Capitulo 1

9.3K 861 42
                                    

Durante años, Severus Snape se esforzó por esconder todas sus debilidades al resto del mundo, incluidos Minerva y Dumbledore. Pese a todo lo que ellos hacían por acercarse a él, sus escudos mentales se levantaban e impedían que cualquier pensamiento, emoción o sentimiento saliera a la luz, con tal de verse siempre como ese hombre frío, calculador y distante que era durante sus clases y que era, definitivamente, el terror de los niños y adolescentes. Incluso los que tenían años con él eran completamente reticentes hacia su persona. Y la mayoría de profesores no se quedaban afuera. Para ellos, Snape era la personificación del dicho «lobo solitario y gruñón».

Aún así, eso fue lo que le vino de maravilla. Viendo un hombre que «odiaba» a todo el mundo, nadie imaginaría que sería el mismo hombre que pasó años vigilando al niño que sostuvo en sus brazos aquel fatídico día.

Sin embargo, algo que caracterizaba a Snape era su gran intelecto. Sabía perfectamente que si se atrevía a enfrentar a esos Muggles, corría el riesgo de que entonces, el Ministerio y las Leyes Muggles combinadas le prohibieran acercarse al niño. Pero nunca le habían prohibido dejarle algunos regalos cuando su familia ni el mismo Harry no estuviesen mirando. Y él sabía perfectamente cómo evitar siempre ser visto por los Muggles.

Dados los años que había rondado Privet Drive, había aprendido las rutinas de los Dursley. Por cómo eran, dudaba mucho que hubiesen cambiado algo de sus días. Sabía que Vernom Dursley trabajaba desde la mañana hasta la tarde, salvo algunos días que volvía cuando quería y el hijo de ellos iba con sus amigos al parque para hostigar a más niños. Sin embargo, el objetivo favorito de ellos era Harry, quien por suerte, era mucho más rápido que esos mocosos malcriados, así que siempre podía escapar. Aunque los niños que no podían, despertaban la empatía que Snape ya creía muerta.

Petunia, cuando no estaba con sus amigas chillonas o espiando a los vecinos para tener chismes o sólo intentar copiar algo que ellos tenían, se la pasaba gritándole a su sobrino cosas horribles y asignándole tareas que ningún niño pequeño debía hacer. Habían comenzado tan pronto como Harry aprendió a caminar, así que Snape debía admitir, con demasiado pesar, que Harry seguramente sabría hacer muchos quehaceres. Quehaceres que ningún niño pequeño debería hacer como si fuese un elfo domestico.

Las veces que veía la forma tan atroz en que trataban al niño, no le faltaba nada para acabar su hechizo de invisibilidad y aparecerse delante de ellos para darles su merecido. Sin embargo, si lo hacía, el Ministerio lo sabría. Y si pasaba, ya no tendría posibilidades de seguir viendo a Harry, ni siquiera en Hogwarts.

Sin embargo, durante las noches, sabiendo que durante casi todo el día, Harry comía poco o nada, Severus le dejaba platos de comida y vasos de agua en la mesa cuando sus horribles familiares se iban a dormir y lo dejaban arreglando el desorden que ellos mismos provocaban. Oía a Vernon advertirle al niño lo que pasaría si se levantaba al otro día y todo estaba desordenado. Snape cada vez sentía más latente la ira asesina que recorría su ser. Al menos, cuando Harry estaba distraído limpiando, podía dejarle los aperitivos en la mesa, junto con libros de pociones que estaban escritos de una forma que podían llamar la atención de un niño, sin que lo viera. Algunas veces, lo oía murmurar:

-De nuevo estas cosas extrañas...

Sin embargo, comía con tanta ansia y leía sus libros de forma tan fascinada que Severus necesitaba toda su fuerza de voluntad para no aparecerse ahí mismo y consolarlo.

Al terminar, Harry lavaba el plato y vaso que él le dejaba y se iba hasta la alacena y Severus regresaba a su solitario hogar. Cuando lo hacía, no lograba dormirse hasta las dos, tres o incluso cuatro de la mañana. Le costaba hacerlo sabiendo que ese momento, Harry estaba en una alacena luego de haber limpiado la casa de arriba abajo mientras era hostigado por sus propios familiares. Durante años, nada había cambiado. Había tenido una esperanza muy, pero muy leve de que Petunia podía llegar a ablandarse al tratarse del hijo de su hermana menor, quien siempre la había amado a pesar de todas las veces que ella la había hecho llorar por tratarla de «monstruo». Pero ese atisbo de esperanza murió casi tan pronto como llegó. Claramente, Petunia Dursley no tenía ningún tipo de valor. Y ni hablar de su esposo e hijo. Bueno, el niño no tenía la culpa precisamente. Después de todo y en muchas ocasiones, los niños crecen imitando a sus padres, porque creen que si ellos odian algo o a alguien, debe ser por una «buena razón». Sin embargo, le costaba excusarlo de sus acciones.

