Capitulo 1

5.7K 435 255
                                    

Solía caminar por la orilla del lago al atardecer en The Boston Common Park. Este parque era uno de mis lugares favoritos, aquí podía pensar con calma, respirar profundo el aire limpio. De esa forma sentía que mi cuerpo se liberaba poco a poco de la ansiedad.

Me preguntaba: ¿Cuántos amores y desamores habrán ocurrido en este parque? Anhelos y deseos por cumplir de cada ser que soñaba con una vida mejor.

Mis sentimientos que, con el tiempo se habían vuelto fríos porque después de él ya no existía la magia entre nosotros. Mis noches se habían transformado en el momento anhelado para llorar mientras empuñaba mi almohada entre mis manos y muchas veces desee morir, porque todo dolía, respirar dolía, existir me aterraba. Pero este lugar, alejado del estrés, me llenaba de vida, era mi pequeño oasis, a donde podía escapar en esos días que me sentía angustiada. Todos tenemos un oasis, ya sea una persona, un lugar, una mascota o algo que nos haga sentir en paz y compartir nuestras inquietudes.

El mes de agosto llegaba a su fin, y de por sí estábamos a medio mes de terminar el verano, aunque el clima aquí es impredecible. El atardecer trajo a mí una brisa que me hizo estremecer, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y una energía confluyó hasta la punta de mis cabellos. Me rodeé con mis manos acariciando mis brazos y me regañé a mí misma por no haber traído una chaqueta. De donde provengo y nací, en Louisville, Kentúcky, esto casi nunca sucede.

Increíble, llevaba casi ocho años aquí y se me olvidaba ese gran detalle.

Me apoyé en la baranda del muelle y lo apreté con firmeza para no llorar. He tratado de no sentir lástima por mí para no desanimarme, no hacerme las típicas preguntas de: ¿Por qué a mí? ¿Por qué me suceden cosas malas? ¿Tengo mala suerte? Tal vez sí, mi vida se ha vuelto una intranquilidad constante. En mi caso entiendo que fueron solo coincidencias, no creo en el destino y dudo mucho que llegue a hacerlo algún día.

Las farolas del parque se encendieron, indicándome que estaba anocheciendo. Hoy se cumplían cuatro años desde que Marcos, mi novio, se había marchado, una forma sutil de decir que falleció. No existe una palabra suave para enfrentar esa frase porque prefería sentir que se fue de viaje, de esa forma creía que todavía estaba vivo, en un viaje sin fin y que en cualquier momento volveríamos a vernos.

Aún no podía olvidarlo, aprendí a vivir con el dolor, pero no cerré la herida, no había sido capaz de poder superar su perdida. Se había marchado de una forma extraña, inaudita.

Cuatro años atrás en Louisville, Kentúcky.

Estaba nerviosa, no recuerdo haberlo estado tanto en mi vida, esos exámenes médicos que tenía Marcos en sus manos eran todo de lo que dependían nuestras vidas.

Quería casarme con él a pesar de tener veintidós años, me consideraba joven para tomar esa decisión, especialmente porque recién comenzaba a cumplir mis metas en la vida, pero no dudaba porque yo lo amaba, algunos lo llamaban locura, sin embargo quería que viviera conmigo en Boston para poder seguir con mis estudios en la universidad, no aguantaba estar lejos de Marcos viviendo a miles de kilómetros.

Teníamos todo planeado, todo listo.

Miré a Marcos y apreté su mano para darle ánimos, asentimos los dos y él procedió a abrir el sobre, su rostro decayó al leer el papel y supe que estaba a punto de escuchar una mala noticia:

Túmor cerebral. ¿Una operación? ¿Un milagro?

Hicimos todo lo debido, pero era un hecho: mi novio a pesar de cada tratamiento se estaba debilitando poco a poco y lo único que podía hacer era animarlo, darle fuerzas, hacerlo feliz. ¿Cómo? No sé, pero sacaba fuerzas del amor que sentía por él, ese era el único milagro que podía presenciar por ahora.

Dos Amores Un Solo CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora