—Fue menos pesado de lo que pensé—contestó Severus, indiferente—. La abstinencia dejó de darme dolores de cabeza luego de varias semanas, aunque seguía siendo fuerte y aún lidio un poco con eso. No te la recomiendo.

—... Muy bien...—exclamó Remus con cierta duda—. ¿Qué ha dicho tu terapeuta?

—Nada en específico. Aún debo tener sesiones con ella los viernes.

— ¿Por qué lo dices como si fuese un castigo?—preguntó Remus, frunciendo el ceño.

— ¿Cómo dices?—espetó Severus.

—Hablas como si el hecho de tener que ver a tu terapeuta cada semana fuese un castigo por lo que pasó.

Severus desvió la mirada mientras hacía una mueca de fastidio. Ya había sido bastante malo que Albus le haya dicho lo mismo el día que regresó, incluso si las palabras del anciano siempre debían tener ese toque filosófico sobre cada cosa. No negaría que había sido igual de molesto que el momento que estaba teniendo con Remus. Sin embargo, eso podía deberse más a lo que había pasado antes con el licántropo.

—Mira, lo que pase en el tratamiento es cosa mía. No hace falta que te preocupes—exclamó Severus, escupiendo la última palabra.

—No puedes seguir escapando de eso, Severus—soltó Remus—. ¿En serio vas a actuar como si nada hubiese pasado?

Severus se sintió más ofendido que antes. ¿Lo estaba acusando de ser un cobarde? Habría replicado eso de no ser por el ruido de la puerta abriendose de golpe. Los dos hombres miraron detrás de ellos justo a tiempo para ver a un sujeto de cabello largo y ojos azules. Ni bien él y Severus se miraron a los ojos, el ambiente se volvió extremadamente pesado. Remus estuvo a nada de ahogarse.

— ¿Snape? ¿Qué diablos haces aquí?—gruñó el Animago.

—Trabajo aquí. ¿Ya lo olvidaste?—preguntó con sarcasmo, mientras arqueaba una ceja.

—Cuando supe que Slughorn estaba ocupando tu lugar, pensé lo mejor—respondió Sirius—. Y además, ¿por qué estás con Lunático? ¿Viniste a amenazarlo?—preguntó de forma amenazante.

—Canuto, yo le pedí que viniese a hablar conmigo—intervino Remus—. Teníamos que arreglar unos asuntos.

— ¿Asuntos? Sí, claro—espetó Sirius, chasqueando la lengua—. Entonces, supongo que ya no tienes nada que hacer aquí.

La mirada de Severus se oscureció.

—Al contrario. Tu ahijado necesita ayuda con el Torneo. Y si no se le puede dar esa ayuda, por lo menos debería estar con alguien adulto para luego de cada prueba.

—Eso ya lo tiene—exclamó Sirius.

— ¿De verdad? ¿Decirle que es «genial» que esté dentro del torneo más peligroso es darle apoyo?

Sirius gruñó peligrosamente y sus ojos cambiaron de color por un momento. Remus se sintió más intimidado que Severus, quien únicamente arqueó una ceja y extendió un poco los brazos a los costados.

—Vamos, hazlo. Para que así el Ministerio te encierre y esta vez con justa razón.

Remus intercambió miradas entre ambos, buscando una solución. Parecía algo obvio y, a riesgo de tener aguantarse luego el enojo de ambos hombres allí presentes, deció llamar por Flu a Dumbledore. Severus y Sirius sabían que estaba haciendo algo, pero también estaban decididos a que el otro apartara la mirada primero. Detrás del de ojos azules, una mesa comenzó a moverse. El hombre de negro no lo estaba haciendo a consciencia, aunque no le habría disgustado que terminase en la cabeza de Black. Sin embargo, su deseo se vio interrumpido cuando él y Sirius fueron tomados de los brazos y, antes de poder darse cuenta, arrojados al Flu. Y luego, al levantar la cabeza, se encontraron en la oficina de Dumbledore, con otros profesores y Remus llegando segundos después.

Siempre contigoWhere stories live. Discover now