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—¿Es todo? —Sergio inquiere, mientras echa un vistazo alrededor del apartamento vacío en el que viví por un poco más de un año

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—¿Es todo? —Sergio inquiere, mientras echa un vistazo alrededor del apartamento vacío en el que viví por un poco más de un año.

El nudo que tengo en la garganta solo es eclipsado por la horrible sensación de pesadez que me atenaza el estómago y el agobiante desasosiego que me causa dejar este lugar.

—Sí —digo, con un hilo de voz, mientras contemplo el espacio desierto que alguna vez fue mi sala—. Es todo.

—Vámonos, entonces. —Sergio me pasa un brazo por encima de los hombros y me atrae en un abrazo conciliador, pero lo único que consigue es incrementar el dolor que siento en el pecho.

Pese a eso, asiento.

Lo cierto es que jamás, ni en un millón de años, creí que dejaría este lugar. Al menos, no de esta manera.

Ni siquiera pude conservar los muebles que compré con el pasar de los meses y el sudor de mi frente. Todos ellos fueron vendidos poco a poco para pagarle a un abogado que, de todos modos, no pude conservar.

Ahora, con todas mis pertenencias —ropa, libros y artículos personales— caben en el maletero del coche de mi mejor amigo. Ese que no ha hecho más que apoyarme en todo lo que ha podido durante todo este infierno. Durante toda mi vida, de hecho...

Él guía nuestro camino fuera del apartamento y le echo la llave una última vez antes de entregarlas. El nudo en mi garganta se vuelve insoportable ahora, pero ya no quiero llorar. Estoy cansada de hacerlo.

Sergio trata de hacer algo de plática ligera mientras nos encaminamos al elevador y, una vez ahí, lo llama.

El marcador del ascensor desciende a toda marcha cuando nos subimos en él y, en silencio, contemplo las puertas de metal, mientras pienso en todo lo que me dijo el licenciado Guzmán durante la última reunión que tuvimos —la cual, fue hace unos días.

Básicamente, todo sigue igual. Sigo siendo acusada de algo que no hice. Sigo teniendo que ir a firmar cada semana a una maldita delegación solo para comprobarle a un fiscal que no voy a huir a ningún lado. Sigo teniendo que esperar a que se resuelva otro proceso legal que, francamente, no entiendo del todo.

—¿Cuándo entregas las llaves del apartamento? —La pregunta de mi amigo y me saca de mis cavilaciones.

La suavidad de su tono no le quita el escozor que me provoca el cuestionamiento.

—Las dejaré en la recepción y le llamaré al casero —respondo, en voz baja, pero la verdad es que no me enorgullece no entregar las llaves personalmente. Y me encantaría tener el valor de hacerlo, pero la verdad es que me da vergüenza verle la cara al hombre al que terminé debiéndole tres meses de renta.

Sergio guarda silencio, amablemente, y lo agradezco.


Luego de dejar las llaves en el lugar correspondiente y de llamarle al hombre que me alquiló el departamento, nos subimos a su coche y conduce en dirección a donde Génesis vivirá.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora