Capítulo 48: El viaje (III)

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Miré el brillo del mar, que refulgía bajo el intenso sol como si estuviera hecho de gemas líquidas. La piel me vibraba ante esa visión con la vehemente necesidad de meterme en el agua, de sentir la arena entre los dedos de los pies y la brisa removiéndome el cabello y dejando su aroma salado en mí.

Echaría de menos esa habitación, esas vistas, y seguramente lamentaría no haber tenido tiempo de bañarme. Pero de todas formas me iría con aquellos felices recuerdos de vuelta a casa.

Pegué la frente al cristal y suspiré satisfecha. Había cientos de personas en aquella playa y tenía la certeza de que no me cambiaría por ninguna de ellas. Era imposible que hubiera nadie en aquel lugar más feliz que yo en esos instantes.

—¿No te preocupa que puedan verte? —preguntó Vince a mi espalda al salir del baño.

Me encogí de hombros, pero no pude evitar escudriñar a los bañistas esperando que no hubiera nadie señalando en mi dirección. Estaba completamente desnuda frente a los ventanales.

—Tienen unas vistas preciosas justo frente a ellos, ¿por qué iban a alzar la mirada hasta aquí?

Además, a tanta distancia no seríamos ni siquiera siluetas en la lejanía.

El italiano envolvió mi cintura con sus firmes brazos, apoyando su cabeza en mi hombro y su desnudez contra la mía. No pude reprimir un suspiro por la paz que me transmitían esos pequeños gestos de cercanía. Ahora toda pieza del puzzle parecía encajar a la perfección, todo parecía en su sitio.

—También hay unas vistas preciosas justo aquí.

Me reí avergonzada y me cubrí el pecho con las manos, como si a esas alturas quedara algo que esconder. Creí que me apartaría las manos, pero se limitó a sonreír y depositar suaves besos en mi cuello.

—¿No tendríamos que ir dejando la habitación? ¿A qué hora es la salida?

Vince parecía tan relajado que no le importaría pagar un día extra por despistarse media hora, así que sentía que era yo la que tenía que ser responsable. Además, temía que al llegar a casa tuviéramos problemas con su padre por la escapada sorpresa en plena campaña. Estaba segura de que no habría forma de ganar puntos con él, pero al menos no quería que me viera como la causa de la falta de concentración de su hijo. Aunque ese fuera precisamente el caso.

—Ni lo sé... ni me importa —murmuró entre beso y beso.

Su voz ronca por el renovado deseo era una promesa muy tentadora, sobre todo después de dos días creyendo que ya no se sentía atraído por mí; pero mi voluntad de ser responsable aguantó un poco más.

—Ya es domingo... Seguramente te espere trabajo en casa. Habría que ir poniéndose en marcha.

Al decirlo en voz alta, una oleada de tristeza me inundó. Se acabó nuestro tiempo. Otra vez sola toda la semana. Creo que nunca había aborrecido más los lunes como en ese preciso instante. Ni siquiera cuando era la bruja más inútil de toda una academia llena de magos elitistas y crueles.

Definitivamente Stella tenía razón: necesitaba algo más en mi vida. No podía limitarme a vivir esperando el fin de semana. A la larga, eso afectaría a mi relación con Vince y a mi propia salud mental, si es que no lo estaba haciendo ya.

—No te preocupes por eso ahora —ronroneó seductor.

Sus palabras no podían ser más oportunas, devolviéndome a ese momento. Pero lo que me hizo reaccionar de verdad fue cómo tiraba con suavidad de mi cintura hacia la cama de nuevo.

—Ah, no —me reí anclando las piernas al suelo—. No, no, no. Ya me conozco esta historia. ¡Al final se nos hace de noche! Vamos a hacer la maleta, pasamos por recepción y a desayunar antes irnos de vuelta. Y si te sobra tiempo cuando termines tus deberes de niño grande, ya nos damos mimitos luego.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now