Capítulo 18: La lucha

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La fusta bajó a gran velocidad contra la blanca piel de su trasero. Una y otra y otra vez. A veces la acariciaba tras el golpe con la otra mano, como si hubiera una contradicción en su interior. Como si la mano izquierda necesitara deshacer la maldad de la derecha. El hombre, fornido y enmascarado, la cogió del pelo y le susurró algo al oído a la chica, que jadeó como respuesta. Entonces coló la fusta entre sus piernas y la acarició en su zona más sensible con ella, haciéndola gemir tan fuerte como antes la había hecho gritar. Y, de un único y certero golpe, ella arqueó la espalda y se corrió, quedando laxa en los grilletes que la mantenían en aquella cruz, de cara a la pared.

Me pregunté, igual que las decenas de veces anteriores que había visto ese vídeo, si el final sería real o una exageración de la actriz. ¿De verdad se podría tener un orgasmo así? Ojalá hubiera tenido a quién preguntárselo para salir de dudas.

Desde que había estado con Vincenzo había tenido mucho tiempo para indagar sobre aquellas prácticas que hacíamos en secreto, para comprenderlas a un nivel más teórico. La verdad era que, si el italiano sabía de qué iba el tema, me había mantenido en una completa ignorancia de forma deliberada. Ahora, con internet y en la soledad de mi cuarto, había aprendido mucho sobre aquellos juegos de dominación y dolor. Y, sinceramente, me había sentido aliviada de ver que no era yo la única que era capaz de disfrutar aquello, que no era un bicho raro. Bueno... no a tantos niveles, quiero decir.

Pero también había aprendido lo que era la palabra de seguridad, el consenso y otras muchas cosas que él jamás había compartido conmigo. Me había abandonado a mi suerte dentro del caos emocional que conllevaban aquellas prácticas y deseos sin tomarse la molestia de enseñarme más allá de lo que a él le convenía que supiera. Con el tiempo comprendí cada vez más claramente, con la perspectiva que daba alejarse de la situación, que había buscado aprovecharse de mí y de mi ingenuidad. Nuestro trato no había sido justo.

Sin embargo, seguía siendo un recuerdo indeleble en mi mente. Tal vez porque había sido lo más parecido a un novio que había tenido, y eso que él había huido cuando mencioné la idea de tener una cita. Y no era por falta de oportunidades. Era una chica bonita y era consciente de ello. Pero desde lo ocurrido mi última noche en la academia había sido incapaz de sentirme segura con un hombre.

Mil veces deseé ir al psicólogo tal y como me insistían mis padres, poder sacarme aquella culpa y miseria de encima como fuera. Pero no podía contarlo debido a la promesa maldita que me obligaron a realizar y cuando das tu palabra de bruja en una promesa no hay vuelta atrás; así que aquel secreto era una carga dentro de mí, cada día más infecto y putrefacto, envenenándome. Anulándome.

Distraída en mis recuerdos, acaricié el tatuaje en mi muñeca izquierda. Una aguja con un hilo enhebrado haciendo una bonita filigrana alrededor de una piedra. Un recordatorio de quien me salvó esa noche: Needle. La única que sabía la verdad —y ni siquiera toda—, aparte de mis agresores.

Varias veces había pensado en ampliar el tatuaje y añadir una palabra que pareciera dibujada con el hilo. Quise poner Hope pero me sentiría muy hipócrita haciéndolo. Needle había sido mi esperanza esa noche pero realmente ahora no me quedaba ninguna. Tan solo la culpa por haberla dejado sola en un lugar tan horrible.

Aun así, mirar el tatuaje me daba fuerzas cuando estaba en mis horas bajas.

Volver a casa no había sido fácil. Al verme llegar en el estado en el que llegué me bombardearon con su preocupación y no pude hacer más que encerrarme en el baño, a llorar bajo la ducha. Solo Nancy pareció entenderme sin necesidad de palabras y, llorando en silencio conmigo, se sentó a mi lado en la ducha y sostuvo mi mano mientras el agua trataba de borrarlo todo sin éxito.

Palabra de Bruja SilenciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora