Capítulo especial: Vincenzo

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Me considero una persona paciente. 

No sabría decir si es un talento innato o un rasgo muy entrenado, pero creo que es una de mis virtudes. Es por ello que fui capaz de estar aquella larga noche esperándola, aun sin saber por qué o para qué lo hacía.

La había visto desde el coche, camino del aeropuerto. Había ido a un viaje de negocios a aquella ciudad sobrevalorada y gris y ya estaba deseando volverme a casa. Lo que debía haberse resuelto en dos días se había alargado más de una semana y, aunque había logrado el acuerdo, mi ánimo era nefasto por estar en esa cloaca más tiempo del que quería.

Juro que no la buscaba. Trataba de no pensar en ella, creía que era parte del pasado. Ahí es donde debía quedarse por el bien de los dos. Pero, de alguna forma, más que verla la sentí. Mis ojos se clavaron en ella a través del cristal tintado, reconociéndola de inmediato a pesar del tiempo que llevaba sin verla. Llevaba un vestido azul oscuro, diminuto, que dejaba sus hombros al aire y realzaba su figura. Sus pálidas piernas se veían infinitas y desafiantes sobre esos tacones que vestía con elegante facilidad.

Iba con dos chicas a las que presté atención más por hábito de buen observador que por interés. Eran sus amigas de Wrightswood. 

Mi ánimo empeoró notablemente sin comprender por qué.

—Dante, da la vuelta.

—¿Qué?

—Sigue a esas chicas.

—¿Pero no nos íbamos?

—Haz lo que te digo.

Dante rumió alguna protesta que le perdoné por los años de amistad. Y porque, sinceramente, me importaba bastante poco todo en ese momento salvo ver a dónde iba. Nuestro coche estuvo parado frente a una discoteca durante un par de horas hasta que decidí actuar. Era paciente, pero hasta yo tenía un límite.

Tomé aire y, ante la atenta mirada de Dante, me convertí en un clon suyo. Un refinado uso de la magia corporal que tenía mucho cuidado de mantener en secreto salvo con gente de mi total confianza. En Reino Unido podría ganarme el uso obligatorio de un inhibidor por un delito de suplantación; pero en Italia, la pena era directamente de cárcel. Eso si alguien llegaba a denunciarte, claro. La mayoría de veces, los problemas con los magos todavía se resolvían en cualquier callejón con un disparo.

Pero yo no era tan estúpido como para demostrar mis capacidades, ni siquiera ante mis profesores. Si algo había aprendido desde pequeño es que un secreto pasa a convertirse en una debilidad cuando ya no lo guardas solo tú.

—Me sigue maravillando verte hacer esa mierda. ¿Cuál es el plan?

Tardé unos segundos en contestar. Demasiados. Hasta que finalmente tuve que decir algo que poca gente me había oído jamás:

—No lo sé.

Le indiqué quedarse ahí y me adentré en aquel local. Ni pagar la entrada ni la etiqueta fue un problema para acceder. Una vez dentro, simplemente me senté en la barra a observar.

Estaban las tres solas y así siguieron, claramente no esperaban a nadie más. No tenía claro por qué la vigilaba y no saberlo me irritaba. ¿Qué esperaba averiguar? No lo sé. Te diré lo que sí averigüé: no estaba bien. Sus ojos no tenían brillo, toda ella se veía tan apagada como si estuviera enferma. Sus amigas reían pero ella reaccionaba a cada comentario con retraso, como si riera para no desentonar y no porque se divirtiera. En algunos momentos, aunque no llegaba a oírlas salvo cuando reían ruidosamente, la conversación parecía ponerse más seria y ella se veía claramente incómoda, ansiosa.

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now