, mientras tomo la toalla que acerqué cuando me metí a bañar y me envuelvo las caderas con ellas.

Como si mis palabras hubieran activado un interruptor en ella, chilla, se cubre el torso con las manos —como si yo de verdad estuviera interesado en verla— y grita cosas sobre policías, denuncias, órdenes de restricción y allanamientos de morada.

—¡¿Quieres cerrar la puta boca y decirme quién diablos eres?! —Mi voz truena, cuando me siento abrumado y agobiado por su irritante tono—. ¡Estoy a un maldito pelo de llamar a la policía, así que más te vale explicarme quién, en el maldito infierno, eres tú y qué demonios haces en mi casa!

Ella enmudece. Me mira fijo y el fuego en sus ojos me provoca una extraña sensación debajo de la piel. Incómoda. Inquietante.

—Esta no es tú casa —replica, con una seguridad y un temple que me hacen querer rugir de nuevo para verla encogerse ante mí una vez más.

—Yo vivo aquí.

—Aquí no vive nadie. Solo yo —dice, con la voz enronquecida, para luego añadir—: Temporalmente.

Doy un paso más cerca y ella da uno lejos.

Me teme.

La victoria alza sus muros en mi interior y, sabiéndome capaz de amedrentarla, doy otro paso. Ella vacila, pero termina cediendo y retrocede otro poco.

—¿Quién. Demonios. Eres. Tú? —digo, en voz baja y amenazadora, dándole énfasis a casa palabra que pronuncio.

Algo parecido a la ira tiñe su mirada y se ruboriza por completo.

Familiar... De nuevo.

—¿No me recuerdas?

La confusión me azota en el instante en el que pronuncia eso, pero no se lo hago notar.

—¿Tendría por qué hacerlo? —inquiero, con frialdad, pero mi mente corre a toda marcha tratando de ponerle un nombre a esas facciones delicadas, labios mullidos y ojos feroces que me miran como si fuese una basura.

¿Por qué no puedo recordarla?

—Eres un imbécil —escupe, al tiempo que sale del baño. La sigo de cerca—. Un imbécil y un puto loco de mierda que entra a casas ajenas. ¿Qué diablos te sucede?

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora