6. Un adiós no siempre es triste

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Capítulo 6
Un adiós no siempre es triste.


Última semana de clases y yo me siento más que liberada de todo, aunque en un inicio no era así gracias a los profesores que me pidieron corregir algunos detalles en mis diseños para mostrarlos en pasarela, pero ahora todo está bien. No saqué las mejores calificaciones pero tampoco reprobé y eso es bueno.

Decidí que tenía que aprovechar esta semana al máximo, pues una noche me encontraba cubierta con el saco de Jerome mientras me preguntaba una y otra vez qué podría regalarle esta navidad. De pronto se encendió un foco en mi cabeza y me puse manos a la obra tomando las medidas de su saco.

Antes de irme le dedico unos segundos al salón y lo observo de izquierda a derecha. Vacío se ve un poco triste, pero sigue oliendo mal, así que no extrañaré este lugar para nada.

Cuando mis ojos viajan por el estacionamiento, casualmente se detienen en el edificio de medicina, noto que de él va saliendo Armando, el hijo de Marina, junto con ese amigo que alguna vez miré con él. Me quedo pensando en donde vivirá Armando, con quién, si tendrá dinero o no sé. Marina era una gran fuente de ingresos, ¿qué sucedería con todo el dinero? ¿Qué pensaría la gente al enterarse que una ídola del maquillaje está en prisión por acoso? En realidad no fue tan resonado ese tema, nadie conoce a Marina realmente sino a su marca.

Y Armando dejó muy claro que él no es como ella al ayudarnos tanto. Tampoco dejo de pensar que él y Marina no se llevaban bien por todas aquellas blasfemias que se gritaron ambos en el tribunal. Marina hasta le lanzó una botella de agua a la cabeza. A Jerome igual, y él quiso regresársela de la misma forma pero no lo logró porque se lo impedimos.

Subo al auto con mi bolsa en mano, hundida en pensamientos, Jerome de queda mirándome sonriente.

—¿Hoy por fin dejas de cargar bolsas así? —me dice, él sabe que ya acabaron mis clases.

—Al fin —celebro.

Deja un beso corto en mis labios.

—¿Por eso tan feliz?

—Podría ser...

—¿No te gusta la escuela? —alza una ceja divertido—. Si yo fuera tu profesor te tendría todo el día en mi clase.

—Me acabaría gustando más el profesor que la clase. —sonrío—. Si pudieras ser profesor, ¿serías?

—En general no. Soy malísimo.

Jerome voltea atrás y se cerciora de que el auto que esperaba a alguien ya no esté para encender el suyo.

—¿Y si fueras profesor de francés?

—No sabría cómo enseñar.

Quizá diciéndome cosas al oído en dicho idioma mientras me tiene con las manos hacia atrás, o tomada del pelo, contra la pared, hincada. No sé, ideas.

—No me gusta saber que el domingo nos despedimos.

—Se siente horrible —corroboro—. Pero haremos que mejore, ¿no?

—Claro. Haremos todo lo que tú quieras para que nos la pasemos increíble.

—Yo quisiera hacerlo todo, pero creo que mejor lo decidimos cuando sea hora.

—¿Eso quieres?

—Sí, tal vez se nos ocurre algo mejor.

Algo mejor como dar vueltas y vueltas para acabar sin salir del auto y comer una hamburguesa en un restaurante de comida rápida.

Katalina I y IIUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum