8. Problemas antes de navidad

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Capítulo 8
Problemas antes de navidad.


No sé cuántos minutos llevo despierto viendo al techo, preguntándome una y otra vez qué hago en la habitación donde solía dormir hace veinte años.

Me levanto suspirando a mirar entre las persianas de la ventana pero encuentro todo oscuro, las luces de la calle apenas parecen destellos pasando entre la niebla. Alcanzo mi celular de la mesa de noche y solo así me entero de que son las tres y media de la mañana. Mi estómago está rugiendo, no cené nada. ¿Cómo rayos pude dormir por más de doce horas?

No me pondré a responder esas preguntas. Salgo con intención de ir a la cocina. La oscuridad que me encuentro no me da miedo a pesar de que es un lugar tan grande y con escaleras por las que probablemente podría caer y morir. Suena un poco drástico, pero prefiero bajar las escaleras abrazado al barandal y calculando exactamente cada paso que doy. Si algo he de confesar, es que me da miedo usar la lámpara de mi celular y encontrar alguna silueta extraña al enfocar un lugar. O la típica cara que se esconde en un mueble.

Abandono las escaleras y tomo el pasillo de la izquierda, conduce directo al comedor, pero antes hay una sala de estar en la que se encuentra un enorme árbol de navidad, la ignoro para llegar al lugar antes mencionado. Es un enorme espacio con ventanales redondos, posee en el centro una larga mesa de madera maciza con sillas antiguas del mismo material, pero con ese aspecto elegante que le otorga la figura tallada en el respaldo y ese cojín rojo.

Paso de largo, me voy a la esquina, a esa puerta de madera oscura con más detalles tallados que es la cocina. La empujo, la jalo, y lo vuelvo a hacer, pero simplemente no abre. La suelto dándole una ligera patada y maldiciendo a Evangeline porque seguramente ella la cerró.

Tendré que ir a su habitación. Tal vez tengo suerte y quien me abre es Bernard sonámbulo, le pediré las llaves para meterme a otro lugar.

—¡Ah!

Me detengo en seco con una mano en el pecho. Frente a mí, una ventana ilumina a contraluz la silueta de algo que se encuentra de pie en el pasillo.

—¿¡Qué rayos eres!? —exijo.

La silueta se mueve, mi corazón pega un salto, me siento congelado de todo.

—Jean-Marie.

—¿Ah?

Avanza unos pasos más hasta que lo reconozco por su larga y espesa cabellera, pero no tan larga como la de Marcus, su padre.

—Ah... —suspiro—. Jean-Marie.

—Buenos días, ¿qué haces aquí?

—Buenos días, aunque es de madrugada.

Voltea su celular, dejando ver su lámpara encendida que me encandila.

—Está por amanecer y ambos ya estamos despiertos, entonces es buenos días.

—Bueno, y ¿qué haces aquí abajo a esta hora, también vienes a buscar comida?

—Sí, a esta hora siempre me da hambre, ¿a ti también?

—Solo hoy. —me encojo de hombros—. Tendremos que regresar a la cama, la cocina está cerrada.

—Eso es imposible.

El jovencito pasa al lado de mí, es muy alto, casi me llega a los ojos y apenas tiene dieciséis años, si no me equivoco.

Voy detrás de él, nos detenemos en la puerta de antes, cruzo mis brazos con una mueca en lo que él empieza a tantear la madera.

—¿Qué haces? —pregunto.

Katalina I y IIDove le storie prendono vita. Scoprilo ora