Pero Vernom se había llevado gran parte de su odio. Las veces que lo escuchaba gritarle al niño siempre estuvo a nada de lanzarle un Expelliarmus ahí mismo, sin importarle que el Ministerio se enterara. Sin embargo, no lo hacía, porque entonces, correría el riesgo que tanto le preocupaba. Pero pensaba que no le habían prohibido molestar a esos Muggles, así que podía aprovecharlo al máximo.

Algunas veces, cuando Vernom se iba a trabajar, Snape se encargaba de que su auto se quedase parado a mitad de camino hasta el anochecer. Otras veces, cuando Petunia cocinaba, sus ingredientes estaban en muy malas condiciones, hasta el punto de tener lombrices; sus gritos horrorizados eran lo mejor que podía escuchar. Y, cómo no, Dudley tampoco se salvaba: muchas veces, le provocaba indigestiones y vómitos cuando se atiborraba de comida; debido a ello, Petunia no lo enviaba a la escuela y Harry estaba tranquilo todo el día.

Pese a todo, esperaba que el tiempo pasara más rápido. No sabía cómo, pero de alguna forma, intentaría ganarse la confianza de Harry cuando fuese a la escuela.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Esa misma noche, cerca de las once y media, fue visitado por Lucius y Narcissa Malfoy, quienes podían considerarse sus únicos amigos. A Lucius ya lo conocía desde que era estudiante y a Narcissa la conoció cuando era su novia. Ambos siempre habían sido amables con él, así que recibirlos en su casa era lo menos que podía hacer.

Desde que había terminado la era del Señor Oscuro, ellos junto con su hijo habían hecho más llevadera su situación. Draco Malfoy había adoptado a Severus como su «tío honorario» y, sintiendo que les debía bastante a los Malfoy por haberlo resguardo muchas veces de los Mortífagos que lo odiaban por ser mestizo, lo había aceptado, aunque no estaba precisamente feliz por ello.

Los tres se encontraban en la mesa, cenando. Narcissa había dejado una niñera para su pequeño, a la cual le tenía mucha confianza. Sin embargo, Snape pareció hacer menos caso a las cosas que le contaban.

-Y... ¿Cómo has estado últimamente?-preguntó Narcissa suavemente, sabiendo bien la situación por la que Severus había pasado tiempo atrás.

-Muy solo-admitió Severus, encogiéndose levemente de hombros, sintiéndose en suficiente confianza como para dejar que sus escudos se bajaran un segundo-. Más que de costumbre, quiero decir.

-Bueno, quizás si respondieras las cartas que te enviamos o respondieras al Flu, no estarías tan solo-exclamó Lucius, sin verdadero reproche.

-No tengo ganas de hacerlo-dijo el moreno, bebiendo medio vaso de whisky de una sola vez.

El matrimonio intercambió una mirada. Severus parecía terriblemente depresivo, además de agotado. Sabían que Dumbledore y McGonagall lo habían estado visitando, pero si ni siquiera les respondía a ellos sus cartas o llamadas por Flu, dudaban que esos dos pudiesen conseguir algo bueno para Severus. Mientras Harry siguiera en esa casa, el ánimo de Snape no cambiaría.

-Te ves... exhausto-murmuró Narcissa, sin saber cómo abordar el tema.

-Y lo estoy-contestó Snape, irritado-. De por sí no puedo dormirme casi hasta las cuatro de la madrugada y debo levantarme a las siete para desayunar, dar clases todo el día, cenar con los demás profesores, asistir a las detenciones que tengan los alumnos en la noche, asegurarme de que mis Slytherin estén en sus cuartos a las diez y luego de eso, vengo aquí para despejarme un poco y cuando regreso a Hogwarts se repite lo mismo en la madrugada. Todos mis días son iguales.

-Sabes que no puedes estar así sólo porque fuiste separado de Harry y por... lo que pasó con Lily Potter-exclamó Narcissa gentilmente-. Entiendo tu dolor, pero ahora mismo, tienes que seguir adelante.

-Ya lo sé-suspiró Severus, cerrando los ojos un momento-, pero no he tenido fuerzas para afrontar ninguna de las dos cosas.

-Debes hacerlo-habló Lucius de nuevo-. Harry comenzara la escuela pronto y con todo lo que nos has contado de sus familiares, va a necesitar mucho apoyo. Presentar una denuncia sin pruebas y sólo con un testimonio que no sea el suyo terminaría por generar malos entendidos. Si para cuando comience las clases puedes hablar con él y convencerlo de testificar, yo podría presentar la denuncia a los Servicios de Niños Magos, se especializan en estos casos. Ni el Ministro podría intervenir, puesto que no es su área.

Severus asintió, completamente serio. Sabía que había un «pero» ahí.

-Aunque puede ser un poco complicado-continuó Lucius, confirmando lo que Snape había pensado.

-Haré lo que tenga que hacer. Me da igual lo que sea-concluyó Severus, sin querer escuchar más.

Siempre contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora