Capítulo 17: El silencio

1.2K 266 25
                                    

No la dejaba marchar.

Apenas había podido dejar que la enfermera me tocara. Y estaba bastante segura de que me había anestesiado usando magia porque me había sentido atontada de pronto, tras mostrar fuertes reticencias a dejarme desnudar para ser examinada. Lo que no había conseguido era quitarme a Needle de las manos, así que había tenido que curarme mientras la abrazaba como si fuera un peluche de piedra.

Me dijo que algunas de las heridas tardarían varios días en sanar pero que con sus cuidados lo harían tres veces más rápido de lo normal. Era magia, no un milagro; y soldar huesos no era nada fácil, así que mucho menos cuando se trataba de las costillas. La enfermera, a diferencia de... ellos, temía hacer magia demasiado cerca de órganos vitales. 

La mujer me hablaba en voz suave, muy despacio, y aunque yo entendía que intentaba ser amable solo quería que se marchara de una vez, que dejara de toquetearme y de hacer magia sobre mí. En ese momento no podía soportar ninguna de las dos cosas. Pero al menos hizo que el dolor se desvaneciera y me prometió que, cuando en unas horas regresara, lo haría desaparecer de nuevo. Sin embargo, cuando comprendí que eso significaba dejarme tocar de nuevo y que volviera a hacer magia en mi cuerpo, me entraron sudores fríos. 

No quería que nadie me tocara. No quería ni siquiera que nadie me viera. Quería irme a dormir y no volver a despertar nunca más. 

Cuando llegaron los profesores tampoco dejé que me separaran de Needle. La abracé con más razón, hundiéndome bajo el peso de sus miradas. Sintiéndome juzgada.

Me tapé con la sábana hasta los labios, sin poder parar de temblar. No quería que nadie me viera así. Ya me daba suficiente asco a mí misma solo con verme llena de escandalosos cardenales por todas partes. Aún sentía el fantasma de sus manos toqueteándome, haciéndome sentir miserable y sucia.

Una prefecta había oído mi llanto y había ido corriendo a alertar a la enfermera y al director. Allí estaban ahora la prefecta, la enfermera, el profesor Ainsworth y el director Amery, además de otros profesores que se mantenían en una segunda línea. No supe si por darme espacio o por considerar que aquella situación tan incómoda no iba con ellos.

Demasiada gente. Demasiadas miradas. Y la mía, clavada en la blanca sábana de la cama de la enfermería para huir de todos ellos, como si así pudiera evitar que adivinaran la verdad que para todos era evidente.

Yo solo quería irme a la cama. Quería que todos se olvidaran del tema y poder fingir que nada había pasado. De lo contrario no podría volver a mirar a la cara a nadie, porque no soportaría ver repulsión o lástima en sus miradas.

Trataron de hacerme hablar pero yo sacudía la cabeza con insistencia. Ni siquiera aunque pudiera querría hacerlo. Solo quería que todos me dejaran en paz. Ante mi silencio, Ainsworth fue el primero en perder la paciencia.

—Tal vez debería explicar primero qué hacía fuera de su torre en plena noche.

—¡Duncan! —le censuró la profesora Chadburn.

—¿Acaso no es cierto? Esto no habría pasado si ella no hubiera salido de su habitación incumpliendo las reglas en primer lugar.

La profesora de Adivinación se encaró con él visiblemente irritada. Le miraba con una fiereza que hacía dudar de que fuera la misma persona alegre de su clase.

—Bajo ninguna circunstancia ella es responsable de lo que ha pasado. ¡Bajo ninguna!

Ainsworth chasqueó la lengua despectivamente como respuesta, pero otro cogió la batuta en su lugar.

—¡Era obvio que algo así acabaría pasando! —metió cizaña el profesor Callen—. Ella debería haber dejado la radio después del incidente en el pasillo. Y en lugar de eso la metimos en la Torre Norte, provocándoles aún más. Era de esperar que acabaran explotando de alguna forma.

Palabra de Bruja SilenciadaDär berättelser lever. Upptäck nu