11. ¿Bien?... ¿Mal?

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Capítulo 11
¿Bien?... ¿Mal?


Jerome

«Oh, no. Tu edad no importa si sabes lo que haces».

Qué estúpido me siento, sobretodo cuando pienso que Katalina se ha reír de la poca fuerza de voluntad que tengo para haberle dicho algo tan simple como: «está bien, olvida esto y ya no nos volveremos a ver». Yo no estaba urgido, solo hurgaba un poco a ver qué salía y salió ella con sus encantos a hechizarme.

Eso y muchas cosas más han pasado los últimos días. Regresé a casa un rato, ya que Dominique decidió irse unos meses, imaginé que Antoine querría ir con ella, pero prefirió quedarse en casa con esa mujer a la que según no soporta. Ese fin de semana regresé a casa y en un ataque de sí o no... Resultó que sí. La llamé y sucedió.

Me ganó la testosterona, supongo.

El verdadero problema es que ahora me siento asqueroso con solo recordar que... me gustó. Me gustó todo lo que pasó y no tengo forma de justificarme porque estaba en mis cinco sentidos cuando lo hice.

Todo se debió a un error muy grave de mi parte, en pocas palabras, ¡pero insisto que me gustó! No hay más. Me gustó cada detalle de ella y la situación en que nos encontrábamos, y esa fue la gran razón por la que a mitad de todo, cuando cruzó por mi mente la idea de pedirle que se vistiera, no lo hice. Ahora estoy tan arrepentido que lo volvería a hacer.

Estoy nervioso. ¿Podría explicarle esto a alguien? No, ¿cómo lo haría?

Como si lo hubiera invocado, en mi bolsillo empieza a sonar mi celular con ese tono fastidioso que olvido cambiar. Lo miro, esperando que no sea Evangeline a quien me enviaron, ella es la menos indicada para esto, lo único que obtendría de ella sería un regaño y su desprecio.

No, se trata de Santiago.

Respiro hondo antes de contestar.

—¿El guardia ya dio sus macanazos? —me gana en hablar.

—¿Qué?

—Que si... —el lugar donde está no es el mejor. Hay mucho ruido de gente gritando y música, podría adivinar que está en una discoteca. Escucho sus pasos de fondo, hasta que todo ruido desaparece al cerrarse una puerta—. ¡Jerome! Mi amigo... Hace cuánto que no escucho tu voz, ¿ya te creció el cabello?

—Mi cabello sigue igual de largo... ¿Dónde estás?

—Adivina, desde la ventana se ve el Cristo Redentor.

—¿Brasil?

—¡Exacto! —lo celebra demasiado, deja al descubierto que sí está tomado—. Más te hablo porque... ¿Qué has hecho en el sitio? ¿Alguna novedad?

Un nudo se crea en mi garganta. Me aterra decirle y que me diga algo como que soy un viejo loco pervertido asaltacunas roba virginidades. Puedo estar exagerando, pero prefiero callar.

—Pues... —río nervioso—. ¿Qué te digo, Santiago? Lo de siempre.

—¿De verdad? —suena con desaliento—. ¿Por qué mientes si ya lo sé todo? —ríe.

—¿Lo sab...? —casi me asusto. A veces usa ese truco para sacarme unas cosas, pero nunca funciona, mucho menos hoy si uso la lógica y recuerdo que él está miles de kilómetros—. Sí, claro. ¿Qué sabes si no he hecho nada?

—Ya, bueno, está bien. Entonces véngase para acá, Jerome, hay unas...

—No. —me apresuro en contestar—. Yo trabajo y... Trabajo. No puedo ir a ningún lado. Quizá el próximo año vaya a visitar... no sé, el río Sena.

Katalina I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora