Capítulo 41: La otra

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—Así que estabas aquí.

A pesar del tono suave y sugerente de esa voz tan familiar, no pude evitar sobresaltarme al oírla detrás de mí, apenas a un par de metros de distancia.

Me giré pegando la espalda a la pared, acorralada por mis sentimientos encontrados.

No estaba preparada para verle de nuevo. No ahora, después de lo que acababa de presenciar. Aún estaba dolida y resentida por ocultarme que iba a casarse con otra, pero mi cuerpo estaba ardiendo de excitación y su cercanía no lo arreglaba.

—Veo que Stella ya te habló de este sitio. 

No podía hablar. Mi pulso latía acelerado y mi respiración era irregular. Me costaba no pensar en la piel que se ocultaba tras ese traje. Lo mucho que extrañaba ahora su toque. Apreté las piernas, incómoda y aturdida por mi propia humedad, pero eso solo empeoró mi excitación.

Sus ojos bajaron a mi collar —su collar, en realidad—, y su mirada se volvió más oscura. Acortó la distancia entre ambos como si la argolla en mi cuello fuera un faro indicándole donde arribar.

Me pegué aún más contra la pared, sin poder evitar que me acorralara. Sin desear hacerlo. Se quedó a unos tormentosos centímetros de mí, sin llegar a tocarme, y el alivio solo fue superado por la decepción.

—Me has puesto el collar para que nadie se me acercara —dije para romper mi silencio.

No era una pregunta.

—Jamás permitiría que te pusieran una mano encima —afirmó con tal vehemencia que su posesividad hizo mella en mis defensas.

Aún llevaba esa máscara negra. De alguna forma era excitante mirarle así. Parecía más amenazador, más primitivo; y despertaba esa parte de mí que quería huir para ser cazada. Pero ahora quería mirarle, verle de verdad. Sin juegos de por medio.

Alcé las manos y cogí la máscara con mis dedos despacio, dándole la oportunidad de detenerme. No lo hizo, así que se la aparté de la cara y la dejé caer al suelo. Ese nimio contacto fue suficiente para electrificar toda mi piel.

Seguía enfadada. Dolida. Pero estaba cansada de estarlo. O tal vez era por la libido, pero solo podía dejar vagar la mirada de sus ojos a sus labios, anhelando su dulce contacto.

A mi espalda, el sonido ahogado de los gemidos y los gritos de dolor y placer se hacían eco como una melodía que invitaba al pecado. Y, por cómo me miraba él a mí, supe que sus pensamientos no distaban mucho de los míos.

—Vince... —jadeé como una súplica.

Invocado por mí, apoyó ambas manos en la pared terminando de acorralarme. Todo mi cuerpo vibraba por la pulsión sexual y mis labios se entreabrieron inconscientemente esperando a los suyos.

—Pídemelo. Pídemelo, Elyse.

Pero no era una orden sino una súplica. Me estaba pidiendo permiso. Recordé que yo misma le había prohibido tocarme y me enterneció su capacidad para respetarme incluso en un momento así, cuando el deseo pujaba por tomar el control de ambos.

Y en ese mismo instante dejé atrás el rencor y enrollé mis brazos alrededor de su cuello, yendo en busca de sus labios. Vince no necesitó más palabras, sus manos bajaron con codicia por mi cuerpo. Gemí contra su boca cuando empezó a subirme el vestido, ansiosa por sentirle. Con la misma voracidad que él, mis manos bajaron a su pantalón y solté el amarre del cinturón. Sus dientes se clavaron en mi hombro mientras le bajaba la cremallera y...

Entonces se encendió la luz.

—Vaya, ¿ahora también invadís con vuestros juegos la biblioteca?

Palabra de Bruja SilenciadaWhere stories live. Discover now