42. Con dudas y mensajes

130 13 0
                                    

Capítulo 42
Con dudas y mensajes.


Jerome

Tengo tantas emociones, me siento emocionado, decepcionado, temeroso y confuso. ¿Por qué tengo que actuar con tanta vehemencia cuando estoy con ella? Claro que todo lo que dije es verdad, el problema es que lo dije muy pronto. A mi parecer. Después de todo lo que hice, creo que a ella no le hizo mucha gracia.

Aunque se vio muy amable y todo. Tal vez sí le gustó la idea. O yo. Eso es lo que quiero averiguar, pero de esta forma... No estoy seguro.

Sería el momento perfecto para ir con Santiago a algún café, y contarle todo esto, aún cuando le dije que iba a olvidarla.

No debo esperar el consejo perfecto que arregle todos mis problemas de adolescente atrasado. Debería hacerlo yo mismo, como el adulto se supone que soy... No hace falta contar la mitad de mi vida por décima vez para que algunos sepan ya que yo no tengo idea de esas cosas y que todo lo que he dicho y hecho ha sido momentáneo. No todo, pero entienden. Porque a mí ya me parecería otro grado de patetismo pedir ayuda hasta para hablar con una mujer. Lo demás... considero que es pasable.

En fin, mi conclusión es que... que no tengo idea de nada. Estoy como un niño enojado que no cenará, enrollado en las sábanas de su cama de pies a cabeza. Me pongo a pensar y pensar... Si yo fuese el padre, y me enterara de que ese hombre a quien invité a comer en realidad es quien anda tras mi hija... Debo verme muy mal.

—¡Papá! —Dominique abre la puerta y enciende la luz—. Voy a lavar unas ropas, ¿quieres que te lave algo?

Giro sobre mi cama para verla, ya que mi vista andaba perdida en la ventana por la que solo se puede observar un cielo entre anaranjado y morado.

—No, yo lavo los trajes de diferente forma —explico.

—¿Y la ropa que usas para dormir?

Mucho menos eso. No quiero que mi propia hija vea las poluciones del incompetente de su padre, que no necesita estar consciente, ni que lo toquen.

Ese era el problema tan íntimo que no quería contarle. No debí abrir la boca, pero a lo mejor se me quitaba si se lo contaba y ella me decía que era un asqueroso. Quizá no sea un problema, sino un efecto que tiene Katalina en mí.

—No hace falta, Dominique. Gracias.

Se recarga en el marco de la puerta. Me mira preocupada.

—¿Te sientes mal?

—No, estoy bien.

Se retira poco convencida con mi respuesta. Al menos estoy bien físicamente, pero a veces me dan estos ataques de pensar mucho en algo y no saber qué hacer al respecto. O creo que sí sé qué hacer.

Presiono el celular con mi mano. Puede que me arrepienta, pero es mejor saberlo de una vez.

Escribo su número de memoria. Antes de llamarla tomo aire.

—Hola, Jerome.

Su voz siempre suena linda, me hace pensar que después de todo no está tan mal una llamada.

—Hola, Katalina —me detengo unos segundos. Mi voz sonó ronca—. Quiero hablarte sobre algo.

—¿Sobre qué?

Katalina I y IIWhere stories live. Discover now