20. Tomar medidas

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Capítulo 20
Tomar medidas.


Jerome

Mi situación ahora es que no me gustó nada verla llorar, pero tampoco quise insistir para que me contara, estaba un poco claro que era mi culpa. O al menos en gran parte.

Reclino el sofá lo más que se puede para relajarme. Mi cabeza descansa con mis brazos detrás de ella. Respiro hondo y a los segundos escucho la risa de Antoine a unas dos habitaciones, ha de estar hablando con Dominique nuevamente.

Me balanceo un poco con ayuda de mi pie y por medio de la ventana veo ese muro blanco cubierto en su mayoría con plantas enredaderas y flores. Flores muy bonitas. Antoine sabe cómo cuidarlas.

Quisiera saber qué significó para ella lo de ayer, porque para mí fue algo muy efusivo y tierno. El abrazo, ese beso… Yo lo sentí muy distinto al resto. Y analizando más a profundidad, creo que si en verdad hubiese sido por mi culpa lo de ayer, la última persona a la que hubiera llamado sería a mí.

Esas preguntas me dejan pensando mucho… Y hay una que me ronda tanto la mente que al intentar descartarla, simplemente no puedo hacerlo.

¿Puede que ella esté…?

¿Podría ser posible eso? ¿Ella lo verá normal?

No quiero decir que sea algo anormal, pero, según una corta investigación que acabo de hacer, entre nosotros no debería haber eso. Claro que hay gente a la que le sucede, pero yo… No. Simplemente no. No me siento capaz de tomar las riendas de una relación así, más que nada por nuestra diferencia, que es lo único que me ha preocupado desde que la conocí.

Es que ese detalle… Por Dios, ¿por qué no la dejé ir? ¡Soy un estúpido!

No quisiera exagerar al decir que la imagen que mis hijos y familia tienen de mí se arruinaría, pero así sería. Estoy seguro de que nadie se reiría o alegraría.

Desearía que ese Jerome miedoso que llevo dentro fuera quien proyecta esos futuros tan malos en mi mente.

Si se lo comento a Santiago… ¡No puedo! No puedo decirle nada a nadie, me caería un diluvio de críticas.

—No puede ser…

—¿Qué no puede ser? —me sorprende Antoine en el marco de la puerta.

Exhalo con una mano en el pecho y me golpeo la frente con la otra.

—¿Qué haces ahí? —hago un inútil intento por reír, no me sale—. Me asustaste.

Antoine acerca una silla beige, también peluda, no sé qué obsesión tiene Dominique con esas sillas, pero ahí se sienta Antoine sin guardar su celular.

—Pasé por aquí y te escuché hablando —me mira con más detención—. ¿Qué no puede ser? —reitera con más seriedad, esperando una respuesta concisa sí o sí.

—Bueno, hijo, no puede ser que… Que Dominique aún no regrese —niego con desgano—. Me pregunto, ¿qué hay allá que aquí no?

—Es que allá hay más diversión, allá están sus amigos, allá puede salir, allá no hay madrastra, allá no estamos nosotros…

Frunzo el ceño.

—¿Qué quieres decir con que nosotros no estamos?

—¡Que Dominique se avergüenza de nosotros! —exclama—. ¡De ti y de mí!

—Tranquilo… ¿Por qué eso?

—No lo sé, pero allá, yo siempre que iba con ella me decía: ‘no están a la moda, son una vergüenza’ ‘¿Qué dirán mis amigos?’ ‘cuando tú te quites tus atuendos ridículos y papá ese traje y su gel, salimos’ —todo esto dicho en francés y con esa perfecta tonalidad femenina que le da Antoine.

Katalina I y IIWhere stories live. Discover now