Capítulo 3: La radio

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Suspiré mientras esperaba mi turno para la cabina de videomensajería, a las que coloquialmente llamábamos confesionarios por su función aunque más bien tuvieran el aspecto de un fotomatón. En ese instante, que ya llevaba quince minutos de pie esperando mi turno detrás de alguien que había madrugado aún más que yo pese a ser sábado, podía entender a la perfección por qué el italiano quería que le robara la llave de la Sala de Comunicaciones.

En Wrightswood no podíamos usar móviles, ni mucho menos conexión a internet; y no solo porque estuviéramos perdidos en ninguna parte. Todavía había muchos países donde la magia era ilegal y no era muy inteligente que se hiciera pública la ubicación de un colegio lleno de futuros magos y brujas. No cuando muchos de ellos acabarían trabajando para el gobierno ya que Reino Unido había forjado una alianza para el mutuo beneficio con la población mágica.

Así que, por seguridad, la única forma de contactar con el exterior era a través de unos teléfonos especiales que tenía la academia en la Sala de Comunicaciones, cuyas líneas eran irrastreables y no dejaban constancia en ninguna parte. Y donde, por supuesto, tampoco había privacidad. No sé cómo será ahora, pero en aquel entonces, el técnico que estuviera de guardia se quedaba presente toda la llamada confirmando que no se decía nada que nos pusiera en peligro y que no trasteáramos con el encantamiento que se encargaba de distorsionar la llamada si lo hacíamos. Incluso algo tan tonto como decir qué tiempo hacía estaba prohibido.

Teníamos derecho a una llamada a la semana aunque también teníamos a nuestra disposición un par de cabinas como aquella en cada torre. Allí podíamos grabarnos dejando un mensaje para nuestros familiares. Todos sabíamos que los vídeos serían revisados antes de ser enviados a nuestros hogares pero poder grabarte sin nadie escuchando daba algo de intimidad. Sin embargo, no era lo mismo. Solo las llamadas telefónicas permitían una conversación real, así que podía entender que obtener la llave de la habitación fuera algo codiciado para Vince. Debía de sentirse solo allí ya que, para él, no era solo estar lejos de su familia sino que encima estaba en un país extranjero.

Por fin, un chico que debía de ser de primer curso, salió con los ojos enrojecidos de la cabina. El primer mes en la academia era el más duro. Le dirigí una sonrisa amable que él devolvió con timidez antes de marcharse a paso ligero, incómodo con la situación.

Cuando por fin pude entrar, introduje mi código personal en el teclado tras cerrar desde dentro y me sorprendí cuando me saltó un aviso. Tenía un vídeo pendiente en la bandeja de entrada. Sonreí con ternura al abrirlo y encontrarme con mi hermana Nancy sentada frente al ordenador.

"Hola, enana" saludó a cámara con una cálida sonrisa.

Nancy y yo éramos muy parecidas, tanto que era innegable que éramos hermanas, pero con ligeras diferencias. Ella era más alta que yo y sus rasgos eran más angulosos, pero era bonita a su manera. De esa forma en que lo son las personas seguras de sí mismas que no les preocupa su aspecto.

Tenía mi mismo cabello rubio, aunque completamente lacio en lugar de ondulado como el mío, pero en aquel momento lo llevaba recogido en una coleta como de costumbre; siempre demasiado ocupada para cuidarlo. También tenía mis mismos ojos grises aunque diría que los suyos brillaban con una inteligencia que yo no había heredado. Lo evidenciaba la carrera de medicina que se estaba sacando; algo que jamás habría estado a mi alcance ni siendo vacua.

"¿Te acuerdas de las camisetas que pedimos por internet? ¡Han llegado ahora! Qué rabia me da, quería que te llevaras la tuya a tu instituto friki. Sí, sí, ya sé que usas uniforme y todo eso" se contestó ella sola con tono aburrido, haciendo un gesto despectivo con la mano. "Pero de pijama o algo, no sé. Para que me eches un poquito de menos".

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now